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Andrea Bergareche (Lápiz Nómada): “para mí el hogar era la cocina de mi abuela”

Andrea Bergareche, Lápiz Nómada

Lo que se entiende por hogar es un concepto complicado y personal que se construye a base de experiencias, propias y conjuntas. Por eso resulta una idea tan sugestiva en torno a la que reflexionar, por los muchos significados que se le puede conceder y por las miradas que de este significado se desprenden. Partiendo de esto, siempre con el fin de conocer este país con tanta precisión y pasión como sea posible, acercamos el micrófono a diferentes figuras culturales de la actualidad para que lo retraten. Ese lugar al que regresar, esas experiencias propias y conjuntas que dan forma a esta palabra, ese hogar. Bienvenidos a una forma diferente y cercana de conocer España.

Un concepto complejo para una nómada

Andrea Bergareche
Andrea ha explorado rincones impresionantes. | Fotografía cedida por Andrea Bergareche

“El hogar para mí es un concepto más complicado, más abstracto”, empieza explicando Andrea Bergareche, que desde el principio transmite la sensación de llevar parte de su casa a cuestas. Andrea lleva viajando una década bajo el nombre de Lápiz Nómada. Coordina un programa de ayuda a otras mujeres que, como ella, quieren lanzarse a descubrir el mundo. Ha publicado un libro, Yo viajo sola, con el mismo objetivo: compartir su experiencia y ofrecer a otras mujeres las herramientas necesarias para que encuentren el hogar en el camino. “Creo que el hogar es cualquier lugar en el que me sienta cómoda o en el que me sienta en casa”, y menciona México o Tailandia para ilustrar sus palabras.

La relación de Andrea con este concepto nace, como en todos los casos para bien y para mal, en la infancia. Reconoce haber reflexionado sobre ello y profundiza un poco más en lo que le ha llevado al significado total que tiene para ella. “Es bastante más abstracto porque no me siento quizá tan apegada a un lugar físico. Al final, yo en Asturias siempre fui la hija de los vascos, y aquí en el País Vasco soy la asturiana de alguna manera. Entonces no tengo ese arraigo tan fuerte o tan pesado a un territorio físico. Yo siempre digo que allá donde pueda tener mi mesa con mi ordenador para trabajar y una cocina donde cocinarme, ese es mi hogar”, concluye.

Andrea en Mugarra, un precioso monte vasco
Andrea en Mugarra, un precioso monte vasco. | Fotografía cedida por Andrea Bergareche

Andrea Bergareche nació en Asturias, pero ha pasado buena parte de su vida en Euskadi, donde está su familia. La gente es la que hace los lugares, una creencia que se siente en prácticamente cada una de sus afirmaciones y que se confirma cuando se le pregunta por su mirada hacia el camino, por su impulso a la hora de coger la mochila y marcharse.

A ella lo que le interesa es la gente. “Es lo más difícil, creo, porque también depende mucho de la casualidad y la causalidad, de ambas dos. No es algo tan fácil de conseguir. Tú puedes ir a un lugar y el lugar siempre está ahí. Sacas la foto, la comida, lo que sea, pero con la gente en cambio es más fortuito. Es tener suerte, es también saber interactuar, saber acercarte a la gente local. Pero, al final, es lo que hace, yo creo, que un viaje sea más enriquecedor, y que te permita también tener más profundidad a la hora de viajar y de conocer un destino”.

Y ese contacto con las personas es el que ha terminado por definir los lugares a los que regresar, aunque ese deseo de retorno adquiere también un significado diferente en ella. “Hay una parte de desapego cuando viajas tanto. Has aprendido a construir los vínculos sin la necesidad quizá de ese contacto diario o cotidiano, o ese contacto físico. Has aprendido a construirlo de otra manera”, explica.

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Menciona por primera vez a sus abuelos, que serán en estas reflexiones un símbolo recurrente, porque el hogar tiene mucho que ver con la infancia y esta con “esa figura entrañable que siempre me ha hecho sentir bienvenida”, como define la propia Andrea. Esta seguridad de que tu llegada se acogerá con agrado, con alegría y con cariño tiene mucho que ver con saber que estás en casa. “Ahora ya mis abuelos han muerto, pero antiguamente sí era como… ¿Y si me voy y es la última vez? Porque viví con ellos y ellos han hecho que me enamore del País Vasco, y entonces, claro, cuando yo me iba sí que había esa cosa de… ¿Y si no? Son los que me han hecho quedarme más tiempo siempre. Volver era verles y poder disfrutarles, y poder volver a estar con ellos”, recuerda.

Pero vuelve a la nómada, al hogar en la mochila y repasa también una parte fundamental del marcharse con la intención de regresar: “al final también aprendes de ese desapego, porque vas creando pequeñas familias, pequeños contactos, y a saber que la gente que quieres siempre está, no importa cuánto tiempo pase. Es una manera también de aprender quién realmente está”.

La relación de la infancia con el hogar

Cubos de la Memoria del pintor vasco Agustín Ibarrola, en Llanes
Cubos de la Memoria del pintor vasco Agustín Ibarrola, en Llanes. | Fotografía cedida por Andrea Bergareche

Hay una parte en los recuerdos de mi infancia que está como cubierto por un velo de magia. Suena muy cursi, pero es un poco así. Recuerdo cuando los fines de semana venía con mis padres a visitar a mis abuelos y me dormía todo el camino, y cuando llegaba a la rotonda que entra a la zona de Getxo, que es donde yo vivo, me despertaba. No sé si es que ya estaba preparada para decir: estoy llegando a casa de los abuelos, estamos llegando a Bilbao. Tenía esa excitación de ver a los abuelos, de ver a los primos, de ver a la familia. Era como ese lugar de infancia, de regresar a ese amor”, recuerda, uniendo así pasado con presente, pues ha sido finalmente en la noble y leal villa donde ha asentado su casa.

“Pese a que quizá eso ya no está, ya no están mis abuelos, ya eres adulto, eso ya ha pasado, cuando estás fuera sigue habiendo esa ilusión. De ver a los amigos, de ver a tu gente y de sentir que vuelves a casa”, concepto en el que también tiene un espacio Asturias. “Soy de familia vasca, pero mis padres se enamoraron de Asturias, entonces me crié en Llanes, un pequeño pueblito. Y, bueno, ahí he crecido, en el norte, en el frío, pero rodeada de un paisaje yo creo que privilegiado, que también me ha hecho tener ganas tanto de salir ahí fuera como de valorar lo que visito”, explica. Su relación con Asturias parece explicarse a través de dos miradas: la que ama, valora y agradece lo que tiene y aquella que, por aspiraciones y inquietudes, necesita volar del nido.

“La infancia la he pasado en Asturias y ha sido una infancia feliz. Yo tengo muy buenos recuerdos, pero al final era un pueblo muy pequeño. De niña está muy bien, pero llega la adolescencia y eso se te queda muy pequeño. No hay transporte público, no hay posibilidad de salir y entonces ese amor quizá pasa a ser rechazo”, reflexiona, pero en seguida retoma esa primera mirada.

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Cuando vas creciendo y, en mi caso, moviéndote, eres capaz de valorar la parte buena. Yo crecí en un pueblo que es espectacular. Y cuando voy con el coche y aparece la sierra del Cuera, que es un poco la que me da la bienvenida a Llanes, sonrío y digo: ay, la tierrina. Pero después de cuatro o cinco días tambien digo: ya es bastante, ya me he tomado una sidra y ya tengo para una temporada. Y prefiero venir al País Vasco, que tengo más cultura o más oferta de todo tipo. O quizá irme de viaje y buscar un hogar en otro lugar donde me ofrezca otras posibilidades”, porque una persona inquieta necesita de posibilidades.

El arraigo de los españoles

Andrea Bergareche en el Pico Pienzu, en Asturias
Andrea en el Pico Pienzu, en Asturias. | Fotografía cedida por Andrea Bergareche

Cree Andrea, y algo debe de saber después de haber visitado tantos lugares, que en España la gente vive muy arraigada a su tierra y su familia. Que ese concepto que tanto cuesta definir y concretar tiene mucho que ver con lo que puede considerarse una educación, una forma de vida, orientada de algún modo hacia los tuyos. Ella misma lo ha sentido a la hora de tomar la decisión de, precisamente, ubicar aquello que tenía que pasar a llamar “casa”.

“Llevo dos o tres años pensando: dónde quiero vivir, dónde quiero vivir, dónde quiero vivir. Yo siempre había dicho: quiero vivir en un país tropical, es decir, que tenga una temperatura de 20 o 25 grados todo el año. Quiero vivir en un lugar donde pueda estar cerca del mar e ir en bicicleta cerca del mar. He ido pensando en cosas y preguntándome dónde durante los últimos dos o tres años. Y al final me doy cuenta de que donde siento el hogar es aquí, en el País Vasco, y es por ese arraigo que te digo hacia tu gente y tus tradiciones que en otros lugares no existe”. En relación a esto, existe esa especie de relación dispar que tenemos con los lugares de donde somos. No de donde provenimos, como señala Andrea, sino de donde somos.

“Tú le preguntas a un alemán, que quizá es de un pueblo y no de Berlín, que de dónde es y te dirá que es de Berlín. Pero si le preguntas a un español te va a decir que es de su pueblo, aunque sea de un pueblo que nadie conoce. Porque hay esto: yo soy de mi pueblo. Y eso en otros sitios no existe. Lo defendemos, y defendemos su gastronomía, y aunque a veces echemos pestes, vuelves ahí y lo defiendes. Lo defiendes con orgullo y lo presentas. Yo veo amigas que tienen parejas de otros lugares y ellas siempre dicen “yo soy de aquí”, y a ellos les da más igual, es más cambiable el dónde soy, es más: ahora vivo aquí y más tarde allá. Pero nosotros no. Dónde vivo no: de dónde soy”. El hogar no cambia, aunque tú te muevas.

Y ese hogar es el que es, no entiende de grandilocuencias y puede perfectamente estar constituido por las cosas más simples, con esas que relacionamos con lo que fuimos un día. Por eso Andrea, que necesita de viajes y posibilidades, termina hablando de un espacio tan reducido como es una cocina, donde, en realidad, puede caber todo un mundo. “Me he dado cuenta hoy, reflexionando sobre esto, que para mí el hogar era mi abuela, la cocina de mi abuela. Algo tan simple como comer pan tostado con mantequilla para mí es hogar, porque es mi abuela, es lo que a ella le encantaba por las mañanas y las dos nos poníamos moradas a pan con mantequilla”, explica, cuando se le pregunta por el olor que relaciona con esta concepción.

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Aunque ella prefiere los sabores. “Me gusta mucho comer, me gusta mucho cocinar”, afirma, pero “ayer que paseaba por Bilbao… el olor de las castañas, de los churros… eso también es hogar”. En Bilbao se establece la última parada para concluir esta reflexión junto a ella.

Bilbao bajo la mirada de un lápiz nómada

Andrea Bergareche en la costa vasca
Andrea en la costa vasca. | Fotografía cedida por Andrea Bergareche

A día de hoy, creo que lo más parecido a un hogar sería el País Vasco”, ha explicado ya desde los primeros compases de la conversación, aunque el foco no regresa a este su rincón del mundo hasta más adelante, cuando las cavilaciones han ido y venido. Andrea se queda en Bilbao y de esta ciudad nos habla desde los ojos de quien la conoce bien.

¿Qué debe descubrir aquel que la visita por primera vez? “Tiene que ver Bilbao en sí, tiene que pasear por las Siete Calles, tiene que hacerse una ronda de vinos, de un bar al otro. Tiene que ir también a la zona de la costa, tiene que venir aquí, a Algorta, a ver el puerto viejo de Algorta, a ver el fuerte de la Galea y todo el paseo de la Galea. Y tiene que darse la oportunidad de ir a ver las playas. Mucha gente viene a Bilbao y se pierde la costa, cuando tienes la playa de La Salvaje o la playa de Barrika, que son preciosas. Y ya con un poquito más de tiempo les diría que se escapen al castillo de Butrón y que vean también el pueblo de Plentzia con todo ese ambiente pescador, los barcos, la ría, la playa… Es una pasada”, cuenta.

Porque siempre es mejor descubrir un lugar desde los ojos de un lugareño, creencia en la que ella coincide. Por eso le pedimos algo: que nos lleve a un rincón pequeñito, pequeñito de Bilbao, que resuma de alguna manera ese hogar que ella ha construido allí. “Creo que te llevaría al puerto viejo de Algorta, porque te permite ver el mar, el Cantábrico, que aquí es algo fundamental. Te permite ver la desembocadura de la ría, se ve toda la otra margen, se ve el monte Serantes. Además tiene la arquitectura de ese pueblo pescador que antes era esto y tiene ese bar de pueblo en el que te permite comer, beber y ver el ambiente que hay aquí”. Parece un buen resumen que coincide con todas las sensaciones transmitidas.

Andrea Bergareche, Lápiz Nómada
Andrea Bergareche, en una fotografía cedida por ella misma

Así es el hogar para Andrea Bergareche, que con su lápiz nómada ha ayudado a otras muchas mujeres a que se sientan en casa cuando viajan. Ella parece haberlo encontrado asociado, sobre todo, a ese lugar al que regresar siempre, aunque por el camino quiera descubrir y disfrutar de otros muchos, quizá hasta quedarse una temporada. Pero ese quedarse para siempre está donde siempre lo ha sentido. Su casa está aquí, con las cinco palabras con las que sintetiza todas estas emociones: “abuela, corazón, calor, cariño y amigos”.