Auge y caída de un imperio: una historia en la que no se pone el sol

El anterior capítulo de este repaso por la historia de España concluyó con la caída del imperio musulmán en la península, que cedió en 1492 su último territorio: el reino nazarí de Granada. Pero lo cierto es que para llegar a este momento concreto deben comprenderse antes tres acontecimientos cruciales. En primer lugar, el matrimonio mejor avenido de la historia: el de una joven Isabel de Castilla y un joven Fernando de Aragón. Los Reyes Católicos se unieron en 1469, aunque fue más tarde cuando ambos obtuvieron sus respectivas coronas.

Isabel I de Castilla solo lo fue plenamente tras una guerra de sucesión que duró cuatro años, desde 1475 hasta 1479. Aunque fue coronada reina en 1474, tuvo que enfrentarse a los partidarios de Juana de Trastámara, más conocida como Juana la Beltraneja, hija (o no) del difunto rey Enrique IV, del que Isabel era hermana. Juana contaba con el apoyo de Portugal, pues estaba casada con su rey, pero finalmente fue Isabel quien se hizo con el trono. Con Fernando II de Aragón coronado en 1479, ambos reinos quedaron así unificados.

El tiempo católico

Retrato de los Reyes Católicos en la Universidad de Salamanca
Retrato de los Reyes Católicos en la Universidad de Salamanca. | Shutterstock

Antes incluso de que concluyera la guerra de sucesión castellana, en 1478, Isabel y Fernando siguieron el ejemplo de otros países europeos y crearon la Inquisición española. Bien se sabe el cometido de esta: acabar con cualquier tipo de herejía. El primer auto de fe se celebró en Sevilla en 1481 y concluyó con la quema de seis personas en una hoguera pública. Dos años más tarde, los judíos de esta región andaluza, así como de Cádiz y Córdoba, fueron expulsados.

Mientras tanto, los reinos cristianos avanzaban en la llamada reconquista. Para 1492, ya se ha dicho, solo quedaba en pie el reino nazarí de Granada y finalmente se rindió ante el poder de las coronas unidas. El dominio musulmán pasó a la historia y los Reyes Católicos, además, ordenaron otra expulsión masiva de judíos sefardíes.

Al tiempo que la fe católica se asentaba en la península sin oposición alguna, los Reyes Católicos expandían la influencia de las Coronas de Castilla y Aragón también fuera de estas fronteras. Privados de la costa africana atlántica en favor de la vecina Portugal, los monarcas pusieron sus miras en el Mediterráneo y así llegaron a anexionarse territorios como Sicilia, en Italia, o Trípoli, actual Libia, conseguida años más tarde. Lo harían de la mano de generales tan célebres como Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, que tuvo una presencia imprescindible en Nápoles.

Pero si una conquista es importante a la hora de hablar de la historia de España, y de la Historia en general, esa es la conquista de América. En el mismo año en que acabaron con el poder del último reino musulmán, 1492, los Reyes Católicos firmaron con Cristóbal Colón las Capitulaciones de Santa Fe, que recogían los planes del navegante de explorar nuevas rutas marítimas hasta las Indias. El 3 de agosto, el marinero se echaba a la mar con tres naves, la Santa María, la Pinta y la Niña, para pisar tierra desconocida un 12 de octubre. Colón y su tripulación habían llegado a una isla que quedaría bautizada como San Salvador. Comenzaban así años de expediciones y conquistas.

En 1492, por cierto, ocurría otro hecho destacado. El humanista Antonio de Nebrija publicaba la primera gramática de la lengua castellana.

El amanecer de un imperio

Escultura de Juana I de Castilla en Tordesillas
Escultura de Juana I de Castilla en Tordesillas. | Shutterstock

Isabel la Católica falleció un 26 de noviembre de 1504 y lo que sucedió tras esto es otra historia de herencias y luchas de poder. Isabel dejó como heredera de Castilla a su hija Juana. Dicho así quizá no suene, pero si se le añade el apodo pronto se reconoce al personaje: la hija de Isabel es conocida como Juana “la Loca”. Esta creencia se ha discutido especialmente en los últimos años, pero entonces y durante mucho tiempo fue una verdad incontestable que determinó el devenir de los acontecimientos.

Con Fernando el Católico retirado en Aragón, el gobierno en Castilla recayó en manos de Felipe I el Hermoso, esposo de Juana y primogénito de Maximiliano I, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. El caso es que Felipe I murió de forma prematura en 1506. Cuentan las malas lenguas que envenenado por su suegro, con quien no se terminaba de entender. Con Juana retirada de la vida política por su supuesta inestabilidad mental, Fernando el Católico asumió de nuevo el gobierno de Castilla. En cualquier caso, solo fue así durante una temporada, porque el heredero del reino existía. Lo que sucedía es que no tenía, por entonces, más que seis años.

En mitad de este tercer acto entra en escena uno de los grandes protagonistas de la historia: Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico. Carlos nació, por cierto, en un retrete de Gante, en Flandes, una historia que sin duda merece la pena rescatar para otra función. Allí, en Flandes, pasó su infancia y recibió su educación.

Cuando sus respectivos abuelos fallecieron, Carlos se encontró, de pronto, a los 20 años de edad, con un auténtico imperio en su poder. Era el rey de Castilla y Aragón, de los dominios que España tenía en el llamado Nuevo Mundo y también de los terrenos en los Estados Italianos, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico y soberano de los Países Bajos. Hay que tomar aire para decirlo.

Con todos los territorios de sus respectivas ramas familiares bajo una misma corona, Carlos se encontró lidiando con numerosos problemas en la Península Ibérica, donde no le acogieron precisamente de buen grado; en Europa, donde se enfrentó con Francia o los otomanos, y al otro lado del mar, donde las batallas con los invadidos eran constantes. Así que había nacido un imperio, sí, pero casi habría que preguntarle al joven Carlos qué pensaba de ello. Atendiendo a que los últimos años de su vida los pasó en un monasterio recóndito de Extremadura, cabe suponer que terminó exhausto.

El sol en lo alto: vida y obra del emperador

Busto de Carlos I de España y V de Alemania en Cuacos de Yuste
Busto de Carlos I de España y V de Alemania en Cuacos de Yuste. | Shutterstock

Dado que la infancia y la educación de Carlos I se dio en Flandes, para cuando el emperador tuvo que hacer acto de presencia en la España que había heredado ni siquiera sabía hablar castellano. Eso provocó la ira de un pueblo que se alzó en armas contra su monarca: así empezó, en 1520, la guerra de las Comunidades de Castilla, popularmente conocida como la revuelta de los Comuneros. Para 1522 ya estaba sofocada y sus líderes ejecutados. Esta revuelta animó a los navarros a tratar de hacerse con el control de un reino que Fernando el Católico había asimilado para Aragón poco antes de morir. Pero, aunque los navarros llegaron a contar con el apoyo de los franceses, la victoria para ellos nunca llegó.

A partir de entonces se sucedieron las buenas noticias para el emperador de ese imperio en el que nunca se ponía el sol. El 6 de septiembre de 1522, el marino Juan Sebastián Elcano regresaba a la Península Ibérica tras haber completado una primera vuelta al mundo iniciada por Magallanes, que pereció en el camino. Con este hito, las rutas comerciales de España por todo el globo terráqueo quedaron cerradas.

En 1525, el ejército de Carlos I consiguió una inesperada e imponente victoria ante los franceses en Pavía, Italia. Francisco I, por entonces rey del país vecino, quería hacerse con el Milanesado, pero su destino fue otro completamente diferente: sus hombres no solo perdieron sino que él mismo terminó prisionero en Madrid. Era un mensaje claro para el mundo: el poder del emperador era tal que era capaz de capturar al rey de la mismísima Francia. Había añadido un territorio más de Italia a sus posesiones y Hernán Cortés, al otro lado del océano, ya se había adueñado del imperio azteca. Su poder parecía no tener límites y, de hecho, Carlos no los conoció.

Este inmenso poder también despertó los recelos y la ira de los contemporáneos que no tenía como aliados, pero ninguno fue capaz de hacerle frente. Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico solo se quitó la corona cuando decidió, por sí mismo, renunciar a ella. Murió en el monasterio de Cuacos de Yuste, el 21 de septiembre de 1558, a los 58 años.

Atardece poco a poco

Escultura en honor a Miguel de Cervantes por su participación en la batalla de Lepanto
Escultura en honor a Miguel de Cervantes por su participación en la batalla de Lepanto. | Shutterstock

Felipe II de España no se quedó atrás con los títulos. Fue rey de España desde el año 1556 hasta su muerte, en 1598. También dominó Nápoles y Sicilia, y fue rey consorte de Inglaterra e Irlanda durante cuatro años, por su matrimonio con María I de Inglaterra. Lo más destacable de su reinado, sin embargo, fue que logró la tan ansiada unión peninsular: en 1580, por herencia y con el apoyo de la nobleza, se convirtió también en rey de Portugal. Y que con él surgió la actual capital de España, pues en 1558 trasladó la corte a Madrid.

En ese imperio de soles infinitos no todo fue esplendor: también se vivieron momentos complicados. Felipe II tuvo que hacer frente a la guerra de los Ochenta Años que iniciaron, en 1568, la mayor parte de las provincias de los Países Bajos. Concluyó, como puede deducirse, ocho décadas después, y lo hizo con la independencia de esta tierra. También en 1568 Felipe tuvo que hacer frente a la muerte de su hijo Carlos. Fue siempre un hombre enfermizo que llegó a conspirar contra su padre. Cuentan que fue un mazazo para él.

Tres años más tarde, en 1571, se dio un gran acontecimiento. La batalla de Lepanto, la mayor batalla naval de la historia occidental desde la antigüedad. Con Felipe II al frente de la Liga Santa, esta coalición católica se enfrentó al Imperio Otomano, cuya expansión por el Mediterráneo se paralizó desde ese momento. De hecho, no hizo ya otra cosa que retroceder. Atrás quedaban los tiempos en que Solimán el Magnífico había aterrorizado a la Europa católica.

Fue esta una época de gran protagonismo de la mar. Época de piratas, de la Armada Invencible española, de la Contra Armada inglesa, de las exploraciones que culminaban con asentamientos en rincones que cien años antes no podían ni imaginar. El mismo año de 1571, sin ir más lejos, el almirante Miguel López de Legazpi fundó Manila, hoy capital de Filipinas. Casi puede concluirse este apartado como se ha concluido el anterior: el poder de este imperio parecía no tener límites. Pero, en fin, los tenía. Y estaban cerca.

¿Qué pasó después?

Escultura de Velázquez en Madrid
Escultura de Velázquez en Madrid. | Shutterstock

Hubo desastres, eso fue lo que pasó. Comenzando por la guerra de los Treinta Años, que entre 1618 y 1648 enfrentó a las grandes potencias de Europa, causando millones de fallecidos. España perdió entonces su hegemonía a favor de Francia, que se alzó como la primera potencia del continente.

Por si esto fuera poco, dentro de la península ibérica dos conflictos trajeron de cabeza a Felipe IV. Por un lado, la sublevación de Cataluña, la conocida como guerra dels Segadors, que entre 1640 y 1652 enfrentó a buena parte de la población catalana con las filas del monarca. Las necesidades de la corona de cubrir las guerras que se libraban fuera no eran bien recibidas dentro. Esta revuelta motivó que también Portugal hiciese lo propio: el sueño ibérico concluyó en el año 1668 con la independencia de los lusos. Y las pérdidas no habían hecho más que empezar.

Por cerrar el telón con una nota positiva, también este fue el Siglo de Oro para la cultura española. Miguel de Cervantes, Diego Velázquez, Lope de Vega o Francisco de Quevedo ponen una nota de color a tan aciago desenlace para un imperio en el que, al final, se empezó a poner el sol. Fin del tercer acto.