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Las maravillas de la España moderna II

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En medio de la discusión que las damas de la Junta de Damas de Honor y Mérito manteníamos sobre las maravillas de la España actual, los hijos de la duquesa irrumpieron en las instancias del salón del palacio de El Capricho. La pequeña Josefa Manuela, de tan solo seis años, discutía con su hermana Joaquina, de cinco, porque al parecer la una le había quitado a la otra un juguete. Una doncella corría tras ellas, pero la condesa le dijo que podían quedarse. Josefa, después de berrear un poco, se sentó en las rodillas de su madre, mientras que Joaquina se puso en las mías. Cuando las niñas se habían calmado, tras todas las atenciones de las mujeres de la sala, pudimos continuar con la charla.

El Alcázar de Toledo, de palacio de reyes a hospicio ilustrado

La elección de la cuarta maravilla no fue tan fácil como las anteriores. La condesa se decantaba por el reciente Palacio Real. Sin embargo, la mayoría de nosotras pensaba que ya había demasiado de Madrid en una lista que debía de repartirse, en la medida de lo posible, a lo largo de toda la geografía española, al igual que pasaba en la selección de las maravillas que de su tiempo hizo el Inquisidor. Nos pareció curioso el caso del Alcázar de Toledo, que durante toda la historia había desempeñado un papel importante como fortificación.

Porque, aunque con diferentes formas, el alcázar lleva ahí desde los tiempos de los romanos. Primero, como palacio. Después, con los musulmanes, como Al Qasar, denominación que le da su actual nombre. Con la Reconquista, el edificio sufrió muchas reformas, siempre con la intención de servir de morada regia. Pero la estructura que hoy podemos ver es la que nos dejó el Emperador Carlos V, que derribó toda aquella fortaleza con la intención de construir un edificio completamente nuevo dedicado a esta misma función. Función que, por cierto, nunca cumplió.