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SUEÑO DE UNA NOCHE DE VERANO ¿contemporáneo?

El Sueño de una noche de verano es una de las obras teatrales más representadas de la historia. Esto supone una ventaja y un reto para el director de una nueva representación: ventaja es que el título `vende´ a quienes no la han visto todavía, pues la gente considera que es una de esas funciones que `hay que ver´ (para que a uno se le considere culto), desventajas son las excelentes adaptaciones teatrales y películas que ya se han hecho sobre dicho argumento (con las consabidas comparaciones). Por lo tanto se trata de un proyecto como para afrontar con cuidado.

Éste clásico entre los clásicos de nuestra comedia lo sigue siendo por la extraordinaria belleza de sus textos y por los golpes de humor, especialmente en su último acto; pero tiene la desventaja de que el contexto y el asunto amoroso resultan completamente anacrónicos, además de un maravillosamente absurdo ejercicio de vanidad y superficialidad desde el principio hasta el final. Por ello choca que el director Darío Facal destaque en el programa de mano “la contemporaneidad de sus reflexiones”, una vigencia que concreta en lo siguiente: “la necesidad carnal que se alcanza a través de la mirada” (como si en esta época hubiera continencia sexual y represión), “la libertad entendida como superación del miedo con el que se nos pretende controlar” (no lo entiendo) y “la lógica del sueño…” (incomprensible) “…con sus resonancias y relaciones imprevistas…” (y sigue con más incomprensibles aseveraciones). Escribo esto porque tengo la sensación de que el propio director no se sabe lo que aporta esta obra hoy en día, representada en el contexto de una sociedad radicalmente distinta a la de la Inglaterra de finales del siglo XVI; unos mecenas de Shakespeare que se divertían —con el espíritu más renacentista— fantaseando con personajes de la Antigua Grecia. Esta crítica continúa con la necesidad de que una obra de estas características disponga de un prólogo adecuado en el programa de mano, pues para quienes no la hayan visto antes resulta muy difícil de entender la sucesión de acontecimientos del comienzo de la función. Para eso está el programa de mano, para situar al espectador. Puestos a mejorar la inserción del público en la trama, convendría también animar expresa y claramente a los espectadores a ponerse las gafas de 3D que se reparten con el programa de mano; el día que yo asistí a la función, entre las primeras seis filas de espectadores fui la única persona que me las puse.

Entrando en la valoración de la representación en si misma, las actuaciones consigue entretener y distraer de la deficiente dirección de la obra en sus compases iniciales. Me llamaron especialmente la atención las actuaciones de Agus Ruíz en el papel del actor `Trasero´ y de Emilio Gavira como el `hado´ Puck; muy convincentes. En el marco del decorado onírico – surrealista – contemporáneo que preparó María del Prado, resultó un alivio que incluyera una pantalla que iba anunciando el momento del día en el que ocurrían los hechos, una ayuda escenográfica imprescindible. Para mi sorpresa, al final de la función hubo insistentes aplausos. Con El sueño de una noche de verano pasa como con El Quijote y La Biblia, se trata de un título que infunde tal veneración que muchos sienten la necesidad de aplaudirlos aunque no lo entiendan.