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Valle de Améscoa: de bosques encantados, cuevas y pueblos milenarios

Valle de Amescoa

Navarra puede y debe visitarse en cualquier época del año, en cualquier momento, pero es una opinión generalizada que el otoño le sienta mejor que ninguna otra estación. Más de la mitad del territorio de esta comunidad está cubierto de una vegetación que durante los meses de octubre y noviembre se tiñe de colores ocres, salpicando paisajes como el de la selva de Irati hasta acercarlos más a un cuento imposible que a la realidad. Tanta belleza resulta difícil de creer, pero existe, es la belleza navarra.

Mientras que rincones como el bosque mencionado, o el evocador valle del Baztán, se llenan de viajeros curiosos, otros permanecen todavía ocultos. Ocultos en la serenidad que concede no ser víctima de un turismo masivo, en el silencio que, como la belleza, también es navarro. Buscando algo así es como uno llega al valle de Améscoa, protagonista de este nuevo Rincón Escondido porque todavía no se ha descubierto como merece.

Descubriendo lo desconocido

Larraona en la distancia, en el valle de Améscoa
Larraona en la distancia, en el valle de Améscoa. | Basotxerri, Wikimedia

El valle de Améscoa es un valle de la Merindad de Estella, una de las cinco merindades en las que históricamente se ha dividido Navarra. Apenas ocupa 120 kilómetros cuadrados. Encajado entre las sierras de Urbasa y Lóquiz, este valle está habitado desde la prehistoria.

En su territorio hay espacio para numerosos paisajes en los que el hombre no ha tenido mucho que decir. La naturaleza es la que manda. Solo se la ha molestado para ir añadiendo senderos que facilitan conexiones o las numerosas rutas de senderismo que pueden recorrerse. Y, claro, las construcciones necesarias para desarrollar una vida diaria en el lugar, siempre entre los 900 y los 1100 metros de altitud.

Son numerosos los rincones que pueden descubrirse, pero en estas líneas vamos a localizar un entorno muy concreto para empezar a hacerlo: la Améscoa Alta, delimitada al norte por la sierra de Urbasa y el monte Limitaciones de las Améscoas, al sur por la sierra de Lóquiz y al oeste el valle de Arana, ya en Álava. Al este queda la Améscoa Baja, para otra ocasión.

Las posibilidades del valle de Améscoa

Pueblo de Larraona
Pueblo de Larraona. | Basotxerri, Wikimedia

El centro de operaciones para esta visita a la Améscoa Alta puede ser Larraona, un pueblo que ronda los mil años de antigüedad. Su posición fronteriza, a apenas unos minutos de Euskadi, condiciona buena parte de su idiosincrasia. Como siempre que se visita un lugar, es interesante conocer su historia. En el caso de Larraona, el visitante descubrirá, entre otras cosas, que fue uno de los pueblos saqueados por el ejército francés en el contexto de la Guerra de la Independencia Española.

En Larraona puede visitarse la monumental parroquia de San Cristóbal, uno de los templos más antiguos de la zona. Data del siglo XII y puede apreciarse bien su estilo románico, aunque las reformas posteriores hayan añadido elementos complementarios. En épocas pasadas Larraona llegó a contar con una diversidad de ermitas, pero hoy solo puede disfrutarse de la de Nuestra Señora de la Blanca, de finales del siglo XVIII, y de la ermita de San Benito, del siglo XVI, en los alrededores del pueblo. Todavía dentro de este, toca disfrutar de sus casonas tradicionales, de los escudos que todavía se conservan en los muros de estas, de recuerdos de otro tiempo como el antiguo lavadero y de la gastronomía de la zona, tan rica como uno pueda imaginar.

Ermita de San Benito
Ermita de San Benito. | Basotxerri, Wikimedia

Una vez que se abandona Larraona, toca andar. Recorrer los bosques y las montañas navarras, disfrutar del agua que corre en unos y otros, y tal vez llegar así a rincones verdaderamente escondidos como la cueva de los Cristinos. Su nombre, dicen, está relacionado con las guerras carlistas que caracterizaron el siglo XIX español. Este lugar pudo servir como refugio, cárcel o incluso cementerio de los caídos en el bando de María Cristina de Borbón-Dos Sicilia, también llamados cristinos.

La entrada a la cueva se encuentra en el mismo suelo, casi oculta. Hay que llevar iluminación si uno desea acceder y tener cuidado a la hora de descender por las escaleras dispuestas para ello. La sensación de estar adentrándose en un lugar salvaje, casi prohibido, es total. Hay un punto de aventura en la cueva de los Cristinos que no se tiene en otras mucho más populares de España. En el interior, sorprenden las formaciones habituales de las grutas, desde estalagmitas hasta estalactitas, y un pequeño lago de aguas azules.

Una aventura semejante se vive en el llamado bosque encantado de Artea. Sus curiosas formaciones rocosas, junto con la abundante vegetación que caracteriza al paisaje navarro, forman unos pasajes bellísimos. Es un bosque pequeño, pero es de película. Su encanto se intensifica en otoño, cuando las hojas caídas cubren por completo una tierra de la que, en ocasiones, sobresalen los troncos cubiertos por el musgo. Uno se siente diminuto en medio de una naturaleza tan inmensa.

Por qué no lo conocíamos antes

Valle de Améscoa
Valle de Améscoa. | Shutterstock

Por lo mismo que se ha dicho en ocasiones anteriores, repasando, por ejemplo, el encanto de la isla de Sálvora, mucho más desconocida que sus compañeras dentro del Parque Nacional de las Islas Atlánticas de Galicia. Si este valle de Améscoa en todavía un desconocido para el viajero es porque en Navarra hay numerosos rincones que, por belleza o historia, se han llevado de manera general todas las miradas. Es lógico que los Pirineos susciten el interés que suscitan, lo que provoca que esta frontera entre Navarra y Euskadi todavía esté por explorar. Como siempre, nuestro consejo es el siguiente: atreverse a ir más allá de lo que apuntan las grandes listas de recomendaciones. Es así como se descubren rincones escondidos en los que uno va a querer quedarse, como este valle de Améscoa.