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Descubre la magia de las Villas de Madrid

anorámica de la Plaza Mayor de Chinchón

Las Villas de Madrid son un secreto a voces. Un murmullo que flota en el viento, entre las hojas de los árboles de la sierra madrileña. A veces se transforman en el trino de un pájaro que descansa entre las ramas de los Jardines del Retiro. Allí, gorriones, petirrojos y mirlos pasan la tarde comentando sus aventuras lejos de la gran ciudad. Como ellos, únicamente es necesario dejarse llevar por ese murmullo y permitir que actúe la magia.

Las Villas

Las Villas aparecen sin esperarlo rodeando los horizontes de una capital llena de luz. Hay que dejar atrás grandes avenidas, museos, tiendas y teatros. Allí donde la geografía urbana comienza a difuminarse dejando paso a un universo rural que conserva toda su esencia. Allí es hacia donde hay que dirigirse.

Imagen, de cerca, del Castillo medieval de Manzanares el Real
Castillo de Manzanares el Real. | Shutterstock

Once localidades, de menos de 20.000 habitantes, en las que la quietud es una forma de vida. Más tangibles y reales a cada kilómetro, todas conforman destinos de calidad y especiales. Una escapada romántica, excursiones en familia, una travesía gastronómica o una jornada dedicada al deporte al aire libre o al turismo cultural… Todo esto es posible en las Villas de Madrid, sin olvidar el regalo de apagar el móvil y las preocupaciones por un tiempo.

Buitrago, Chinchón, Colmenar de Oreja, Manzanares el Real, Navalcarnero, Nuevo Batzán, Patones, Rascafría, San Martín de Valdeiglesias, Torrelaguna, Villarejo de Salvanés… Son lugares que, una vez se conocen, no se olvidan. Como pañuelos que un mago va sacando de su manga, las Villas de Madrid se van sucediendo, coloridas y mágicas. Las posibilidades son infinitas y es difícil elegir por cuál empezar. Puede que sea el momento de lanzar una moneda al aire.

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Empieza la magia

Vista de la villa de Colmenar de la Oreja, destacando su torre campanario
Vista de Colmenar de la Oreja. | Shutterstock

A menos de una hora de Madrid, Chinchón ofrece reposo ante el escenario cinematográfico de su plaza Mayor. Soportales, galerías y casas solariegas forman un conjunto singular donde el Parador de Turismo, antiguo convento agustino, invita al descanso. De cine saben en Villarejo de Salvanés, gracias a su impresionante colección de maquinaria. Impresiona además la torre del homenaje, intuición palpable de un pasado de película.

La plaza Mayor destaca también en Colmenar de la Oreja. En sus centenarias bodegas puede saborearse un vino de Madrid planificando la visita a la hermosa casa de los Siete Patios y su museo. Asimismo el vino protagoniza la mesa y el paisaje de Navalcarnero, donde los ríos Guadarrama y Alberche serpentean entre viñas. Del mismo modo, las cepas se hunden en la tierra de San Martín de Valdeiglesias, donde los embalses de Picadas y San Juan conjuran el estío. La cultura vinícola y gastronómica ha tomado también el rincón ilustrado de Nuevo Batzán. Una suerte de fantasía navarra diseñada por Churriguera.

Monasterio de Santa María del Paular, en Rascafría, con las montañas al fondo
Monasterio de Santa María del Paular en Rascafría | Shutterstock

Manzanares el Real significa sumergirse en una fábula de caballeros y castillos. Un encantamiento que asciende hasta la montaña de la Pedriza. Una naturaleza que absorbe, al igual que en Rascafría, donde el río Lozoya y los bosques son espectáculo en cualquier estación. Concluir con una visita al monasterio del Paular y un manjar otoñal de caza y setas será un final perfecto.

Persiguiendo al río, sobre su curso, se encuentra la fortaleza de Buitrago de Lozoya. Travesía amurallada a través de un casco histórico conservado en un medievo que se evapora ante las obras del Museo Picasso. Más o menos a media hora las calles se llenan de nombres ilustres, entre ellos el cardenal Cisneros. Un personaje que dejó su impronta en Torrelaguna en forma de la iglesia de Santa María Magdalena, el convento o el antiguo hospital. De fondo, siempre el sonido del agua del Valle Medio del Jarama.

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Panorámica del pueblo Patones de Arriba, medio oculto entre las montañas, con sus características construcciones de pizarra
Patones de Arriba. | Shutterstock

Poco a poco todas las villas se dejan ver, incluso Patones, la más escondida. Un paisaje partido por la mitad, Arriba y Abajo, a través de la senda ecológica de El Barranco. Los pueblos se mimetizan con la naturaleza en un refugio de intimidad coloreado de pizarra y verde.

A vista de pájaro se intuye la magia de las Villas de Madrid pero en las distancias cortas es donde el hechizo es inevitable. Un encantamiento de vida lenta, naturaleza, gastronomía e historia del que es imposible escapar.