Conquistas y reconquistas, una historia medieval

El segundo acto debe comenzar con un breve recordatorio al Imperio romano. Una pequeña mención que reconozca su poder anterior y cómo, a finales del siglo IV, fue perdiéndolo hasta desaparecer. Descanse en paz.

Entonces entran en escena los llamados bárbaros, que llegaron a Hispania para dar por comenzado el periodo medieval de la península ibérica. Palabras como arrianismo y nombres como Pelayo tienen que empezar a sonar en la función, pues es ahí donde se concentran los focos de esta nueva era para la península ibérica.

Cuando España fue visigoda

Santa Lucía del Trampal, basílica visigoda
Santa Lucía del Trampal, basílica visigoda. | Shutterstock

Los pueblos bárbaros llegaron a comienzos del siglo V. Hispania se vio invadida por comunidades que sembraron la destrucción a medida que iban alcanzando diferentes zonas de la geografía. Finalmente quedaron, más o menos, así repartidos: los alanos ocuparon las provincias Cartaginense y Lusitania, los vándalos ciertas zonas del norte y la mayor parte del sur, y los suevos se instalaron al noroeste, en Gallaecia. Solo estos, aunque poco numerosos, consolidaron su posición en la península, incluso llegaron a expandirse hasta lugares como Sevilla. Tanto alanos como vándalos terminaron por cruzar el estrecho hasta África.

Ante esta invasión, el Imperio romano, que a mediados del siglo V todavía sobrevivía, buscó ayuda en el extranjero. Así fue como los visigodos, grandes protagonistas de este periodo histórico, llegaron a Hispania. Y llegaron para quedarse. Entre los siglos VI y VII se hicieron con la práctica totalidad del territorio, sobre todo bajo el mandato del rey Leovigildo (569-586). Tranquilos, no vamos a recitar el nombre de todos los monarcas godos.

Hubo un problema inicial con este pueblo, al margen, claro, de la propia invasión. Los visigodos eran arrianos. El arrianismo fue una doctrina cristiana que rechazaba el dogma de la Trinidad, lo que les hacía vivir alejados de Roma. Esto fue otro motivo de enfrentamiento con la población a la que invadieron, que era eminentemente una población hispano-romana. Quedó solucionado, sin embargo, cuando Recaredo, a finales del siglo VI, decidió convertirse al catolicismo, agrupando así a todo el territorio bajo una misma fe.

Se sucedieron a partir de ese punto años de relativa tranquilidad, pero al siglo siguiente la fiesta estaba otra vez montada. Y es que tras la muerte del rey Witiza, hacia el año 710, una parte de la clase alta visigoda apoyó las pretensiones del rey Don Rodrigo de hacerse con el trono, a pesar de no tener ningún derecho a este. Puede entenderse como un golpe de Estado que salió bien a medias, porque Rodrigo se hizo, en efecto, con el poder, pero no le duró mucho. ¿Quiénes llegaron entonces? Así es: los árabes.

Conquistando a los conquistadores: la llegada de los árabes

Detalles árabes en la arquitectura de Toledo
Detalles árabes en la arquitectura de Toledo. | Shutterstock

En el norte de África se localizaba, por entonces, otro imperio que había conquistado buena parte de las tierras de Asia y África, habiendo establecido su capital en Damasco. En este escenario importan dos nombres. El primero: Musa ibn Nusair, gobernador de Tánger conocido como Muza, que en un principio se mostró reticente a llevar más lejos a sus hombres. Una cosa era expandirse por tierra, algo que tenían muy dominado, y otra cruzar el mar. Pero ahí entra en juego Táriq ibn Ziyad, simplemente Táriq, que sí se animó con la expedición al reino visigodo. Debió quedarse patidifuso con lo que se fue encontrando, pues casi podría decirse que lo suyo fue un paseo.

Rodrigo, atendiendo a la llegada de nuevos personajes con pretensiones problemáticas, convocó a su ejército. A esa llamada respondieron también quienes estaban en contra de su reinado, por la sencilla razón de que las penas contra aquellos que desoyeran sus órdenes eran penas durísimas. Así que el rey godo, al final, tenía un ejército compuesto por personas que iban a luchar por un rey en el que no creían. Entonces pasó lo que pasó.

Aquellos primeros árabes llegados a la península y los visigodos se enfrentaron en la batalla de Guadalete. Casi desde el principio estuvo inclinada del lado de los primeros, por lo ya expuesto. Entre las filas del ejército de Rodrigo se encontraban, incluso, familiares del fallecido rey Witiza. Por su gran enemistad con el monarca, estos fueron los primeros en aliarse con los invasores, desertando en plena batalla. Muchos los siguieron. Las bajas godas, ese día, fueron numerosas. El propio rey Rodrigo cayó. Se entiende esta batalla como el comienzo del fin del reino visigodo.

A partir de entonces, Táriq campó por la península a sus anchas, ocupando numerosos territorios en los que no encontró oposición ni líneas defensivas. Así llegó hasta Toledo, corazón del reino ya conquistado. Cuando la posibilidad de tomar toda la península ibérica se hizo evidente, el propio Muza, a sus más de setenta años, cruzó el mar y se lanzó a la conquista. Así, poco a poco, en apenas siete años, se hicieron con el control de toda la geografía.

¿De toda? Bueno, de toda no. Es el momento de hablar de la resistencia del reino astur, donde la tradición sitúa el comienzo de la que pasó a ser conocida como la era de la reconquista.

Entre la historia y la leyenda: la batalla de Covadonga

La basílica de Santa María la Real de Covadonga se encuentra en un entorno único
La basílica de Santa María la Real de Covadonga se encuentra en un entorno único. | Shutterstock

En este tiempo, los árabes llegaron hasta el norte de la península. Allí se encontraron lo que cualquiera puede encontrarse hoy en día: un clima húmedo y más bien frío en un territorio escarpado de montes y valles inaccesibles. En estas condiciones la conquista se complicaba. Del mismo modo que aquella batalla entre árabes y visigodos se inclinó desde el principio del lado de los primeros, a pesar de ser menos, los astures tenían a su favor algo de lo que los árabes no disponían: conocimiento del terreno.

Al frente de este pequeño núcleo de resistencia se situó el famoso Don Pelayo, que reinaría durante casi veinte años. Aunque se le ha atribuido ascendencia visigoda, lo más probable es que Pelayo y los suyos luchasen no para restaurar el reino caído sino desde un sentimiento local. Es decir, sencillamente para defender su tierra. Estos astures no estaban dispuestos a aceptar la invasión árabe y la pérdida de su forma de vida, así que guerrearon, desde la llegada de estos, como buenamente pudieron, acogiéndose al refugio garantizado por los impresionantes Picos de Europa. Desde Cangas de Onís y sus alrededores se organizaron, resistieron y llevaron al enemigo hasta las mismas entrañas de las montañas, donde se libró la batalla que lo cambiaría todo. La batalla de Covadonga, en el año 722.

Los astures, refugiándose en la cueva, consiguieron reducir a un ejército que era mucho más numeroso. Cuando la batalla se inclinó hacia estos últimos, los árabes que huyeron cometieron otro error: se adentraron en unos Picos de Europa que no comprendían. Así llegaron hasta el valle de Liébana, donde fueron vencidos de nuevo. Se cuenta que, en esa ocasión, fue la propia naturaleza quien acabó con ellos: un desprendimiento de tierra los habría sepultado. Las crónicas cristianas, claro, atribuyen este hecho a una intervención divina, como sucede con otros aspectos de la batalla de Covadonga, que se mueve así entre la historia y la leyenda.

Al final, fue lo que fue: el momento en que los cristianos pasaron no solo a defenderse, algo que no habían hecho hasta el momento, sino también a atacar. La batalla de Covadonga significó la primera derrota de los árabes en la península ibérica y la formación de un reino independiente de estos que tendría continuidad en el tiempo.

El resultado: 500 años de batallas

Detalles de la mezquita de Córdoba
Detalles de la mezquita de Córdoba. | Shutterstock

Los árabes retrocedieron poco a poco. Muy poco a poco, habría que decir, pues a pesar de que fueron perdiendo batallas a partir de Covadonga, se quedarían en la península otros quinientos años más. Tardaron apenas siete en expandirse, pero vencer a sus ejércitos, apoyados en numerosas ocasiones desde África, fue otra historia.

Desde el siglo IX y hasta el siglo XI, se conformaron varios de los reinos cristianos que condicionarían los siglos siguientes. El reino astur-leonés, a partir del que surgiría el reino de León cuando en 900 y pico se trasladó la capital asturiana de Oviedo a León. Además hay que destacar el reino de Navarra, formado a mediados del siglo IX. De la mano de Sancho el Mayor tuvo una expansión reseñable, tanto que este llegó a considerarse el Rey de las Españas. Fue el monarca más relevante de este periodo.

El reino de Aragón, por su parte, nació en el siglo XI de la unión de varios condados carolingios asociados por entonces a los navarros: Aragón, Sobrarbe y Ribagorza. Porque durante el medievo, el imperio de Carlomagno también tuvo su lugar en la península. Aquí fundo la Marca Hispánica, en el noreste, generando condados como los mencionados o el de Barcelona.

Con respecto a los árabes, hay que señalar dos periodos de tiempo. El emirato independiente de Córdoba, actuando ya al margen de Damasco, que entre el año 756 y el año 929 logró consolidarse en la península. Y, quizá sobre todo, el Califato de Córdoba, proclamado por Abderramán III. Desde su formación y hasta el año 1031, Al-Ándalus vivió su momento de mayor esplendor político, cultural y comercial. Uno de los protagonistas de esta era fue Almanzor, temido guerrero que llegó hasta Santiago de Compostela para saquearla y terminar colgando de adorno en Córdoba las campanas de su catedral. En estas luchas casi apocalípticas, con castillos como el de Gormaz con epicentro, el condado de Castilla se alzó como protagonista y adquirió el poder suficiente como para independizarse antes de acabar el siglo XI.

Por entonces, Santiago ya era una ciudad santa, lo que para los reinos de la península ibérica significaba varias cosas. En primer lugar, que de algún modo este territorio quedaba unido a toda la cristiandad, por lo que era más sencillo reclamar ayuda foránea para luchar contra los infieles. Por otro lado, les dio la oportunidad de encomendarse al apóstol cuando así lo necesitaron, surgiendo numerosas leyendas a partir de esta creencia. También surgió, claro, el Camino de Santiago. El peregrinaje hasta la supuesta tumba del apóstol cuenta ya con siglos de historia.

Otro elemento más de este periodo: las Glosas Emilianenses. En estas anotaciones manuscritas a un códice en latín es donde se encuentran las primeras expresiones escritas de lo que terminaría evolucionando al castellano.

El triunfo de la cristiandad

Cueva de Covadonga
Cueva de Covadonga. | Shutterstock

Al tiempo que se consolidaban otros reinos, como el de Portugal, el Califato de Córdoba perdía su poder tras no superar una guerra civil por la sucesión de Abderramán III. Surgieron entonces los reinos de Taifas, microestados árabes repartidos por la península que, siendo una veintena y estando divididos, fueron cayendo uno a uno ante los cristianos. En ocasiones, después de que estos se unieran para lograr importantes victorias, como la de la batalla de Navas de Tolosa, en el año 1212.

Con Jaime I conquistando Valencia en el año 1236 y Fernando III el Santo haciendo lo propio con Córdoba, en 1236, y Sevilla, en 1248, los árabes fueron derrotados. Más de quinientos años después de Pelayo y su milagro en Covadonga, los cristianos podían decir que lo habían logrado. Triunfo para la cristiandad. En todo caso, nada de romanticismos. Durante todo este tiempo los reyes, condes y demás nobles seguidores de Cristo tampoco dudaron en traicionarse y aliarse con los musulmanes para alcanzar sus intereses.

Todavía sobreviviría el llamado reino nazarí de Granada, que no cayó hasta 1492, pero fue más un quebradero de cabeza que un peligro real. Finalmente se rindió ante Castilla, al frente de la que ya estaba Isabel I. Es decir, Isabel la Católica. Con ella se cierra el telón. Fin del segundo acto.