María Isabel de Braganza, lo que pudo ser y no fue

El día que murió Isabel de Braganza, a los 21 años de edad, todavía quedaban once meses para que el proyecto al que dedicó los últimos meses de su desdichada vida se hiciera realidad. Murió rodeada de extraños que, más allá de su vientre, nunca tuvieron un interés sincero por ella. Murió sin imaginar que tres siglos más tarde miles de personas suspirarían por visitar aquello por lo que luchó.

El día que falleció Isabel de Braganza, se llevó consigo la posibilidad de tener en lo más alto una mujer impulsora de la cultura. Entendida e interesada, comprendida y comprensiva con los artistas. Fue uno de los escasos escenarios en los que se encontró cómoda, en los que se encontró a sí misma. Exiliada, condenada a contraer un matrimonio político, ignorada y, al final, abandonada, María Isabel de Braganza no tuvo una vida feliz. Su historia, sin embargo, está ligada a uno de los mayores orgullos de este país.

La reina marioneta que nunca importó

María Isabel de Braganza no tuvo una vida feliz. Más bien al contrario: sufrió una vida desdichada. Nació un 19 de mayo de 1797, en Portugal. Tan solo diez años más tarde, a raíz de la invasión napoleónica, tuvo que exiliarse a Brasil junto a su familia, que era, además, una familia rota. A pesar de haber engendrado casi una decena de hijos, el futuro rey Juan VI de Portugal y Carlota Joaquina de Borbón no formaban un matrimonio bien avenido. Se separaron antes del exilio. Durante su estancia en tierras americanas, María Isabel vivió junto a su madre.

Fue el hermano de su progenitora quien propició el retorno de María Isabel a la península. Su tío no era otro que el rey Fernando VII, que en 1814 regresó victorioso a España. Restauró la monarquía de los Borbones y reclamó la mano de su sobrina, a quien convertiría en la nueva reina de España. El 22 de febrero de 1816, se firmaron las capitulaciones matrimoniales entre el tío Fernando VII, de 32 años, y la sobrina María Isabel de Braganza, de 19. Fue la segunda de las cuatro esposas que tuvo el monarca.

María Isabel de Braganza como fundadora del Museo del Prado, obra de Bernardo López Piquer
María Isabel de Braganza como fundadora del Museo del Prado, obra de Bernardo López Piquer

María Isabel viajó junto a su hermana a España. A finales de 1816, tras un recibimiento frío y una boda igualmente gélida, estaba instalada en Madrid. Para comienzos de 1817 ya estaba embarazada de su primera hija, que nacería en agosto de ese mismo año. No superaría, sin embargo, los cinco meses de vida. María Isabel perdió a su hija, pero siguió cumpliendo con sus obligaciones. Tenía que darle a Fernando VII un heredero. A mediados de 1818, descubrió que estaba embarazada de nuevo.

Fue un embarazo de riesgo que no pronosticaba nada bueno. Según cuentan las crónicas, el 26 de diciembre de 1818 comenzaron las contracciones. Horas antes, María Isabel de Braganza había sufrido de fuertes dolores de cabeza. La reina estaba atravesando una grave complicación que los médicos de antaño no supieron identificar, pero intuyeron su destino. Cuando perdió la consciencia, la dieron por muerta.

A pesar de las súplicas de su hermana, que veía en María Isabel signos de que todavía conservaba la vida, el rey dio órdenes de practicar una cruda cesárea para salvar a un posible heredero. Cuando el médico se lanzó sobre el vientre de María Isabel, ésta despertó y profirió un grito desgarrador. No importó. No importaba otra cosa que ese posible niño que llevaba en su interior, así que continuaron con la operación.

Así murió María Isabel de Braganza. A los 21 años, desangrada y sufriendo. La niña que extrajeron de su vientre siguió a su madre pocos minutos después.

La mujer que levantó un proyecto histórico

Es importante conocer lo anterior para entender lo que viene. María Isabel de Braganza no fue una mujer feliz. Fue tenida siempre como una marioneta que se movía al compás de los deseos de quien se encontrara al mando de su custodia. Vivió separada de su familia, con la única compañía de su hermana, junto a un tirano que no tenía ningún interés en ella. Murió joven, tras haber perdido una hija, seguramente consciente de que estaba perdiendo otra. A pesar de todo, también fue la mujer que impulsó la creación del Museo del Prado.

María Isabel de Braganza fue educada en las artes desde muy temprana edad. Además del gran conocimiento que poseía, según ha trascendido, ella misma practicaba la pintura. Cuando uno intenta, sin embargo, indagar en los intereses concretos, artísticos e intelectuales, de esta mujer, se encuentra con el problema de siempre: el material es escaso. Apenas se conservan un par de hechos y declaraciones que sólo explican brevemente ese acto final: la creación de un museo histórico de fama internacional.

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Museo del Prado

Fue durante una estancia en el monasterio de El Escorial cuando María Isabel entró en contacto con una numerosa colección de arte condenada al polvo del sótano del edificio. Había obras de maestros españoles e italianos, otras muchas que los franceses habían tratado de expropiar. María Isabel, impulsada en parte por Francisco de Goya, entendió pronto la injusticia de todo aquello. El no poder conservar esas obras como se merecían, el no poder exponerlas ante el público para que las disfrutaran. Así que tomó la determinación de actuar ella misma.

Así impulsó la creación de una sala de exposiciones que sería acogida en un edificio destinado, en principio, a albergar el Gabinete de Historia Natural. Convenció a su esposo, el rey, de esta iniciativa. Se implicó en su concepción, en su desarrollo. Se rodeó de expertos y ella misma se convirtió en una. Gusta pensar que encontró un cierto descanso, una cierta paz, en esos cuadros que amaba. Gusta pensar que en este aspecto sí logró lo que deseaba, aunque nunca llegara a verlo concluido.

El Museo Nacional del Prado, una primera y primigenia versión del Prado del que hoy disfruta el público, abrió sus puertas un 19 de noviembre de 1819. María Isabel de Braganza, su impulsora, había fallecido un año antes. No llegó a disfrutar de su pasión convertida en historia. Una salvaje cesárea se llevó consigo la posibilidad de que España disfrutara de una reina volcada por completo con el mundo del arte. Lo que podría haber sido.