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El desconocido pueblo medieval cerca de Ávila

Bonilla de la Sierra, El desconocido pueblo medieval cerca de Ávila

A veces, los pequeños pueblos esconden grandes historias. Son pueblos que vivieron momentos de esplendor, aunque con el tiempo cayeran en el olvido. Es fácil pasarlos de largo en el camino hacia destinos de más renombre. Sin embargo, si el azar o la curiosidad llevan a ellos, es difícil resistirse a sus encantos. Este viaje hace escala en uno de esos pueblos desconocidos, en un rincón de Ávila que fue residencia de obispos y que alojó a nobles y reyes.

El esplendor de una antigua villa episcopal

A medio camino entre la capital de la provincia y El Barco de Ávila se esconde una diminuta villa de aires medievales. Desde la distancia, las siluetas de un recoleto castillo y de una iglesia de aspecto singular dan pistas de su pasado señorial, aunque hay que adentrarse en ella para descubrir que esos tesoros esconden una larga y apasionante historia.

Este es uno de esos pueblos que lucha por salir del pozo oscuro que es el olvido y para ello reivindica su pasado. Un pasado esplendoroso que todavía se respira en muchos rincones de su pequeño casco urbano. Durante siglos, en una época en la que la Iglesia tenía un enorme poder, Bonilla de la Sierra fue lugar de veraneo de los obispos de Ávila. Aquí pasaban varios meses al año y desde aquí dirigían sus asuntos, acompañados siempre por sus más que numerosos séquitos.

Pinceladas de la historia de Bonilla de la Sierra

Vista aérea de Bonilla de la Sierra
Vista aérea de Bonilla de la Sierra. | Shutterstock

Aunque su trazado sea típicamente medieval, Bonilla de la Sierra conserva restos de antiguos pueblos vetones y de la época romana. Pero fue en la Edad Media cuando la villa creció y alcanzó renombre, gracias a que el papa Honorio III se la concedió al entonces obispo de Ávila, Domingo Blasco.

Bonilla de la Sierra se convirtió en villa de jurisdicción episcopal e inició un periodo de esplendor. En solo unos años, la residencia veraniega de los obispos de Ávila gozaba de prosperidad, se había construido un palacio-fortaleza y una muralla rodeaba la villa.

En esos tiempos fue, además, escenario de notables episodios históricos. Uno de ellos, el sínodo de 1384 en el que se redactaron las Constituciones Sinodales de Bonilla. Otro, las Cortes de la Corona de los reinos de Castilla y León de 1440, cuyo fin no era otro que apaciguar los ánimos en un momento especialmente turbulento. Fue en esa época cuando el castillo tuvo un ilustre huésped: el rey Juan II.

La desamortización de Mendizábal marcó el inicio de la decadencia de Bonilla de la Sierra. A pesar de ello, la localidad conserva parte de su antigua prestancia y un innegable encanto medieval, además de edificios y rincones maravillosos que recuerdan su pasado.

Descubriendo Bonilla de la Sierra

Calle en Bonilla de la Sierra
Calle en Bonilla de la Sierra. | Shutterstock

A Bonilla de la Sierra hay que entrar por la puerta de Piedrahíta. Es un sencillo arco pétreo que recuerda que hubo un momento en el que la villa estaba totalmente amurallada y que este era uno de sus accesos. Atravesarlo es lo más parecido a hacer un viaje en el tiempo. Solo queda dejarse llevar por sus callejuelas empedradas para toparse en unos pocos pasos con esos tesoros que son la huella de su pasado.

El castillo medieval

El castillo del pueblo
El castillo del pueblo. | Shutterstock

La antigua residencia de los obispos es un castillo cuyo origen se remonta al siglo XII, aunque sufrió profundas reformas solo dos siglos después. El abandono y el paso del tiempo hicieron estragos en él, pero aún conserva algunos elementos destacados.

El más visible es su torre del homenaje, algo modesta si la comparamos con las de otras fortalezas. Ya en el interior, todavía son visibles algunos frescos policromados que representan escenas caballerescas.

Una colegiata majestuosa

Colegiata de San Martín de Tours
Colegiata de San Martín de Tours. | Shutterstock

La gran joya de Bonilla de la Sierra es ese soberbio templo que se alza sobre los tejados de la villa y que llama poderosamente la atención. La Colegiata de San Martín de Tours es magnífica por sus dimensiones, pero también por su original arquitectura. Es imposible no detener la vista en sus recios contrafuertes, que están rematados por unos potentes y decorados pináculos.

No hay que quedarse fuera. El templo, que comenzó a construirse en el siglo XV, es tan espectacular por dentro como por fuera. Una de sus joyas es el elaborado retablo barroco que viste la capilla mayor. Hay que fijarse también en el gótico retablo de la Capilla de los Chaves, la sillería del coro o la pila bautismal.

Otros rincones con encanto

El castillo y la colegiata son los grandes protagonistas de la historia y el urbanismo de Bonilla de la Sierra. Pero hay que perderse por esta tranquila localidad para descubrir otros rincones que también hablan de su pasado y de su esencia. Uno de ellos es el Pozo de Santa Bárbara, que invita a imaginar episodios legendarios o viejas mazmorras. Es en realidad un aljibe medieval al que se accede por una escalinata abovedada.

 

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Los restos de la antigua muralla, la plaza porticada de estilo típicamente castellano, algunas casas blasonadas y un crucero gótico completan un casco antiguo que parece congelado en el tiempo. Y no es todo. Queda disfrutar también de ese ambiente sereno que solo se respira en los pueblos más pequeños y de un entorno realmente fascinante.

Qué ver cerca de Bonilla de la Sierra

Piedrahíta
Piedrahíta. | Shutterstock

Bonilla de la Sierra se alza en un enclave privilegiado pero poco conocido: el valle del río Corneja, un modesto afluente del Tormes. El suyo es un paisaje de bosques de robles centenarios, pero también de dehesas con imponentes encinas y de prados infinitos.

En su centro mismo está Piedrahíta, donde los duques de Alba construyeron un palacio para pasar los veranos con invitados tan ilustres como Francisco de Goya. No es el único motivo por el que es uno de los pueblos más bonitos de Ávila. También lo es por joyas como una típica plaza porticada, la imponente Iglesia de Santa María la Mayor o el convento de las Carmelitas Descalzas.

El valle del Corneja ofrece otros atractivos, como la posibilidad de liberar adrenalina lanzándose en parapente desde lo alto de la Peña Negra. Desde el aire o desde el suelo, las vistas que se aprecian son maravillosas: por un lado se abre el valle, mientras que por el otro se vislumbran las cimas más altas de la Sierra de Gredos.

Parapente al atardecer en la Peña Negra
Parapente al atardecer en la Peña Negra. | Shutterstock

Hay otra forma de conocer y disfrutar del valle del Corneja y es a través de un recorrido artístico. Empieza a solo diez kilómetros de Bonilla, en Villafranca de la Sierra, cuyos paisajes inspiraron al pintor Benjamín Palencia, que pasaba aquí los veranos. En esa localidad, además, se conserva un pequeño tesoro, el Molino de Tío Alberto. Es una construcción del siglo XVIII que se ha conservado en perfectas condiciones y que es el único de los 30 molinos que hubo en el valle del Corneja.

La siguiente parada es Navaescurial, localidad que vio nacer al escultor Santiago de Santiago. El artista nunca olvidó sus orígenes y donó tres esculturas que su pueblo muestra con orgullo. Para acabar la ruta solo hay que hacer unos kilómetros más y llegar a Piedrahíta para contemplar otra de sus obras, un busto de Francisco de Goya que decora los jardines del palacio ducal. Es momento de descansar y dar gusto al paladar con la especialidad de la zona: las patatas revolconas.

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