Un remojo en el estanque del Alcázar de Sevilla de Raimundo de Madrazo

El sendero boscoso ya no está. El agua llega como un torrente y moja sus ropas y su cuerpo. No tiene miedo, porque ya sabe que está pasando. La viajera del arte ha dado un nuevo salto pictórico. Hace unos instantes estaba en la obra de Velázquez El príncipe Baltasar Carlos, a caballo en El Pardo. Pero ahora solo consigue distinguir formas borrosas. Sabe perfectamente que está bajo el agua. Sin demorar más el encuentro, la muchacha asciende a la superficie.

Al asomar la cabeza al exterior se siente, por un momento, desorientada. El pico anaranjado de un pato intenta dar en su cabeza. No, se equivocaba, es un cisne. Un blanco y hermoso cisne un tanto agresivo. La viajera lo salpica y éste se aleja de ella. Lo ve irse junto con dos mujeres que ríen, apoyadas sobre una barandilla que marca la frontera entre el agua y el suelo. “¿Dónde estoy?”, se pregunta.

Desde que iniciara esta aventura, al contemplar una obra de Zuloaga en el Musée d’Orsay, siempre ha estado acompañada por la audioguía que llevaba en la muestra. Una voz que adquiere vida propia en estas extrañas andanzas y le explica con datos exactos todo lo que sus ojos ven. Sin embargo, esta vez su compañera de aventuras no dice nada.

Estanque de Mercurio del Alcázar de Sevilla
Estanque de Mercurio del Alcázar de Sevilla. | Shutterstock

El estanque que custodia el dios Mercurio

Decidida a solucionar lo que quiera que esté pasando, la joven se resuelve a salir del agua por el extremo opuesto a las dos chicas. No quiere asustarlas. Para salir debe sortear una barandilla. Una vez fuera, la viajera del arte escurre sus ropas, su cabello y advierte una cosa: no tiene ni un ápice de frío. La audioguía sigue sin decir nada. Resignada, la muchacha dirige de nuevo su mirada a la escena. A ver si es capaz de dilucidar qué ocurre o dónde está sin ningún tipo de ayuda.

Ante sus ojos he aquí la escena: una fuente alumbra chorros de agua cristalina que van a dar en lo que parece un estanque. Al fondo, en una pared de colores anaranjados, se abren paso dos arcos, salpicados de una gran cantidad de plantas. El lugar, definitivamente, le suena. Entonces, dirige su mirada al resto del emplazamiento. Da una vuelta sobre sí misma. Mira arriba y a los lados. En realidad, el sitio no era difícil: está en el Alcázar de Sevilla, en un estanque. Pero, ¿dónde exactamente?

“El estanque de Mercurio está presidido por la escultura del dios Mercurio, cincelada por el artista Diego de Pesquera y fundida por Bartolomé Morel en 1576...”. La voz de la audioguía, que seguramente estaría afectada por el agua, ha vuelto, de repente, a funcionar. La viajera se siente aliviada por su regreso, aunque también orgullosa de haber conocido el espacio sin su ayuda. Su ayuda señala también que el estanque de Mercurio se sitúa a la altura del palacio, por lo que supera en altura al resto de los jardines.

Escultura del dios Mercurio
Escultura del dios Mercurio en el Alcázar de Sevilla | Shutterstock

Los caprichos de autor de Raimundo de Madrazo

Centrada en la explicación, la viajera no se da cuenta de que un chico, ubicado a su derecha, pinta con ahínco la escena. Discretamente, la joven se acerca a observar la tabla casi miniaturesca sobre el que trabaja el hombre, mientras la audioguía prosigue la lección. “El cuadro Estanque en los jardines del Alcázar de Raimundo de Madrazo apenas cubre una superficie de 10 x 16,4 centímetros como parte de una serie de paisajes de pequeño formato que se podrían calificar como caprichos de autor”, señala.

“Así que se trata de Raimundo de Madrazo”, se dice la viajera del arte. El nombre le resulta familiar, pues lo ha escuchado antes, cuando estuvo en la Granada del siglo XIX de la mano de Mariano Fortuny, cuñado de Raimundo. Entonces, cae en la cuenta de que es ese mismo siglo donde tiene que encontrarse. La audioguía lo confirma. Raimundo de Madrazo y Garreta nació en Roma en 1841 y fue un pintor realista que se dedicó, sobre todo, a trazar retratos. A lo largo de su vida, alternó estancias en París y Madrid, y realizó muchos viajes.

Madrazo era parte de una familia de artistas. Su abuelo, sus tíos y su hermano son también pintores ampliamente reconocidos, al menos en lo que se refiere a su abuelo y hermano. El artista tenía también dos hermanas, Isabel y Cecilia, las únicas que no se dedicaron a la pintura. “Qué extraño que entre una familia de pintores, justo las mujeres fueran las únicas que no desempeñaran tal función”, se dice la viajera. Sin embargo, la audioguía no explica los motivos.

Cuadro Estanque en los jardines del Alcázar de Sevilla de Raimundo de Madrazo
Cuadro Estanque en los jardines del Alcázar de Sevilla de Raimundo de Madrazo | Wikimedia

Las hermanas de Raimundo de Madrazo

En el lienzo de Madrazo la joven distingue la escena que observan sus ojos: tres cisnes, dos muchachas, la fuente, el estanque y un señor que observa contemplativo el paisaje. Una de las chicas acerca su paraguas al agua con la intención de jugar con una de las aves. El cisne, belicoso, emprende una batalla con el endemoniado artilugio y las muchachas ríen divertidas. Madrazo plasma la escena en tonos verdes y pinceladas precisas.

“En este alarde de minuciosidad se ha querido identificar a las dos mujeres como las hermanas del pintor”, señala la audioguía. En 1867 Raimundo de Madrazo se traslada de París a Madrid con la intención de acudir a la boda de su hermana Cecilia con su amigo y también pintor Mariano Fortuny, al cual ya visitó la viajera en el capítulo 5 de esta serie. Después de asistir a la ceremonia, Madrazo prolongó su estancia en España por un año, cuando el pintor aprovechó para visitar Sevilla en la primavera de 1868, fecha de la que data esta obra.

La audioguía prosigue unos minutos y le cuenta algunas cosas sobre las dos hermanas de la familia Madrazo. Cecilia fue una mujer culta y bien relacionada, que se dedicó en gran medida al coleccionismo de tejidos y tuvo dos hijos con Fortuny, María Luisa y Mariano Fortuny. Su hijo se dedicó, continuando con la tradición familiar masculina, a la pintura. La historia de Isabel es más comprometida, pues parece que no siguió los cánones establecidos para las damas de la época. Le gustaba vivir por su cuenta y disfrute. Además, tuvo un hijo sin estar casada, lo que acarreó más de un disgusto a su célebre padre, Federico Madrazo. Finalmente, según se puede deducir de las cartas familiares, parece que fue ingresada en un centro.

Patio en el interior de el Real Alcázar de Sevilla
Patio en el interior de el Real Alcázar de Sevilla | Shutterstock

El murmullo de una nueva aventura

Las jóvenes, que parece que al fin han reparado en la presencia de la viajera, le saludan desde lejos y le indican que se acerque. La viajera del arte se encamina hacia ellas con la curiosidad dibujada en la frente como un cisne blanco en un lienzo negro. Isabel coge de la mano a  la chica y ambas tres se introducen por una puerta que queda a la izquierda de los dos arcos que Madrazo ha pintado, una que no sale en el cuadro.

De pronto, una extraña presión le empuja hacia atrás. La joven intenta aferrarse a la mano de Isabel. Todo gira y, finalmente, las manos se separan. Ahora ya no se escucha el ruido de la fuente ni tampoco las risas de las dos chicas. El murmullo de un gentío se oye por todas partes…