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La Concordia de Girona, un momento clave para los templarios de Aragón

Castillo de Monzón

El testamento imposible de Alfonso I, conocido como El Batallador, tardó en resolverse. Tres años antes de morir, el monarca del Reino de Aragón decidió dejar sus tierras, también sus bienes, en manos de tres grandes órdenes religiosas: la Orden del Santo Sepulcro de Jerusalén, la Orden de los Hospitaliarios y la Orden del Temple, los templarios de Aragón. Alfonso I fallecía en 1134, víctima de las heridas sufridas en la batalla de Fraga, dejando a su reino sumido en la confusión. Casi una década después, no habían encontrado una solución definitiva para este conflicto.

El aprecio y el respeto que Alfonso I sentía por estas órdenes en general, y por los monjes guerreros del Temple en particular, puede advertirse en esta decisión. Llama la atención que otras órdenes creadas por el propio monarca, como la cofradía de Belchite, quedaran fuera de la ecuación. Los colmó de gloria y privilegios en sus inicios, pero cayeron en el olvido cuando estos caballeros que arrastraban el polvo de las primeras cruzadas en Tierra Santa llegaron a España. Nueve siglos más tarde, encontramos en este testamento de Alfonso I la prueba irrefutable del poder que adquirieron. De esta historia, en cualquier caso, no se habían escrito más que los primeros capítulos cuando El Batallador falleció.

 

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