Guerras y Escipiones: una historia de romanos en la península

Bienvenidos a este particular repaso a la historia de España. Particular porque va a realizarse con el foco puesto en cinco momentos concretos que nos han traído hasta aquí. Cinco acontecimientos que de alguna manera sirven como síntesis de su Historia completa, aunque esta, como puede imaginarse, es vastísima. De hecho, la presencia de homínidos en la península ibérica se remonta a 1,2 millones de años, tal como certificó la mandíbula encontrada en 2008 en la Sima del Elefante, uno de los yacimientos burgaleses de la Sierra de Atapuerca. Bien: demos un salto en el tiempo desde ahí.

Este primer episodio de España en 5 actos es sobre todo una historia de romanos. Para empezar la función y tal como sucede en las grandes obras de teatro, hay que abrir el telón. Entonces la escenografía traslada al espectador a un momento en el tiempo: la Edad del Hierro. Porque para explicar la presencia de Roma en la península hay que conocer lo que había antes de que ellos llegaran.

La era a.R. (antes de los romanos)

Castro de Viladonga
Castro de Viladonga, en Galicia, puro legado celta. | Shutterstock

En lo que respecta a la península ibérica, la Edad del Hierro engloba desde el año 1000 a.C. hasta la llegada de los romanos. Antes de que estos desembarcaran para romanizar, que no romantizar, el territorio, existían colonias de íberos, castreños, celtas y fenicios, que fundaron la que está considerada la ciudad en pie más antigua de España, Cádiz. Todavía en el sur, no se puede no destacar al mítico reino de Tartessos, del que se tiene conocimiento sobre todo gracias a los historiadores griegos. Ah, sí, griegos, también ellos andaban por la península. De hecho, escribieron mucho sobre los pueblos íberos con los que coincidieron.

Aunque si hay que hablar de alguien en esta época a.R. (antes de los romanos), esos son los cartagineses. Este pueblo venido del norte de África era un pueblo con talento para el comercio y mirada puesta en el horizonte. Los cartagineses ocuparon buena parte de la península, con tratados y alianzas o por la fuerza cuando fue necesario. Así se convirtieron, hacia mediados del siglo VI a.C., en el pueblo dominante del Mediterráneo. Como apunte: dicen las malas lenguas que fueron los responsables de cargarse a la civilización tartesia.

Lo que sí se sabe a ciencia cierta es que molestaron a los romanos cuando se interesaron por la actual isla de Sicilia y el sur de Italia en general. No gustó a la república romana que pusieran la mirada en su territorio y así se abrió un nuevo episodio en la historia: las famosas guerras púnicas.

Cuando los romanos se cabrearon

Tarraco fue uno de los primeros lugares en los que se asentaron los romanos
Tarraco fue uno de los primeros lugares en los que se asentaron los romanos. | Shutterstock

Por la primera guerra púnica hay que pasar un poco de puntillas porque se desarrolló fuera de territorio peninsular, pero de ella salieron victoriosos los romanos. Esto es importante porque los cartagineses decidieron resarcirse ampliando su presencia en la península ibérica, con la familia Barca en general, y Aníbal en particular, encabezando su expansión. El Imperio cartaginés, también conocido como Estado púnico, estableció en la península una base de operaciones a imitación de la existente en el norte de África: Qart Hadasht, “ciudad nueva”. Más tarde los romanos la bautizarían con un nombre que seguro suena más: Carthago Nova, lo que hoy es Cartagena.

Estos se expandieron por el territorio sin oposición romana hasta un momento clave: la invasión de Saguntum, que aun siendo una colonia griega estaba bajo la protección de Roma. Este asalto por parte de Cartago duró en torno a ocho meses en los que los habitantes de la ciudad denunciaron la crueldad de las operaciones, algo que los romanos aprovecharían posteriormente como propaganda. Lo cierto es que en su momento, sin embargo, no hicieron demasiado al respecto: abandonaron Sagunto a su suerte y solo se irritaron de verdad cuando Aníbal volvió a dirigir sus movimientos hacia la península italiana.

Con las relaciones en su periodo más tenso hasta el momento, una delegación romana llegó a Cartago para plantear el problema y que se llegase a un acuerdo. Curiosamente, el acuerdo fue la guerra, pues cuando se preguntó al senado cartaginés qué querían de los romanos y los cartagineses respondieron que eran ellos quienes debían elegir, el líder de la delegación lo tuvo claro: “guerra”. “Aceptamos”, respondieron los cartagineses. Así empezó la segunda guerra púnica, más como una ambición de los romanos de acabar con el poder de Cartago que por un deseo de conquistar la que sería la futura Hispania.

Lo importante es que fue de este modo como los romanos desembarcaron en la península ibérica, con los hermanos Cneo y Publio Cornelio Escipión encabezando las tropas durante esa primera ofensiva. Atención, porque ha llegado el momento de poner nombre a los personajes sin los que nada de lo aquí relatado tendría sentido: los Escipiones, la gran familia patricia que posibilitó que hoy se esté hablando de la romanización de la península.

La lucha de los escipiones

Huellas romanas también en Cartagena
Huellas romanas también en Cartagena. | Shutterstock

La segunda guerra púnica comenzó con el desembarco de Roma en la península, en el año 218 a.C. La primera misión de los romanos fue encontrar aliados entre los íberos, pero no todos se prestaron a colaborar con ellos. Más bien al contrario, ciertas tribus se posicionaron en favor de los cartagineses, como los ilergetes, en el noreste.

Los combates entre romanos y cartagineses se sucedieron durante años. En alguna fecha indeterminada, tanto Cneo como Publio Cornelio Escipión fallecieron en combate, lo que hizo entrar en escena al verdadero protagonista de esta era. Publio Cornelio Escipión, llamado como su padre fallecido, conocido posteriormente como Escipión el Africano.

Con el joven Escipión al mando, el escenario fue inclinándose a favor de los romanos. A pesar de su corta edad, poco más de 20 años, Roma le confió la dirección de las tropas. Un poco a modo de homenaje a los dos grandes nombres fallecidos y también apreciando el paso adelante que había dado postulándose como posible general cuando nadie más quería hacerlo. Escipión el Africano basó su estrategia en la península en dos pilares: el entrenamiento estricto de sus soldados y el tirar de audacia a la hora de combatir.

Por esto último se decidió a atacar esa capital de los cartagineses en la península, Qart Hadasht. Por sus imponentes murallas parecía un lugar inexpugnable, pero Escipión tenía un as bajo la manga. Su contacto con los pescadores de Tarraco, donde su tío Cneo había establecido tiempo atrás su residencia, le proporcionaba información de primera mano del litoral mediterráneo. Así llegó a saber que las marismas del norte de Qart Hadasht eran transitables cuando bajaba el nivel del mar.

En el año 209 a.C. se presentó con sus soldados a las puertas de la ciudad cartaginesa, atrayendo la atención de los encargados de defenderla. Estos no podían imaginar que al ponerse el sol un grupo numeroso de sus hombres cruzaría las marismas sin encontrar resistencia alguna. Lo que parecía imposible, conquistar Qart Hadasht, se consiguió en un corto periodo de tiempo. Los romanos la renombraron como Cartago Nova, liberaron a los rehenes íberos y celtíberos retenidos allí con la condición de que se aliaran con Roma, mermando así el poder de Cartago.

Las batallas en la península entre ambos pueblos no concluyeron hasta el año 206 a.C., cuando se enfrentaron una última vez en Ilipa, actual Alcalá del Río. A partir de aquí, Cartago perdió la iniciativa, pues Aníbal se fue quedando sin aliados y fuerzas para seguir acosando a Roma en Italia. Entonces Escipión llevó la guerra hasta África, donde asestó el golpe definitivo a Cartago, ganándose así, además, el sobrenombre con el que pasó a ser conocido: Escipión el Africano.

Las últimas glorias de los escipiones

El pasado en los alrededores de Numancia es también palpable
El pasado en los alrededores de Numancia es también palpable. | Shutterstock

Con Cartago fuera de la península, los romanos, ya sí, se lanzaron a la conquista. Hispania quedó dividida en dos grandes provincias: la Citerior, al norte, y la Ulterior, al sur. De este periodo de tiempo posterior al asentamiento romano debe destacarse otra figura de la familia de los Escipiones: Escipión Emiliano, militar y político. Hijo de Emilio Paulo, gran general y cuñado de Escipión el Africano, fue adoptado por un retoño de este último. Sí, todo muy de novela.

Escipión Emiliano fue el protagonista de la que sería la tercera y última guerra púnica. Durante la sucesión de batallas acontecidas entre los años 149 y 146 a.C., no deja de ser curioso que destruyera la misma ciudad con la que tanto combatió su abuelo: Cartago. Lloró al hacerlo, según el historiador Polibio, ya que pensaba que algún día le pasaría lo mismo a Roma. No le faltaba razón.

El nieto del Africano fue muy respetado y valorado entre las tropas romanas. De hecho, llegó a decirse que solo un descendiente del gran general podía vencer, de nuevo, a los cartaginenses. Como ya se ha dicho, así fue y eso le valió su primer sobrenombre, Africano Menor. Sus hombres también le siguieron en la batalla contra los celtíberos a los que invadían. Las órdenes que recibió Escipión Emiliano fueron claras: acabar con la resistencia numantina, el lugar donde los ejércitos romanos se estrellaban una y otra vez.

El por entonces cónsul puso asedio una ciudad que terminó cayendo ante el hambre y las epidemias. Corría el año 133 a.C. La guerra entre celtíberos y romanos estaba cerca de concluir. Otra vez Roma se llevaba la victoria y Escipión Emiliano otro apodo oficial, el de Numantino. Al final su nombre era Publio Cornelio Escipión Emiliano Africano Menor Numantino. Ríete tú de Daenerys de la Tormenta, de la casa Targaryen y todo lo demás.

¿Qué pasó después?

Vista cercana al muro del impresionante Teatro Romano de Mérida
Vista cercana al muro del impresionante Teatro Romano de Mérida | Shutterstock

Al margen de las guerras, Hispania estuvo también involucrada en las múltiples disputas políticas de los últimos años de la República. De hecho, jugó un papel fundamental en la llegada de Julio César al poder, pues gobernó zonas de Hispania con gran éxito. También en la península conoció la gloria Pompeyo, combatiendo al rebelde Sertorio. Ambos formaron parte del primer triunvirato, evento que significó el principio del fin de la Roma republicana. Acabarían enfrentándose en la segunda guerra civil romana, esa en la que César cruzó el Rubicón dejando frases muy chulas para la posteridad como "Alea Iacta Est”.

Roma ocupó, poco a poco, toda la península. Su presencia dominante y su legado es todavía hoy palpable. No hay más que visitar ciudades como la mencionada Tarragona, o recorrer la provincia de Extremadura, para que se haga evidente la manera en que el territorio quedó romanizado. Incluso hubo emperadores nacidos en Hispania, tal era su presencia aquí. Pero, a pesar del poder del que gozaron durante un tiempo, el Imperio no duró para siempre.

A finales del siglo IV empezó a desmoronarse y los llamados bárbaros a llegar a Hispania. Suevos, vándalos y sobre todo visigodos, que terminarían haciéndose con el poder durante los siglos VI y VII. Quizá su dominio hubiera durado más tiempo si no hubieran cometido un error que les costó su supervivencia. En pleno conflicto político, pidieron ayuda al extranjero. Así fue como los árabes llegaron a la península. Pero, de momento, cerramos el telón. Fin del primer acto.