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Ruta sin cobertura por los dominios del Ebro naciente

Cascada en Saja-Besaya

Si el Ebro fuera una estrella de cualquier ámbito no podría decir que tiene un origen humilde. Eclipsada en fama por su gloriosa conclusión tarraconense, el germen de la vía fluvial que mejor define el oriente peninsular es apabullante. Agua en todas formas, bosques profundos, cañones salvajes, un fondo montañoso que parece sacado de la obra de Tolkien… Todo ello en un cruce de caminos entre Cantabria, Burgos y Bizkaia en el que estar pendiente del móvil solo es justificable para poner el GPS. Por lo demás, mejor pasar de la cobertura y las bondades de las redes sociales. Ya habrá tiempo de colgar las fotos después.

El embalse del Ebro, referencia necesaria

La llamada catedral de los Peces
La llamada catedral de los Peces. | Shutterstock

Podríase pensar que hablando de lo más alto del Ebro el epicentro de esta ruta abierta sería su nacimiento. Pero es mejor avanzar un poquito más hasta un espectáculo artificial. Se trata del embalse del Ebro, entre Burgos y Cantabria. Donde antes había pastos, ahora hay una enorme masa de agua. Tardó en hacerse tres décadas, de los 20 a los 50. Como siempre, hubo injusticias, expropiaciones crueles y promesas incumplidas. Con todo y esto, la infraestructura es vital para regular al curso fluvial más temperamental del país.

Pese a las inundaciones y las pérdidas de tierras que sufrieron los lugareños, en el lugar la ganadería sigue siendo un medio de vida. Comparte esta querencia con vecinos como el Valle del Pas. Tanto en el perímetro del embalse del Ebro como en las zonas aledañas el forastero percibe que lo es, sobre todo en los pueblos pequeños. Excepto en rincones muy conocidos como Orbaneja del Castillo, ya río abajo, no existe la efusividad ante el viajero de los grandes núcleos turísticos. Sí la parca hospitalidad de la montaña, fruto de un tempo de vida muy distinto, que no peor, que el de Gran Vía o el Paral-lel.

Dicho esto, las opciones de base en torno al embalse son muy variadas. Sea junto a la orilla o alejándose un tanto de ella, en poblaciones como Cilleruelo de Bezana, no faltan hospedajes. Son hostales, mesones u hoteles de carretera, sencillos y económicos. Corconte y su balneario es una alternativa más lujosa. También hay que tener en cuenta a Reinosa, pequeña ciudad y centro neurálgico local que destaca por sus casonas.

Iglesia de Santa María la Mayor en Villacantid
Iglesia de Santa María la Mayor en Villacantid. | Javier Retuerta

Recorrer el perímetro del embalse puede ser tarea de un día. También de dos medios, correspondientes a las orillas norte y sur, complementando alguna de las propuestas que vendrán a continuación. En la vertiente sureña destaca una solitaria atalaya, esbelta y muerta. Se trata de la lánguida Catedral de los Peces, en realidad una mera torre del efímero templo de Villanueva de las Rozas. Se salvó tras la inundación y fue rescatada. Accesible mediante una pasarela, suele tener su base cubierta por las aguas. Se puede entrar en ella y subir hasta su planta más alta, desde la que las vistas son inmejorables.

Por el norte, el recorrido pasa por el mencionado balneario de Corconte. Sobre él, de fondo, se divisa el puerto del Escudo. Conviene tomarse los pocos minutos que llevan hasta él y contemplar otra rareza: una pirámide. Monumento fascista italiano, se levantó como mausoleo para acoger los cadáveres de los caídos durante la batalla de Santander. También en este ramal se encuentran los accesos a la península de la Lastra, entorno ideal para un día de senderismo.

Además, en todo el perímetro abundan miradores, templos notables, alguna presa, puentes, campings, áreas de recreo y playas. Hay muchísimas alternativas. Por ello, la mejor opción es invertir unos minutos preguntando al hospedador, el regente del bar donde se desayune.

La Montaña y los tres estados del agua

Entorno del collado de Sejos
Entorno del collado de Sejos. | Javier Retuerta

La Cordillera Cantábrica es un muro casi infranqueable, que como se dijo puede recordar a entornos fantásticos. Un aura que se transmite en este alto Ebro, así como un poco más al norte. Porque una de las ventajas de esta ruta en la que se busca no hacer caso a la cobertura es que muy cerca quedan visitas muy distintas. Por ejemplo, dedicar un día a las maravillas naturales que habitan entre los ríos Saja y Besaya, un espacio protegido pero accesible. Mirando al este desde Reinosa toca ir a Espinilla, breve trayecto, para luego virar al norte. De camino, o de vuelta, en Fontibre se encuentra el nacimiento del Ebro. Un punto oficial, con el encanto que ello conlleva y ciertamente bello. Qué menos que rendir homenaje a uno de los varios ríos que fueron llamados Iber en la antigüedad.

Volviendo a la jornada propuesta, puramente cántabra, hay que prestar atención al tiempo siempre. Los servicios quitanieves son excelentes, pero mejor preguntar al lugareño cómo está el asunto si se está en época fría. También hay que echar las cadenas, por si acaso, ya que la nieve suele abundar. Por algo se le llama La Montaña a Cantabria. Esta zona refulge especialmente en las postrimerías del invierno. Entonces el agua se ve en todas su formas. Las nieblas matinales crean un ambiente feérico al combinarse con la nieve. Un manto níveo junto al que destacan toques transparentes, ya sea de las púas heladas que recorren las ramas de los árboles o de los abundantes cursos fluviales.

Colores otoñales en Saja-Besaya
Colores otoñales en Saja-Besaya. | Javier Retuerta

En este pequeño viaje se puede parar en el puerto de la Palombrera, para jugar con la nieve o disfrutar del verdor según la época del año. Se trata del cambio de vertiente: Ebro al sur y Saja y Besaya al norte. Más adelante, el balcón de la Cardosa con su cérvida estatua deja panorámicas inmensas. En el mencionado final del otoño, las motas ocres de la hoja que quiere caer aporta un nuevo atractivo cromático.

El parque natural de Saja-Besaya acaba llegando, con multitud de carteles indicando puntos a los que prestar atención. Una de las opciones de ruta más sencillas y adaptables pasa por el Pozo del Amo. Una cascada espectacular y una referencia con aparcamiento. Desde este, una pequeña cuestecilla acerca a un cartel informativo. Lo bueno de este recorrido es que da para paseo o para día completo según se segmente. Lleva al collado de Sejos, ida y vuelta 12 kilómetros, y puede extenderse hasta Puente Pumar, 15 kilómetros lineales, el doble si se retorna al punto de partida. En todo caso, destacan las hayas y los arroyos que hay que ir cruzando. Cascadas, formaciones rocosas o brañas con sus cabañas completan el menú.

Ruta en el entorno de Saja-Besaya
Ruta en el entorno de Saja-Besaya. | Javier Retuerta

Para ir al siguiente punto hay que seguir el Saya, y la carretera por donde se estaba viniendo, hasta que se une al Argonza. Remontándolo se llega a Bárcena Mayor, única localidad dentro del parque natural de Saja-Besaya. Hay que aparcar fuera y está perfectamente restaurada. Un pueblo de piedra perfecto donde comer alguno de los mejores cocidos montañeses de Cantabria, carne de vaca tudanca, sidra, postres lácteos o productos porcinos de primera. Sí, comer es importante. Con el buche lleno, solo queda volver al Ebro y ver algún templo de camino.

Entre los cañones del Ebro

Cascada de Orbaneja del Castillo con su caudal a tope
Cascada de Orbaneja del Castillo con su caudal a tope. | Javier Retuerta

Si la mirada se ha dirigido hasta el momento al norte, ahora llega el turno del sur. Porque tal es el rumbo que toma el Ebro y por ahí es por donde se dirige esta ruta sin cobertura. La vía que se usa merece mención. Es la Nacional 623, la carretera de los Sueños. Su nombre ya deja claro que es más que asfalto. En el segmento que atañe a este artículo recorre las hoces del Alto Ebro. Da una perspectiva desde lo alto, casi celestial, del serpenteo fluvial del más caudaloso río de la península. Pero esta no se quedará ahí, pues caminos secundarios permiten bajar al suelo, a las aguas y a sus pueblos.

Partiendo desde el embalse se recorre una llanura de pastos hasta comenzar un descenso cómodo pero que deja buenas vistas. Son solo unos metros, pero marcan la diferencia. El paisaje cambia notablemente, los valles se esconden y las curvas se hacen pronunciadas. Estando en Burgos, en las Merindades, Cantabria se huele. La Montaña acecha. Yendo en coche ya se disfruta del paisaje y distintos miradores hacen posible que las pausas lleguen de forma natural. Que las prisas no traicionen, cada alto merece la pena.

La referencia del día es un pueblo famoso, para variar. Se trata de Orbaneja del Castillo. Si alguien se ha aventurado a adivinar su atractivo, se siente, no es un castillo. Frente al pueblo, los riscos del Camello dominan un meandro, una hoz. Respecto al núcleo de población, es normal que sea turístico. Una cascada tremenda parte en dos al lugar sin piedad, tronando cuando la sequía no hace acto de presencia. El trazado medieval hace el resto.

Desde Orbaneja parten dos rutas muy parecidas, siguiendo siempre el rugiente Ebro. Una va a Escalada y otra a Villaescusa. Son fáciles, yendo y viniendo abarcan una mañana. En este caso se va a optar por la última. Sí, se dará de nuevo la brasa y se recomendará ir en los últimos estertores del otoño. Llueva o no, el esfuerzo paga bien la energía invertida en andar. Hasta el punto final hay unos seis kilómetros sin dificultad, trufados por árboles caducifolios, restos de estructuras hace tiempo olvidadas y pasajes que evaden a cualquiera de la realidad.

De camino se pasa por una central hidroeléctrica habitada por encantadores técnicos que, al menos en el caso del que firma esto, dieron útiles indicaciones y una charla que siempre se agradece. El enclave se sitúa junto a un poderoso regato, el del Tobazo. Una cascada inmensa que se puede remontar. Esto añade un punto de dificultad, pero permite obtener ese plus que se espera de una ruta que renuncia a la cobertura.

Entrada al valle de Manzanedo
Entrada al valle de Manzanedo. | Javier Retuerta

Entrando en un prado no hay que ir junto a la caída de agua, sino que hay que buscar un camino de ascenso a la derecha. Entre árboles se asciende mientras se ve una cascada múltiple, con infinitos chorros, pintada por los caprichos de la naturaleza. En lo alto aguarda otra sorpresa, un conjunto de eremitorios rupestres. Se trata de cuevas excavadas donde monjes medievales iban a evadirse del mundo. Una puntada de envidia es inevitable.

De vuelta al embalse del Ebro hay una alternativa mejor que la carretera de los Sueños. Simplemente habría que ir por el valle de Manzanedo y hacer un alto en Santa María de Rioseco. Un lugar que parece salido de la mente de un poeta como Bécquer. Antaño poderoso, su estilo cisterciense ha sido consumido por la ruina y el tiempo. Ahora quedan despojos de gran belleza, un esqueleto maravilloso que si se puede ver en solitario adquiere un valor casi trascendental. En la visita no deja de resonar el poderoso Ebro, que pocos kilómetros antes acompaña a otro eremitorio rupestre.

Vistas del monasterio de Santa María de Rioseco de noche
Vistas del monasterio de Santa María de Rioseco de noche | Shutterstock

Del resto del valle de Manzanedo solo queda decir que su entrada por la N-623, carretera rural mediante, es sencillamente una gozada. Se trata de un recóndito espacio, escondido, que aparece tras un recorte en la pared de piedra que protege al conjunto. Sus pueblos e iglesias son de esos que hacen desear al urbanita volver a lo rural.

Como apunte final, como es posible que el retorno llegue ya con el día acabado, hay que mencionar el cielo nocturno de este alto Ebro. Siempre que a las nubes no les dé por fastidiar, claro. Se trata de un mar de estrellas en su máximo esplendor. Un chorro de puntos luminosos puro, profundo, tridimensional. Al contemplarlo uno es consciente de que no es más que parte de una pequeña “mota azul pálido”, que diría Carl Sagan. Da igual afrontar este levantar la vista en la introspección de la soledad o en la tranquilidad de la compañía, que siempre ayuda si el cuchillo del existencialismo ataca.

Los juegos de la geografía

Puentedey y su arco natural
Puentedey y su arco natural. | Javier Retuerta

Para ir acabando esta ruta alejada de los móviles queda otro de los grandes hits de la zona. Al oeste queda Ojo Guareña, un complejo de cuevas excelso porque combina la acción natural con la humana. Llegar es fácil, aparcar también y conseguir entrar ídem si se es previsor. Por fuera el escenario sorprende al estilo alto Ebro, que es el mismo de Rivendel: haciendo gala del ocultamiento. Una fachada muy fotogénica da paso a un interior igualmente notable.

Lo que muchos pasan por alto es la ruta que lleva al Ventanón. Se trata de otro capricho de la geología que permite además sumergirse en los montes y pueblos del lugar. Sin apenas cuestas, desde el aparcamiento que da acceso a Ojo Guareña se recorren caminos custodiados por encinas que concluyen en una formación natural en forma de ventana. El nombre no traiciona. La vuelta vuelve a dejar panorámicas inmensas, amplias.

Falso dolmen de Busnela
El supuesto dolmen de Busnela. | Javier Retuerta

Puentedey queda cerca y permite seguir con el juego geológico. Un pueblo sencillo que pasaría por alto si parte del mismo no estuviera sobre un puente natural de piedra que recorre un curso fluvial. De nuevo una mezcla entre naturaleza y cultura que deja con la boca abierta. Para finalizar, un toque prehistórico. El dolmen de Busnela aguarda de nuevo en medio de la aparente nada. Su peculiaridad es que aprovecha formaciones preexistentes para coger forma. Esto ha llevado a que no se tenga claro que su nombre responda a la realidad y sea realmente un megalito de este tipo. En todo caso, es digno de visita.

Eremitorio rupestre de San Miguel
Eremitorio rupestre de San Miguel. | Javier Retuerta

Esta ruta por el alto Ebro y sus alrededores, siempre entre Cantabria y Burgos, podría tener muchas más valencias. Por ejemplo, se han dejado de lado eremitorios rupestres como el de Presillas o el de San Acisclo y Santa Victoria, los mártires de Córdoba. También faltarían mil rutas, templos y pueblos que describir. Pero ya se sabe, la gracia de todo esto es lo de ir preguntando en el lugar. En todo caso, este rinconcito de España ha sabido conservar su autenticidad natural y rural. Un pequeño milagro que se agradece.