Velázquez y el retrato de un príncipe que nunca reinó

Cuadro 'El príncipe Baltasar Carlos, a caballo' de Velázquez

Las nubes siguen presentes en el cielo, pero el único mar que hay ahora es el que forma la naturaleza con sus árboles. La viajera del arte está en un nuevo escenario. Da una vuelta sobre sí misma para reconocer el entorno, hasta que se sorprende: Justo a su espalda ve un caballo galopando y sobre él está montado un niño. Es la escena más extraña que se ha encontrado hasta ahora y se detiene para analizar cada detalle concienzudamente.

Está bastante confusa. Decide no jugar esta vez a las adivinanzas con su compañera la audioguía. Con esa intención, se dispone a mirar a su alrededor para que comience a llegarle toda la información que necesita para dejar de estar perdida. La voz comienza a ejercer su trabajo y, sin hacerse de rogar, le revela el lugar en el que se encuentran.

El último galope

Están en plena naturaleza cerca del Monte de El Pardo, lugar que sirve de residencia de los Reyes de España. Han viajado hasta el año 1.635, por lo tanto son Felipe IV e Isabel de Borbón los encargados de reinar. Es en ese momento cuando la voz le presenta a la viajera al protagonista que tiene justo delante: se trata del sucesor al trono, el príncipe Baltasar Carlos. Aunque los presentes, salvo la voz y la joven, no saben que realmente nunca va a reinar.

La joven mira la escena con ternura, es solo un niño a caballo, pero conoce todo lo que va a pasar. La voz le refresca la historia y le narra que el príncipe morirá con tan solo 16 años. Su madre habrá fallecido solo dos años antes, en el 1644. Por este motivo, el escenario que se instaura en la monarquía es complejo y se vive una grave crisis. No hay heredero al trono y tampoco hay reina para engendrar a un nuevo sucesor.

Pintura de 'El príncipe Baltasar Carlos a caballo' de Velázquez

Pintura de Velázquez 'El príncipe Baltasar Carlos a caballo' | Wikimedia Commons

Nacimiento de Las Meninas

Por todo ello, Felipe IV se casará en 1647 con la archiduquesa Mariana de Austria. De este matrimonio nacerá la infanta Margarita María Teresa de Austria. Margarita, sin que el artista lo sepa, será la protagonista de una de las obras más importantes de su carrera. Se trata ni más ni menos que de la infanta que aparece en primer plano en la emblemática pintura Las meninas. De golpe, algo saca a la viajera de la historia que la audioguía le cuenta.

El caballo se ha puesto nervioso y no para de moverse, pero el príncipe consigue calmarlo. Otro hombre allí presente también parece haberse asustado. Para reconocerlo, la viajera no ha necesitado ayuda. No solo por su aspecto, sino que con toda la información de la Corona que ha obtenido sabe que está delante de Diego Rodríguez de Silva y Velázquez.

La obra de Velázquez Las Meninas

La obra de Velázquez 'Las Meninas' | Wikimedia Commons

Fácilmente sabe que está frente a la obra El príncipe Baltasar Carlos, a caballo, pintura que en el siglo XXI está expuesta en el Museo del Prado, pero que en el siglo XVII nace con otra intención: la de decorar las paredes del Salón de los Reinos del Palacio del Buen Retiro. El espacio que se le guarda a la obra está en medio de los dos cuadros con los que también cuentan los reyes: Felipe IV, a caballo, y la reina Isabel de Borbón, también a caballo.

El sonido de la naturaleza

La naturaleza emite sus sonidos característicos y la viajera deja a un lado el caos y se aparta para escuchar y ver detenidamente el paisaje. Observa las formaciones rocosas del fondo, pero en este caso no consigue diferenciarlas y confía en la sabiduría, como hasta ahora, de su fiel compañera de andanzas. Y ésta, sin decepcionarla, comienza a recitar la información.

Igual que en el resto de retratos de esta serie, se representa a los protagonistas sobre un paisaje cerca de la corte real, en este caso concreto cerca de los montes de El Pardo. A la izquierda está la Sierra del Hoyo y, a la vez que lo pronuncia, se gira para verla. Pertenece al Parque Regional de la Cuenca Alta del Manzanares. A la derecha también observa que hay formaciones montañosas. Se trata de la sierra de Guadarrama, justo detrás del cerro de Manzanares.

Vistas de Madrid desde El Pardo

Vistas de Madrid desde El Pardo | Shutterstock

Un gesto llama la atención de la viajera: el propio Velázquez le señala otros puntos. Mira fijamente lo que hay tras su dedo. Los puntos que muestra a la joven son dos de los que más destacan del paisaje: la Maliciosa y Cabezas de Hierro. La Maliciosa recibe este enigmático nombre por la complejidad que presentan sus caminos de acceso a la cumbre. Cabezas de hierro también recibe su nombre por un dato curioso: en la cumbre de estos picos de la Sierra de Guadarrama hay hierro magnético.

De repente, de nuevo, el caballo vuelve a descontrolarse, pero el príncipe, pese a la poca edad que tiene, se mantiene impasible sobre su lomo. La amante del arte se fija en la obra del pintor: cada pincelada se desliza por el lienzo de manera minuciosa. En realidad, está haciendo algo revolucionario. No es un retrato al uso. La parte del paisaje adquiere también una gran importancia, un estilo nunca visto antes en Europa.

Un nuevo camino

Palacio Real de El Pardo

Palacio Real de El Pardo | Shutterstock

Velázquez se acerca a la viajera para mostrarle algo. Ella, aún nerviosa por lo que está viviendo, se acerca hasta él. Sus ojos le indican un camino que entra dentro de la vegetación del lugar, pero en dirección contraria. La viajera le habla con los ojos y le expresa su incertidumbre. El artista la calma y la vuelve a indicar que se adentre en el camino. Su expresión transmite verdadera paz y seguridad. No nota que quiere que se vaya, lo siente como una nueva aventura para seguir descubriendo.

Divisa otra vez el camino. Cuando vuelve a poner el foco en la escena, ve al pintor dándole al pequeño príncipe un bastón de mandos. Éste lo coge con su mano derecha, mientras Velázquez continúa pintando. La viajera se dirige al nuevo destino y se adentra, convencida, al sendero. Camina unos metros en él hasta que una gran masa de vegetación tapona el paso. Se gira y encuentra la mirada de Velázquez que le calma y le dice que avance. Le hace caso y lo atraviesa, pero al otro lado ya no está el monte. Ha vuelto a viajar y está en un nuevo escenario.