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La Casa Batlló, un sueño de mar capitaneado por un dragón

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En el Paseo de Gracia de Barcelona son muchos los edificios que llaman la atención del transeúnte. Es lógico si pensamos en que este fue el eje principal del Plan Cerdà, un plan urbanístico desarrollado en la segunda década del siglo XIX. Fue entonces cuando muchas familias ilustres construyeron aquí sus lujosas viviendas. Edificios que pasaron a competir entre sí, conformando la conocida Manzana de la Discordia, con el modernismo como estilo imperante.

Así que sí, en el Paseo de Gracia son muchos los edificios que llaman la atención del transeúnte. Pero quizás haya uno que aún sobresale por encima de los demás. El número 43 anuncia el preludio de un sueño de mar. El sol arranca reflejos de colores de las formas marinas de la fachada, los balcones tienen apariencia de máscara y las escamas de un dragón coronan la cima del edificio. Es la Casa Batlló, cuyo interior es, si cabe, aún más impresionante que su exterior.

Algunos han querido ver en esta fachada la representación de la leyenda de Sant Jordi, según la cual este santo rescató a una princesa tras matar a un dragón. El dragón aparecería representado en el tejado, atravesado por una espada que estaría reflejada en la torre que hay junto a este y, por último, la princesa, encarnada en el balcón más alto. Pero esta es solo una teoría, ya que Gaudí nunca dijo que fuera así

Breve historia de la Casa Batlló

Lo que sí sabemos seguro es que la Casa Batlló fue construida originariamente en 1877 de la mano del arquitecto Emilio Sala Cortés, profesor de Antonio Gaudí, en el marco del citado Plan Cerdà. Sin embargo, la vida del edificio que hoy conocemos empezó más tarde, en 1903, cuando fue adquirido por la familia del industrial textil Josep Batlló i Casanovas. Este empresario contrató a Gaudí y le dio permiso para derribar el edificio. Pero el artista consiguió hacer una reforma integral del inmueble sin la necesidad de derruirlo, dándole el aspecto que hoy conocemos.

Un viaje a las profundidades del océano

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Planta Noble de la Casa Batlló. | Shutterstock

Una vez atravesada la puerta de entrada, el espectáculo acuático comienza. El vestíbulo es la primera parada. El blanco y el azul son los colores que, desde este momento, acompañarán al visitante, junto a formas onduladas que ya anunciaba la fachada. Ya en la primera planta aguarda el que es el corazón de la Casa Batlló: la Planta Noble. Hablamos de esa zona del edificio, que puede verse desde la calle, conquistada por enormes ventanas de madera y vidrios de colores. Las ondulaciones del techo nos traen recuerdos de olas de espuma en movimiento.

Incluso nos llegan los sonidos de esa naturaleza que tanto inspiraba a Gaudí. Literalmente. Porque cada visitante tiene a su disposición una audioguía que mezcla música e información y que se activa tras pasar por determinados puntos de la visita haciendo de ella una experiencia totalmente inmersiva. Desde la Planta Noble, aguarda el jardín interior. En realidad, un patio de cerámica pensado para que los inquilinos disfrutaran en él de las horas crepusculares.

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Patio de luces de la Casa Batlló. | Shutterstock

Otro de los puntos más destacados de la Casa Batlló, uno en torno al que se estructura todo el edificio, es la escalera. Tan bonita que ni siquiera querremos usar el ascensor. La luz que se distribuye a través de ellas lo hace gracias al conocido como patio de luces, un patio interior diseñado para aprovechar al máximo las horas de sol. Porque, recordemos, una de las cosas que mejor se le daba a Antonio Gaudí era conjugar el arte con la funcionalidad. Así, el objetivo de este patio es que esa luz natural llegue a todas las habitaciones por igual. Y lo consigue: con ventanas que son más grandes cuanto más abajo están.

El ascenso a la superficie de la Casa Batlló

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Chimeneas de la Casa Batlló. | Shutterstock

El viaje continúa. Toda la visita a la Casa Batlló se ejecuta de abajo arriba, partiendo de un paisaje submarino hasta encontrarnos con esa luz del sol que la claraboya del patio interior moldea a su antojo. Esa luz que nos encuentra en la azotea, bañando las chimeneas de claro estilo gaudiano. Estamos en la superficie del mar, desde la que se pueden contemplar las vistas de Barcelona.

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Desván de la Casa Batlló. | Shutterstock

Justo aquí se sitúa el último punto de la visita, el desván, un espacio diáfano concebido para ejercer de planta de servicios. Un espacio donde estética y funcionalidad vuelven a conjugarse, esta vez en su máximo exponente. El blanco recuerda al paisaje Mediterráneo y los 60 arcos catenarios que decoran la estancia evocan la imagen del costillar de un animal. Quizás, el interior de ese dragón de leyenda que algunos siguen queriendo ver en un edificio que ha sido declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.