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Pedro vs. Enrique: crónica de la primera guerra civil castellana

Crónica de la primera guerra civil castellana

La primera guerra civil castellana fue además una guerra familiar. Se dio justo después de atravesar el ecuador del siglo XIV, entre los años 1351 y 1369. Tuvo como protagonista a un hombre que, valga la redundancia, ya ha sido protagonista de otro de nuestros textos históricos: Pedro I de Castilla, el Cruel para unos, el Justiciero para otros. En esta figura habría que profundizar más de lo que se ha hecho, pero atendiendo a sus apodos es fácil hacerse una idea de lo controvertido que fue su papel en la historia. Frente a él, Enrique II de Castilla, su medio hermano, que juró y perjuró no abandonar Castilla hasta no haberle arrebatado el trono (y la vida). He aquí su historia.

Presentación de los personajes protagonistas

Monasterio de las Huelgas, donde nació Pedro I de Castilla
Monasterio de las Huelgas, donde nació Pedro I de Castilla. | Shutterstock

Pedro nació fruto de la unión de Alfonso XI de Castilla y María de Portugal, de quien fue heredero. No fue concebido como tal, pues antes que Pedro estuvo Fernando, pero murió cuando ni siquiera el protagonista había nacido. En cualquiera de los casos, lo cierto es que Pedro nunca tuvo la atención completa de su padre, que a pesar de su matrimonio prefirió pasar los días junto a su amante, Leonor de Guzmán, con quien formó una familia numerosa. En el calor de ese hogar fue donde nació el otro protagonista de esta historia: Enrique.

Alfonso XI falleció en 1350, durante el cerco de Algeciras, consecuencia de un brote de peste negra. Entonces todo cambió. Pedro se convirtió en Pedro I de Castilla y, con tan solo 15 años, subió al trono. Fue Enrique quien, entonces, quedó desatendido. Sin la protección del monarca fallecido, su familia no era más que una familia noble castellana como tantas otras. A pesar de que el joven ya había sido adoptado por Rodrigo Álvarez de las Asturias, conde de Trastámara, de quien heredó el título en 1345, su familia perdió el poder que les había dado su gran cercanía al rey.

A sus 15 años, Pedro no estaba demasiado interesado en gobernar y dejó los asuntos del reino en manos de Juan Alfonso de Alburquerque, un aristócrata de origen portugués que miró, sobre todo, por sí mismo. Empleó la figura del rey como excusa para campar a sus anchas por el reino y acabar con sus enemigos, generando así un gran malestar en sus coetáneos. Mientras tanto, Pedro parecía preferir la compañía de grupos que hasta entonces habían sido más bien ignorados, como la comunidad judía o la nobleza más baja.

Dos hechos tuvieron especial relevancia en el inicio de la enemistad entre los medio-hermanos. En primer lugar, el asesinato de la madre de Enrique, Leonor de Guzmán, ordenado por la reina viuda, María de Portugal. Por otro lado, un acontecimiento completamente diferente: Pedro encontró el amor. En un viaje al norte conoció y se enamoró de María de Padilla, de quien no se separó desde entonces, casi imitando los pasos que había dado su padre con Leonor de Guzmán. Consecuencia de esto, y a pesar de su matrimonio con una sobrina del rey de Francia, Blanca de Borbón, Pedro cambió definitivamente sus círculos. Se alejó de la reina madre, de Alburquerque, quien había orquestado ese enlace, y de todos sus antiguos consejeros. Aquí comenzaron también los celos y recelos de la nobleza.

Pedro, por cierto, consiguió anular su primer matrimonio solo para casarse de nuevo, en esta segunda ocasión con una noble llamada Juana de Castro. De ella también se alejó inmediatamente después del enlace, lo que no hizo más que incendiar las sensaciones negativas que había con respecto a su reinado… Y añadir una nueva familia a su ya por entonces larga lista de enemigos. El clima no era el mejor y la guerra no tardó en estallar.

El conflicto

Escultura de Pedro I de Castilla, perteneciente a su desaparecido monumento funerario en el Convento de Santo Domingo el Real
Escultura de Pedro I de Castilla, perteneciente a su desaparecido monumento funerario en el Convento de Santo Domingo el Real. | José Luis Filpo Cabana, Wikimedia

Castilla quedó así dividida en dos bandos. Por un lado, Enrique de Trastámara, que terminó aliándose con Alburquerque para encabezar la revuelta contra el legítimo rey. Por otro lado, claro, este mismo: Pedro I de Castilla, a quien el pueblo tenía en consideración por la promulgación de leyes que impulsaban el comercio, la artesanía y en general la situación de las clases no tan favorecidas. Pedro el Justiciero para ellos, Pedro el Cruel para sus enemigos, que criticaban tanto el foco de su gobierno como los castigos infringidos a quienes se mostraban contra él.

En octubre de 1354, Albuquerque murió y Enrique de Trastámara pasó a encabezar la rebelión. Durante aquellos años, Pedro se mostró especialmente cruel contra los rebeldes. Conquistó Toledo y Toro, ya en 1356, consiguiendo importantes victorias para su bando y provocando que Enrique huyese a Francia. Fue entonces cuando el monarca, aprovechando la calma, declaró la guerra a Aragón.

Entre 1356 y 1361, el ejército castellano invadió el reino aragonés, que contó de inmediato con el apoyo de Enrique de Trastámara. A medida que Pedro se fue desgastando en esta guerra, su principal enemigo fue ganando poder, confianza y apoyos. Fue entonces cuando consideró regresar a Castilla. Cuentan las crónicas, por cierto, que cuando volvió a pisarla tomó un puñado de arena entre sus manos y juró no volver a marcharse. Se había autoproclamado rey y la imagen que proyectaba era la de un hombre poderoso, así que continuó ganando aliados. Pedro, por su parte, había huido en busca de la ayuda de Eduardo III de Inglaterra. Fue el principio del fin para él.

El desenlace de la historia

Sepulcro de Enrique II en la capilla de los Reyes Nuevos de la Catedral de Toledo
Sepulcro de Enrique II en la capilla de los Reyes Nuevos de la Catedral de Toledo. | Tiberioclaudio99, Wikimedia

El soberano de Inglaterra le proporcionó la ayuda reclamada y Pedro I de Castilla regresó en 1367 con un gran ejército. De hecho, obtuvo una importante victoria en Nájera, obligando a Enrique a retroceder de nuevo en sus propósitos. Pero el tiempo pasaba, las batallas se sucedían y los soldados ingleses no recibían las compensaciones prometidas, así que terminaron por abandonar el reino y a Pedro I de Castilla a su suerte. Los combates se sucedieron durante un par de años, hasta que finalmente Enrique de Trastámara cercó a su medio hermano en la fortaleza de Montiel.

Fue el propio Enrique quien terminó con la vida de Pedro, en un episodio que generó una anécdota bastante popular. Sabiendo que la derrota estaba asegurada, Pedro se puso en contacto con un caballero francés que se encontraba en el campamento de Enrique, con el objetivo de que le facilitase la huida a cambio de futuros favores. Este aceptó y Pedró confió en su promesa.

La noche que estaba establecida para llevar a cabo la huida, Pedro acudió a una posada a encontrarse con el francés. Cuál fue su sorpresa cuando, momentos después, apareció Enrique armado como si la auténtica batalla fuera a darse allí. Llevaban tanto tiempo sin verse que no se reconocieron, dicen también las crónicas. Los dos hermanos se enzarzaron en una pelea que, al final, ganaría Enrique con la ayuda de ese caballero en el que Pedro había confiado. El francés, en un rápido movimiento, derrumbó al todavía monarca, dejándolo a merced de su adversario. “Ni quito ni pongo rey, sino ayudo a mi señor”, dijo. Pedro cayó y Enrique atacó. Fue el golpe mortal.

Pedro I, el Cruel o el Justiciero, falleció así a manos de Enrique, que fue proclamado rey. Enrique II de Castilla instauró a la dinastía Trastámara en la corona de Castilla. Parece que desde entonces impulsó una auténtica campaña de publicidad contra la imagen de Pedro, por si habían quedado dudas. Claro que lo suyo no fue mucho mejor, pues a partir de entonces fue conocido como “el Fratricida”. Finalmente, falleció en 1379, en Santo Domingo de la Calzada, tras haber reinado durante diez años.