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Ízaro, la isla deseada de la costa vasca

Isla de Ízaro, leyenda de la costa vasca

La isla de Ízaro surge como una sorpresa en medio de las aguas del mar Cantábrico, en la costa vasca. Frente a la provincia de Vizcaya, Ízaro se dibuja en el horizonte tomando mil formas. A veces, un enigma por descubrir. Otras, la posibilidad de una fantasía al final del arco iris. O el escondite perfecto para el botín de unos bravos piratas.

Hogar de secretos tan solo conocidos por las gaviotas que en ella anidan, Ízaro permanece imperturbable como un limbo rocoso entre cielo y mar. La imaginación descarga como un diluvio de posibilidades sobre este pedacito de tierra entre Bermeo y Mundaka. Una imaginación que se activa una otra vez tan solo descansando la mirada sobre ella. La espuma de las olas viene cargada de historias y leyendas que se entremezclan sin posibilidad de distinción.

La disputa marítima por la isla de Ízaro

Vista de la isla de Ízaro desde Mundaka
Vista de la isla de Ízaro desde Mundaka. | Shuttertstock

Muchas de las leyendas de la Ízaro se encuentran íntimamente vinculadas al agua, como solo pueden estarlo las historias de una isla. Las hay de todo tipo. Desde conventos encantados y frailes enamorados, hasta narraciones sobre desembarcos o reinas remontando escaleras que ascienden hacia el cielo. Algunas de ellas han llegado hasta nuestros días en forma de tradiciones. Costumbres como las celebraciones del día de Santa Magdalena, el 22 de julio.

Conocidas como Las Magdalenas, cada verano se realiza una competición de embarcaciones que parten, con sus respectivas tripulaciones, desde Bermeo y Mundaka. El arbitraje corre a cargo de los vecinos de Elantxobe. Esta regata anual es heredera de una original cuyo propósito, según se dice, era definir la titularidad de la codiciada isla. Los papeles de contendientes y árbitros se asignaron ya, en ese pasado indefinido, a los mismos actores de la actualidad.

La soberanía sobre la isla de Ízaro era una problemática continuada que precisaba una solución definitiva. De común acuerdo lanzaron sus barcas al mar Cantábrico la mañana de un 22 de julio. Se desconoce exactamente el año. Aquel día los habitantes de Bermeo arribaron los primeros a la costa isleña, convirtiéndose en los legítimos dueños de Ízaro. La importancia de este territorio inmerso en la Reserva de la Biosfera de Urdaibai continua intacta en el acervo popular.

Por ello, todos los veranos se lleva a cabo la conocida como “ceremonia de la teja”. Un festejo al que acuden los habitantes de las tres localidades implicadas, pero también un importante número de foráneos. De hecho se ha convertido en una de las tradiciones más importantes de toda la costa vizcaína. La teja alzada simboliza el techo bajo el que se ampara la propiedad de los bermeanos. Así como la repetición de la ceremonia significa la renovación anual de tal derecho. Sea como fuere, la propiedad de la isla quedó decidida. Pero hay ciertas cosas en Ízaro de las que es imposible apropiarse. Las voces de los antepasados junto a las palabras que tejen pretéritas historias. Ellas sobrevolarán libres la isla por siempre.

Leyendas de la isla de Ízaro: piratas, amor y sirenas

Isla de Ízaro tras el puerto de Bermeo
Isla de Ízaro tras el puerto de Bermeo. | Shutterstock

El nombre de la isla de Ízaro surge, igual que ella misma, como por obra de un hechizo, en medio de incontables narrativas. Es protagonista y escenario de sucesos dispares y encantados, enigma y misterio de agrestes contornos entre los cabos de Matxitxaco y Ogoño. Lugar de huida y retorno. Es, en definitiva, un mundo único donde las nubes almacenan murmullos de un pasado, real o ficticio. ¿Quién lo sabe?

Allí, en las nubes, perviven aún los ecos de un ataque pirata. Un cruento asalto llevado a cabo por saqueadores hugonotes que, en las crónicas populares, se adjudicó al inglés Sir Francis Drake. En cualquier caso, el territorio de Ízaro quedó sembrado de terror y destrucción. Los protestantes franceses profanaron convento e imágenes religiosas, dando muerte a todos los frailes que no lograron esconderse. Finalmente el destino de tan sangrienta tripulación, quizás por castigo divino, fue ser arrastrados por la corriente hasta las rocas.

Huyendo de las tropas capitaneadas por Gonzalo Ibáñez de Ugarte, se estrellaron en las rompientes, frente a la ermita de Lamiarán. Perecieron todos ahogados, excepto un grumete que quedó como testigo de excepción para las líneas de Fray Pedro de Loybe. De otro cronista hospedado en el convento proceden las anotaciones referidas a ciertos fenómenos paranormales acaecidos en Ízaro. Lamentos y gritos provenientes de un cementerio oculto. Allí yacían, todavía con grilletes en sus manos, esclavos de un barco negrero hundido en la zona.

Se documentaron además sucesos tales como un temblor inexplicable coincidente con el intento de apertura de una antigua tumba hallada en el ala norte del edificio. En otra ocasión la campana de la iglesia comenzó a sonar por sí sola. Justo en ese momento un cadáver apareció flotando cerca de la orilla. Los frailes lo rescataron y, al darle sepultura, el toque de la campana cesó.

También los frailes protagonizaron el rescate de un joven de Mundaka que, imposibilitado de ver a su amada, intentó perderse en el mar. Los religiosos le salvaron la vida y lo llevaron con ellos. Pero el joven y su enamorada, vecina de Bermeo, continuaron concertando citas en la isla de Ízaro. Allí acudía ella, alumbrada por un candil que funcionaba como señal en medio de la noche. Su padre, sabiéndose engañado, le escondió el candil incrustándolo en los acantilados de Mundaka, donde terminó el joven la siguiente noche, siguiendo su luz. Al saberlo muerto, la muchacha se arrojó por ese mismo acantilado, sellando para siempre su amor en el mar.

Aquel era el mismo mar habitado por las lamias, ocultas entre Ibarrangelu y Otzarri. En ocasiones, estas se acercaban traviesas hasta la entrada del puerto de Bermeo. Con sus cantos atraían a los pescadores para, finalmente, ahogarlos, casi sin que ellos tuvieran tiempo de percatarse. Puede que precisamente ellas, las lamias, sean las únicas capaces de dar razón sobre la veracidad de algunos de estos acontecimientos. Mientras tanto, el secreto permanecerá guardado en la isla de Ízaro, entre tierra y mar.

El entorno: mucho más que un paisaje de la costa vasca

San Juan de Gaztelugatxe
San Juan de Gaztelugatxe. | Shutterstock

La isla de Ízaro es misterio, tradición y sorpresa. Pero es también un paisaje espectacular repleto de  naturaleza virgen cargada de diversidad. Una naturaleza enmarcada en el interior de la Reserva de la Biosfera de Urdaibai. Espacio natural de más de 20.000 hectáreas que parte de la desembocadura del río Oca, en Vizcaya. El buceo o la pesca son actividades perfectas para conocer la zona más de cerca, partiendo desde Bermeo, Pedernales o Mundaka. Además es un lugar perfecto para disfrutar del paisaje, seguir el vuelo de las gaviotas y garcetas que pueblan la isla. O para, simplemente, disfrutar de una puesta de sol.

Pero el entorno de Ízaro va más allá de los confines de la propia isla. Empezando por Bermeo, para pasear en torno al precioso puerto o los astilleros. Después, conocer de cerca San Juan de Gaztelugatxe o sentir el viento que sopla en cabo Matxitxako. Mundaka será el siguiente destino, en la eterna búsqueda de la ola perfecta, sobre todo para los amantes del surf. Desde su atalaya, miradores, iglesias y la visión de un cielo que se torna infinita, más allá de la isla. Al final de la jornada, al contemplarla por última vez, vuelve a activarse hasta la más somnolienta de las imaginaciones. Y allí, en el horizonte, Ízaro se convierte en un eterno “País de Nunca Jamás”, repleto de piratas, sirenas y sueños.

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