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La furia y la tragedia: la revuelta del arrabal de Saqunda

La revuelta del arrabal de Saqunda

Tan pronto corrió el rumor, los habitantes del arrabal cordobés se sumaron a la lucha. El boca a boca había hecho mucho: en Saqunda ya no había susurros atemorizados sino voces que se alzaban sobre el rumor del río. Estaban exhaustos. No tenían ya ni fuerza ni paciencia para soportar más jornadas de incansable trabajo mientras permanecían sometidos a las crudas condiciones del emir, a su violencia y su despotismo. Se estaban perdiendo vidas, así que qué importaba que unas cuantas personas más perecieran en el asalto si con ello recuperaban la libertad. Por esa libertad empezaron los rumores y por ella marchaban. Aquellos que no pudieron sumarse contemplaron orgullosos a los que partían con la determinación de exigir unos derechos que les habían negado durante años. Emplearían la violencia de ser necesario. Al fin y al cabo, el emir no había conocido otra forma de gobernarlos que mediante la brutalidad y la crueldad.

Así que cuando unos y otros comenzaron a decirse que tal vez había llegado el momento de tomar las escasas armas que tenían para asaltar el alcázar, la desesperación impulsó esa idea y los llevó hasta ese día. Hasta ese momento en que cruzaron el Guadalquivir para, frente a la Puerta del Puente, enfrentarse a los cientos de guardias que custodiaban las murallas. Al-Hakam I había sido siempre un hombre paranoico que no había permitido un error en sus líneas de defensa, pero no esperaba, aquel día, enfrentarse a más de 20.000 personas enfurecidas. El pueblo se alzó aquel día. Pero Al-Hakam respondió.

 

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