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Los evocadores paisajes de ‘El verano que vivimos’: de Galicia a Andalucía

Lugares de rodaje de 'El verano que vivimos'

El verano que vivimos se rodó en el verano de 2019. Carlos Sedes, el director de la película, sabe bien cómo hacer que esto cuente: que hable el ambiente, el clima y la estética. Que el espectador se quede embobado con los paisajes que componen esta historia ambientada entre dos épocas. Ambas están bien reflejadas en la cinta, sirviéndose Sedes de aspectos como el color de las imágenes o, por tomar el elemento que nos ha traído hasta aquí, los escenarios en los que se ambienta la película. A por esos paisajes, a por sus lugares de rodaje, vamos para descubrir parte de la magia que compone El verano que vivimos.

Los escenarios de El verano que vivimos

El cine es un estupendo descubridor de rincones. Siempre ha sido así, pero últimamente, cada vez más, el turismo destinado a recorrer escenarios de rodaje es cada vez más deseado. Como prueba, las rutas relacionadas con Juego de Tronos o el interés que ha suscitado los lugares de rodaje en España de The Crown. Al espectador le interesa conocer de primera mano los lugares que ha visto reflejados en las historias que ha amado. El viaje al que nos invita El verano que vivimos nos lleva del norte de Galicia al sur de Andalucía, pero antes vamos con la historia.

Sinopsis de la película

Año 1998. Isabel (Guiomar Puerta) empieza sus prácticas como periodista en el diario de un pequeño pueblo de costa de Galicia. Su cometido, como recién llegada, es encargase de la gestión y redacción de las esquelas. Aunque en un principio se muestra tremendamente decepcionada por esta función, entre tanta monotonía termina descubriendo una historia de amor imposible, acaecida cuarenta años antes, que le lleva a recorrer la geografía española.

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La luz especial de Andalucía

Jerez de la Frontera
Jerez de la Frontera. | Shutterstock

Este recorrido de Isabel conduce al espectador hasta los paisajes de Andalucía, donde esperan Lucía (Blanca Suárez) y Gonzalo (Javier Rey). Y los amaneceres, los atardeceres y las viñas. Con este último aspecto nos quedamos, porque las postales que se forman en las viñas, con esa luz especial de Andalucía, son espectaculares. Ese aire de verano, donde todo parece posible, donde el tiempo funciona de otra manera, se transmite a la perfección. Color y calidez, así es esta historia del pasado, ambientada en unos años 50 donde uno trataba de buscar la luz entre tanto impedimento.

La ruta por Andalucía apunta hacia rincones señalados como Jerez de la Frontera, localidad que tiene uno de los cascos históricos más interesantes de la comunidad. Uno puede empezar a comenzar su idiosincrasia a través de su fortaleza del siglo XI, sus palacios o su tradición ecuestre. Pero la intimidad buscada por los protagonista nos lleva a abandonar las calles.

Faro de Trafalgar
Faro de Trafalgar en la distancia. | Shutterstock

Si hay algo evocador son los faros. Esa sensación de soledad, de enfrentarse a las mareas, de espera. Una de las imágenes más bonitas de El verano que vivimos llega ante el faro de Trafalgar, alzado en torno al año 1860, por lo que también lleva consigo lo antiguo.

El espectador encontrará la belleza definitiva en el Parque Nacional de Doñana, uno de los ecosistemas más peculiares de España. Es ahí, y en playas como la de Rota o Zahora, donde termina de cobrar todo significado esa luz especial de Andalucía.

El aura especial de Galicia

Barrio de Canido
El barrio de Canido deja imágenes como esta. | Shutterstock

El verano que vivimos, como se ha dicho, vive entre dos épocas, así como vive entre dos lugares. El presente más reciente, ambientado en realidad a finales del siglo XX, traslada al espectador hasta el norte de Galicia. La investigación comienza en una ciudad gallega ficticia, que ha tomado prestados ciertos elementos de Ferrol. Destaca el mural que recibe en los primeros minutos, que puede encontrarse en el colorido y original barrio de Canido. Si este lugar se ha popularizado en los últimos años es, precisamente, porque se ha llenado de arte. Arte trasladado a la pantalla.

Ermita de Santa Comba en la distancia
Ermita de Santa Comba en la distancia. | Shutterstock

No es la primera vez que Carlos Sedes traslada su tierra a la pantalla. Ya demostró en Fariña (2018) que sabe bien cómo capturar lo salvaje de las Rias Baixas. En El verano que vivimos, en cambio, lo último que uno siente al pensar en Galicia es paz, por esa imagen de la solitaria ermita de Santa Comba frente al Cantábrico. Salvaje o serena, el aura de Galicia siempre está: esa nostalgia, ese misterio, esa serenidad y esa belleza. Y todo esto, la luz y el aura, está en El verano que vivimos.