Una vez flanqueada la puerta de hierro, en la carretera Guadarrama-El Escorial, arranca una vía en la que, pasados unos 2 kilómetros, sorprenden cuatro grandes monolitos cilíndricos de granito de 11,50 m de altura por 1,50 m de diámetro y unas 50 toneladas de peso.
Estos monolitos, situados dos a cada lado, conocidos como “Los Juanelos” son obra del ingeniero italiano Juanelo Turriano. Labrados en el siglo XVI para ser utilizados como contrapeso para subir el agua del río Tajo a la parte alta de la ciudad de Toledo, fueron recuperados en 1948 y tras un complicado traslado.
Se colocaron en el lugar llamado Buenavista, punto en el que comienzan las catorce Estaciones del Vía Crucis que termina en el interior de la basílica.
Después de un recorrido de 6 kilómetros se llega a una gran explanada de tres alturas desde donde se divisa el conjunto monumental, compuesto por la gran Cruz, la entrada a la Basílica, la Abadía Benedictina, la Arquería, y en el lado opuesto, la Hospedería.
Sobre el risco de la Nava se alza la gigantesca Cruz, (150 m de altura por 46,40 m de ancho a la altura de los brazos), el elemento que identifica realmente al Valle de los Caídos, visible desde muchos kilómetros de distancia.
La Cruz se construyó sin andamios, desde dentro, con escaleras y un montacargas en el lugar del ascensor actual. La estructura del conjunto es de hormigón armado reforzado con un bastidor metálico y recubierto con cantera labrada y mampostería.
En su base se sitúan los cuatro evangelistas y en el cuerpo intermedio las virtudes cardinales, obras del extremeño Juan de Ávalos, esculpidas en piedra negra de Calatorao (Zaragoza).
Hay que ver en el Valle de los Caidos desde cerca la gigantesca cruz y desde allí contemplar las vistas del valle; para ello se puede ascender a pié por un camino o emplear el funicular (asegurarse en la web de si el mismo está operativo).
Un funicular sube hasta los pies de la Cruz, desde donde se divisan unas impresionantes vistas. Una opción alternativa es tomar el camino a pie, con rampa y escaleras, que se sitúa en la parte trasera del cerro.
unque a causa de unos desprendimientos de piedras de las esculturas de Ávalos (la piedra de Calatorao ha sufrido fisuras), actualmente el funicular no está en servicio y el camino peatonal se ha cerrado.
A ambos lados de la puerta de la Basílica se abren dos brazos de arcos a cada lado, creando un primer espacio circular formado por cinco arcos que se conoce como Arquería. Los casetones verticales de los arcos están forrados de mármol negro pulimentado.
Una pesada puerta de bronce, con escenas de los Misterios de la Vida de Jesús, obra de Fernando Cruz Solís, da acceso a la Basílica subterránea, excavada en el granito de La Nava.
Sobre la puerta se aloja una impresionante Piedad, obra de Juan de Ávalos, que también ha sufrido desperfectos y está en restauración.
En el interior de la basílica dos gigantescos ángeles con espadas —obra de Carlos Ferreira— custodian la entrada, al modo de ángeles del Paraíso.
Parece ser que fueron fundidos con el bronce de cañones simbolizando el final de la guerra. Una gran reja de forka —obra de José Espinós— da acceso al templo.
La nave se excavó a un nivel más bajo que el presbiterio, rompiendo así la monotonía. Además, se amplió su anchura hasta los 18 metros, doblando así la medida original, para evitar una sensación de claustrofobia. Seis capillas laterales están dedicadas a la Virgen como Patrona de los Ejércitos: La Inmaculada Concepción, Patrona de España y del Ejército de Tierra; la Virgen del Carmen, Patrona de la Armada; La Virgen de Loreto, patrona del Ejército del Aire, etc.
Cada capilla custodia dos Apóstoles en alabastro de Ramón Mateu y un tríptico de estilo gótico flamenco, obras realizadas sobre cuero repujado en el siglo XX por la familia Lapayese.
En los espacios que quedan entre las capillas cuelgan ocho tapices con escenas del Apocalipsis, copias de gran valor de originales flamencos del Palacio de la Granja.
Al final de la nave, tras subir unas escaleras, ocho esculturas de encapuchados cabizbajos homenajean a los caídos en la guerra civil española, cuatro figuras enfrentadas a cada lado representan los dos bandos. Se dice que el gesto de la cabeza baja muestra arrepentimiento y la reconciliación entre hermanos.
En el crucero se alcanza la máxima altura, 41 metros. A la izquierda, una loseta marca un curioso acceso a un Laboratorio de Geodinámica y de Mareas Terrestres, centro de detección de terremotos y de otros estudios científicos, que cuenta con otra instalación en la base de la Cruz.
En el centro del crucero, sobre el altar de granito, se alza un Cristo crucificado en madera de enebro, esculpido por el escultor Julio Beobide y policromado por Ignacio Zuloaga. Sobre él, la bóveda está decorada con un mosaico de Santiago Padrós, de estilo bizantino y románico.
En el centro, el Pantocrátor y, debajo, la representación del Triunfo o la Exaltación de la Santa Cruz, titular del santuario. Frente a él aparece la Asunción de la Virgen y a los lados, los caídos.
El propio Padrós y su esposa figuran entre los retratados e incluso Miguel de Unamuno está representado como San Raimundo de Fitero. Bajo la bóveda, imponentes, se sitúan cuatro enormes arcángeles de bronce, de Ávalos.
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