Los martinicos, los duendes del desorden

Una joven de unos 15 años busca entre sus ropas una camiseta. “Yo la dejé aquí, mamá, te lo prometo”, le cuenta la joven a su madre mientras señala una silla sin nada encima. El resto de su habitación está muy ordenada. Exageradamente ordenada. Así es ella. “Pues no sé hija, o ha sido el fantasma que hace desaparecer nuestros calcetines siempre o quizás tu hermano tenga algo que ver...”, contesta la mujer. “¡Francisquito!”, grita la quinceañera. Mientras tanto, en la habitación de al lado, un niño de unos 10 años mira ojiplático a un pequeño ser que se ríe sin parar. Es muy feo y va vestido con un traje de frailecillo. El martinico coloca su dedo índice sobre sus labios y le indica al niño que se calle, mientras este permanece aterrorizado.

Oficio: desquiciador profesional

Seguramente Francisquito sea el que finalmente termine por llevarse las culpas por la desaparición de la camiseta. Y probablemente también sea Francisquito el único que haya visto al terrorífico duende, pues se deja ver más por los niños que por los adultos. Estos seres, que se extienden por varias comunidades autónomas de España, son de baja estatura, regordetes y poco agraciados. A veces tienen joroba, otras grandes narices y, en ocasiones, tienen hasta un rabo, similar al de los demonios.

Ilustración de un martinico
Ilustración de un martinico | Wikimedia

Sin embargo, a pesar de presentar este desagradable aspecto, que en ocasiones puede dar miedo, los martinicos son los integrantes menos terroríficos de la plantilla Asusta Niños SA. Aunque una de sus funciones sí es la de aterrorizar a los críos, su trabajo principal es el de provocar el caos en las casas. Los martinicos se adhieren normalmente a una vivienda en la que se dedican a fastidiar a sus inquilinos. Calcetines dados a la fuga, vajilla rota por arte de magia, objetos que cambian de sitio, extraños sonidos en la noche… Los martinicos tienen mil y una formas de atormentar a los humanos que, como no suelen verles, acaban por echarse las culpas entre unos y otros.

Estos duendes también tienen una cara buena, que sacan a relucir cuando consideran que los humanos les están dando un buen trato e, incluso, pueden encariñarse con una familia y recoger sus bártulos cuando estos se muden para seguirles donde quiera que vayan. Pero resulta difícil ser indulgente con un ser que está todo el día fastidiando. Por contra, cuando se les interrumpe en sus tareas, pueden enfadarse muchísimo, volviéndose iracundos e intratables.

Lugar de nacimiento: el nombre del diablo

En la Edad Media, el nombre de Martín se solía asociar con el demonio. Esta es la primera referencia que se suele vincular con los martinicos. Mientras que la primera historia escrita que se asocia con ellos es la de El conde Lucanor, escrita por el autor Juan Manuel en el siglo XIV. Una referencia más clara es la de La dama duende, obra del siglo XVII donde Pedro Calderón de la Barca describe a un duende como “fraile tamañito” o “duende capuchino”. El pintor Francisco Goya también les representó en una obra conocida como Duendecillos y sus rasgos físicos se suelen hermanar con los de los cabezudos, esas figuras que salpican las populares fiestas de Castilla.

Dibujo Duendecillos de Goya
Grabado Duendecillos de Goya | Wikimedia

Lo que está claro es, en fin, que los martinicos han estado presentes en la cultura popular desde finales de la Edad Media y que sus historias se han extendido por distintos lugares de la geografía española. Donde más conocidos son es en Castilla-La Mancha, aunque en Aragón, Extremadura y provincias de Andalucía como Jaén o Granada también se escuchan historias sobre ellos.

Poder: transformación

La habilidad de desquiciar a los humanos quizás no se puede considerar como un poder, entendiendo este como una facultad sobrenatural. Sin embargo, lo que sí pueden hacer los martinicos es o bien ser invisibles o bien transformarse en otros seres, ocultando en ambos casos su verdadera forma. De hecho, la mayoría de las veces sólo consiguen verlos los niños, pues los adultos no cuentan con la suficiente imaginación como para ello, lo que no significa que no existan...

La otra habilidad especial de estos traviesos duendecillos consiste en transformar el oro en carbón. Como si fueran reyes magos o tuvieran el poder de la mano de Midas, pero al revés. Pero los martinicos solo utilizan este poder para castigar a los avaros. Incluso hay una historia que cuenta como el duende Martinico se enamoró de una mujer en la ciudad de Córdoba. El hermano de ella quería quedarse con toda la fortuna que poseía y, resumiendo la historia, finalmente terminó matándola, adquiriendo así todo su dinero. Martinico se enfadó tanto que acabó por matarle. ¿Cómo? Pues hizo que flotara en el aire mientras le ahogaba hasta dejarle colgado de una viga.

Ilustración de un martinico
Ilustración de un martinico | Paula Garvi

Los otros martinicos

Historias de los martinicos hay también en Granada, donde supuestamente el duende Martinico se dedicaba a custodiar manantiales y depósitos de agua. En Guadalajara, en Berniches, varios mitos aluden a los ruidos que estos duendes hacían en las casas. Cuando los inquilinos, hartos de los desvelos, decidían mudarse de casa, una voz les amenazaba: “Donde vosotros vayáis yo os seguiré”. Ah, y no podemos olvidarnos de aquellos mitos que aluden a la transformación de aquellos niños que morían sin ser bautizados en martinicos. ¿Qué había que hacer para librarse de ellos? Pues pagar una prerrogativa a la Iglesia, claro que sí…

En otras zonas de España, los duendes adquieren otros nombres. En Asturias, son los trasgus, descritos como diablillos cojos. En Cataluña, toman la forma de los follets, duendes traviesos, como todos, pero que son muy leales a las familias y que también les prestan ayuda. En Valencia, tenemos a los doñets, seres a los que les encanta la oscuridad. En Cantabria las historias versan sobre los tentirujos y los trastolillos. Todos estos duendes tienen un rasgo en común: su afán por las travesuras.

Los Martinicos en la actualidad

Muchas son las personas que han oído hablar de duendes o de gnomos, liantes natos que se dedican a averiar los electrodomésticos de las casas o a sembrar el caos entre los humanos. Si todos los habitantes de una vivienda afirman que no se han comido la última galleta que faltaba... ¿quién podrá ser si no un duende? Sin embargo, el nombre de martinico no es tan conocido, ni siquiera en los lugares de donde procede. Por eso, recuperamos a esta revoltosa criatura, un monstruo que le da mayor diversidad a la plantilla de Asusta Niños SA.