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‘La persistencia de la memoria’, el resultado de la unión entre el queso Camembert y la teoría de la relatividad

la persistencia de la memoria

Tictac, tictac, tictac, tictac. Durante unos minutos ese es todo el sonido que la Viajera del Arte puede escuchar tras haber cambiado de cuadro. Cuando sus ojos van acostumbrándose a la luz de este nuevo espacio, una sensación extracorpórea la invade. El paisaje que la rodea es yermo, aséptico. Huele el salitre del agua del mar, como ocurría en la obra de Joaquim Mir, pero no escucha su sonido. Rápidamente, la joven se da cuenta de que, de hecho, este mar no tiene olas. El agua ni siquiera se mueve. Como, por otro lado, tampoco lo hace su cabello. El motivo es obvio: en este lugar, parecido al reflejo de un sueño, no existe el aire.

Y una cosa más puede distinguir, quizás no tan evidente a simple vista: el momento del día. Está, al igual que en la obra anterior, ante la hora del crepúsculo. Cuando mira hacia el mar aún puede identificar las suaves tonalidades del atardecer. Sin embargo, cuando le da la espalda, la sombra de la noche ya ha tomado la mayor parte del escenario. Da lo mismo. En cualquier caso, a la Viajera del Arte no le resulta difícil saber a qué obra se enfrenta: La persistencia de la memoria de Salvador Dalí, probablemente su pintura más famosa.

Un cuadro que supuso la consagración de Dalí

La Audioguía interrumpe sus cavilaciones para aportar, como siempre, algo más de información: “Salvador Dalí pintó La persistencia de la memoria en 1931, cuando ya contaba con cierto renombre”. Por aquel entonces el pintor llevaba viviendo en París desde 1927 y se había adscrito al movimiento surrealista. De hecho, el pintor catalán fue una pieza fundamental en la revitalización de dicho estilo, del que más tarde sería expulsado.

 

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