Aunque sus poderosas conexiones en las altas alturas le permitieron superarlo sin ser condenado.
El líder formal y su inspirador estaban apoyados por un grupo de nobles conocido por la “camarilla”; pues esta era la dependencia de las habitaciones en Palacio del príncipe Fernando donde se reunía éste grupo. La camarilla la formaban algunos de los nobles más significados del reino: los duques del Infantado y de San Carlos, el marqués de Ayerbe y los condes de Teba, Bornos y Orgaz.
Tanto el grupo de Godoy y los reyes, como el de Estoiquiz, el príncipe y la camarilla buscaban la protección de Napoleón, que era quien controlaba la Península Ibérica a través del ejército de ocupación. Sin programas de gobierno ni ideales claramente diferenciados, los dos partidos se diferenciaban fundamentalmente por su apoyo a quien realmente debería de gobernar en la práctica: Godoy o Estoiquiz.
Los partidarios de Fernando de Borbón se dedicaban a circular rumores presentando al príncipe como una especie de “mesías” que podría dar —con ayuda de “la camarilla”— la solución a todos los problemas de España. A pesar de buscar el apoyo de Napoleón, el grupo de la camarilla hacía circular el bulo que su principal preocupación era preservar la independencia frente a los franceses; pero eso no era más que una maniobra propagandista pues —en paralelo— Estoiquiz creía que los franceses no abandonarían España, por lo que trató de negociar el matrimonio del príncipe Fernando con alguna fémina de la familia Bonaparte. Para promover a su candidato, los miembros de la camarilla se dedicaban a difamar por todos los medios posibles a los reyes y a su valido; a Godoy le hacían responsable de todos los males de la patria, así como de la ocupación francesa; en tanto que a los reyes les acusaban de ser unas marionetas en manos del Valido. Esa dependencia la asociaban al hipotético amancebamiento de la reina con Godoy.
No hay ningún documento que acredite esto; lo evidente es que los reyes confiaban mucho más en Godoy que en su propio hijo, al que acusaban de querer alcanzar el poder antes de tiempo. Justificadamente, los reyes también sospechaban del estilo e intenciones de la camarilla manejada por Escoiquiz.
El 28 de octubre de 1807, el príncipe Fernando se encontraba enfermo y la Familia Real estaba reunida en el Palacio de El Escorial. La reina María Luisa informó a su esposo Carlos IV sobre una reunión de unos conspiradores en las habitaciones del príncipe y animó a su marido a intervenir. El Rey —acompañado por sus guardias de corps— irrumpió en la camarilla del príncipe, enfrentándose a quienes allí se encontraban: su hijo y los mencionados conspiradores.
Al día siguiente, el Rey hizo una declaración pública manifestando que “una mano desconocida le había revelado el más ignominioso e inaudito plan urdido contra Godoy”; destinada a forzar la abdicación de Carlos IV para que le sustituyera en el trono su hijo Fernando.
En su declaración Carlos IV atribuyó el plan a Fernando aunque en su implantación habían estado implicados algunos de los más altos representantes de la nobleza; miembros todo ellos de su camarilla.
Poco después el proceso judicial fue instruido y celebrado con gran rapidez por el Consejo de Castilla —que era el más alto tribunal del reino—. Las sentencias exculparon a todos los detenidos y desterrados; estos últimos pudieron regresar a la Corte tranquilamente, continuando con sus actividades conspirativas.
La efímera medida de fuerza del Rey resultó en una última instancia contraproducente. Pues una nueva campaña de difamación contra el Valido y los reyes consiguió que todo el país se quedara con la impresión de que el llamado Proceso de El Escorial se había tratado de una maniobra de Godoy, que manipulaba a su antojo a los reyes para desacreditar al príncipe y usurpar así la Corona.
Todo parecía animar a una nueva intentona para derrocar al Rey y a su valido. Esta se produciría poco tiempo después en el llamado Motín de Aranjuez (véase la página).
Se engañó al pueblo pero no a los académicos que estudiaron los documentos sobre éste poco conocido suceso. Los historiadores no tomaron una posición tan benévola hacia “la camarilla”, señalaron la autoría de la conspiración e incluso asociaron el empleo del término «camarilla» al de un grupo de personas ambiciosas y serviles, un adláteres dispuestos a todo para favorecer el ascenso al poder de su líder. Desde entonces ese calificativo se ha venido aplicando a muchos grupos de acólitos de los poderosos.
Texto de Ignacio Suarez-Zuloaga e ilustración de Ximena Maier