Por el contrario, éste rey de solo 17 años se dedicó a organizar torneos hasta conquistar a la viuda de su abuelo Germana de Foix, así como a repartir los principales empleos del reino entre amigos sin experiencia. Causó especial perplejidad que el trascendental cargo de arzobispo de Toledo (y Primado de España) se le encomendara a un flamenco de 20 años. Muy pronto, los predicadores de las órdenes religiosas se convirtieron en los portavoces del descontento por la actitud del rey y de su séquito; aparecieron clavados pasquines con textos como el siguiente: “Tu, tierra de Castilla, muy desgraciada y maldita eres al sufrir que tan noble reino como eres, sea gobernado por quienes no te tienen amor”.
Un año después de haberse presentado ante las Cortes, y sin todavía haber llegado a ganarse la confianza de las fuerzas vivas del reino, Carlos I fue elegido emperador. Por eso Castilla pasaba a ser una parte más de un Imperio cuyo centro de decisión estaba a miles de kilómetros; algo sin precedentes para Castilla. A comienzos de abril de 1520 los procuradores que representaban a las ciudades en las Cortes fueron convocados en Santiago de Compostela. Se creó un ambiente muy hostil hacia el joven rey porque ya se sabía que el motivo sería la votación de nuevos impuestos para el pago de los votos de los príncipes electores del cargo imperial, así como para el pago de los fastos de la aceptación del honor. En Salamanca predicadores divulgaron escritos animando a resistirse, en los que emplean por primera vez el término “Comunidades”; en tanto que el pueblo de Toledo impidió la salida de sus procuradores a Cortes, haciéndose cargo del gobierno de la ciudad.
Al fallarle sus representantes legales, los ciudadanos empezaron a elegir a unos nuevos líderes de estas comunidades, preparándose el ambiente para que se produjera la sublevación de los comuneros (el nombre que se fue extendiendo).
En San Francisco les salieron al paso el prior de ese convento —que resultó ser el hermano del procurador— y todos los monjes. Los franciscanos se arrodillaron ante la multitud, rogando que no lo mataran. Mientras tanto, el pobre Tordesillas imploraba que le dejaran confesarse. Los amotinados autorizaron a uno de los franciscanos para que le escuchase su confesión. Pero como quiera que el monje le retiró la soga del cuello para que pudiera hablarle con claridad, los sublevados le arrebataron de las manos al desgraciado antes de que le diera tiempo a finalizar la confesión y darle la absolución.
Iban acompañados de algunos caballeros armados con espadas que exigieron que soltaran el infeliz. Pero la turba se impuso, dirigiéndose con el prisionero hacia el patíbulo en el que colgaban los cadáveres de los dos alguaciles asesinados los días anteriores. Y cuando subieron al procurador hasta el cadalso, resultó que éste ya había muerto por asfixia (a causa de los tirones de la soga). Como escarmiento, el cuerpo de Tordesillas fue colgado del cuello junto a los de los otros dos. Era el 30 de mayo de 1520; fecha en la que la sublevación de los comuneros tomó carta de naturaleza.
Diez días después del linchamiento de Segovia el regente Adriano de Utrecht ordenó a Rodrigo Ronquillo –alcalde de Zamora‒ investigar la muerte de Tordesillas y castigar a los culpables. Lo que hasta entonces había sido el motín se transformó en la sublevación de los comuneros de Castilla.
Para continuar esta historia véase la página La quema de Medina del Campo y la Guerra de las Comunidades.
Texto de Ignacio Suárez-Zuloaga e ilustración de Ximena Maier