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Los Indianos: cuando hacer las Américas cambió la cara al norte de España

Casonas de indianos en Ribadesella

Pululando por países hispanoamericanos como Cuba es fácil que en cualquier charla con un lugareño surja el tema de que su abuelo era de Asturias, Canarias, Catalunya, Galicia… Las fechas, normalmente, cuadran con la época dorada de los indianos. Estos emigrantes fueron personajes grises, importantes, que hicieron de Las Indias su hábitat natural. Capitalistas hasta la médula, a los que mejor les fue acabaron con imperios comerciales y títulos nobiliarios. Otros se conformaron con hacer una pequeña fortuna que en la deprimida España de finales del XIX y principios del XX era más lustrosa de lo que parecía. Casi todos, claro, no sacaron más tajada que la necesaria para vivir. En todo caso, su historia es la de una época.

Casa de indianos en Ribadeo
Casa de indianos en Ribadeo. | Shutterstock

Emigración como libertad

Mientras militares y políticos maquinaban complots cada diez minutos, la población de la España de mediados del XIX languidecía. En las zonas más avanzadas del país el analfabetismo afectaba a casi dos tercios de la población. Además, los rescoldos del Antiguo Régimen seguían impidiendo que las libertades individuales perseveraran en la península. En Ultramar, todo era bastante peor, con la esclavitud todavía en activo. Entonces, en 1853, se dio un atisbo de esperanza en forma de cambio de ley. La emigración hasta América dejó de estar prohibida. Con muchos peros, más se abrió.

El miedo oculto tras la prohibición era que se despoblaran ciertas zonas de España. Tal proceso permitió que comenzará el fenómeno indiano, aunque no explotaría definitivamente hasta la primera década del siglo XX, con la liberalización total del asunto. Esto no significa que no existiera antes de 1853, pero se hacía de forma ilegal y los efectos se asumían como hechos consumados. Un claro ejemplo es el de Antonio López y López, el marqués de Comillas.

Vista del palacio de Sobrellano desde la campa frontal
Vista del palacio de Sobrellano desde la campa frontal. | Shutterstock

Sea como fuere, la casuística de los primeros emigrantes era parecida. Solían ser jóvenes norteños, capaces de leer, que contaban con conexiones en el lugar. Dado el lamentable estado social de las colonias y nuevas repúblicas americanas, peor que el peninsular, solían integrarse en mayor o menor medida en los círculos dominantes de ultramar. No en vano, el haber nacido en Europa conllevaba derechos de por sí.

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Sin embargo, como en todo, la situación no era igual para todos. Gallegos y canarios partían con desventaja en las intentonas. Así han pasado a las crónicas, más como mano de obra que como emprendedores. Sea como fuere, los insulares contaban con una plus. El viajar a las Indias había sido más habitual para ellos que para los peninsulares. Leyes y pura geografía llevaron a que familias de las Islas Canarias poblaran entornos como Cuba o Venezuela desde hacía siglos. Asimismo, estaba el factor comercial, al ser las islas puertos decisivos en el trasiego trasatlántico.

Fiesta de los Indianos en La Palma
Fiesta de los Indianos en La Palma. | Shutterstock

Hacer las Américas por lo civil o lo criminal

En las primeras décadas, hasta el final del XIX, se calcula que casi medio millón de españoles procedentes de península y Canarias emigraron a las Indias. Lo que hallaron allí fue un entorno cambiante, donde el servilismo y la dinámica de poder era distintos a los de Europa. Es decir, un espacio donde prosperar a pesar de no ser nadie. Lugares como Colombia o Venezuela habían liderado las primeras olas de nacionalismo e independentismo y trataban de consolidarse como estados. Lo mismo ocurría con México, Argentina o Chile.

Puerto Rico y Cuba, todavía colonias, mantenían posiciones tensas con Madrid. Una lucha de intereses a tres bandas a la que se sumaba el intervencionismo exterior, como el de Estados Unidos. Mientras tanto, la esclavitud vivía sus últimos días. Pese a estar relativamente controlada desde periodos tempranos su aplicación en la población local, en las personas africanas la situación era distinta. Legal o ilegalmente toda América se aprovechó de esta mano de obra barata durante las primeras décadas del siglo XIX. Primero desapareció en las nuevas repúblicas y luego en las colonias, en los 80 del XIX en el caso español.

Casonas de indianos en Ribadesella
Casonas de indianos en Ribadesella. | Shutterstock

Allí se vieron inmersos los indianos. Muchos de ellos pasaron a sustituir a los africanos en las plantaciones y trabajos de baja estopa. Otros se aprovecharon de los resquicios esclavistas para prosperar como intermediarios, como el mencionado marqués de Comillas. Sea como fuere, la esclavitud y su abolición fue decisivo en el fenómeno. Sin duda, el vector más polémico y oscuro del mismo.

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Con todo, los españoles llegados a América solían tomar trabajos de tipo comercial, desde abajo. Cantineros, como Íñigo Noriega, tenderos como López y López, contables, capataces… Aquellos con más labia y visión empresarial no dudaron en usar los contactos que tenían o hicieron, conectando los dos lados del Atlántico. Así, cuando el capital comenzaba a ser amplio, fueron famosos por llevar a cabo líneas navieras comerciales. Un ascenso al poder progresivo fruto del liberalismo. Los tiempos marcaron que no hacía falta tener apellidos para ser alguien, sino dinero. Así, más que menos, los indianos siguieron las pautas del capitalismo en un entorno de competencia salvaje.

Partarríu en Llanes
Partarríu en Llanes. | Shutterstock

Huellas a un lado y otro del océano

La presión industrial sur-norte en España llevó a que los indianos siguieran viajando hasta las primeras décadas del siglo XX. Mano de obra sureña llegaba a la industria del Cantábrico y los locales saltaban el charco, esperando ser el siguiente gran indiano. Estos viajeros dejaron un gran legado que va de la arquitectura a tradiciones. La conexión con la España peninsular o isleña fue constante para estos emigrantes.

Uno de los casos más exagerados está en Comillas, Cantabria. Allí no sobresale el estilo habitual de quienes hicieron las Américas, sino un peculiar modernismo. Antonio López y López, generó una fortuna tal que transformó su pueblo. Sus conexiones con Barcelona se hicieron notar en el palacio y panteón de Sobrellano. Gaudí participó en el último, desarrollando mobiliario eclesiástico. Erigió también una universidad, que derivó en una poderosa institución formativa. Una grandilocuencia oscurecida por sus conexiones esclavistas. En la misma villa otro indiano relacionado con la alta burguesía catalana edificó el coqueto Capricho. Otro fruto de la época es el siniestro ángel del cementerio gótico.

El Capricho de Gaudí
El Capricho de Gaudí. | Shutterstock

Mientras tanto, en Asturias los ejemplos son casi inabarcables. La Quinta de Guadalupe, en Colombres, fue mandada elevar por Íñigo Noriega, el mayor indiano de México. Llegó a estar entre las fortunas más grandes del país y ser amigo del Presidente Porfirio Díaz. En su localidad natal construyó una villa esplendorosa, otrora blanca, que capitaliza el gran número de construcciones de indianos del Concejo de Ribadedeva. Hoy es azul y sede del Archivo de Indianos, fundación perfecta para conocer el fenómeno. Su estilo, con influencias coloniales, estancias altas, jardines exóticos y colores brillantes es un ejemplo ideal del eclecticismo de la arquitectura indiana.

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Quinta de Guadalupe en Colombres
Quinta de Guadalupe en Colombres.

Ribadesella, Ribadeo, Llanes, Santoña… El número de poblaciones, especialmente costeras, de Galicia, Asturias, Cantabria, Vizcaya y Guipúzcoa que tienen huellas de indianos es enorme. En Canarias, además de casonas, también se han generado costumbres. En La Palma se celebran Los Indianos. Suceden durante los lunes de Carnaval. Entonces se reúne un gran gentío en Santa Cruz, vestidos de blanco tropical, y se lanzan polvos de talco al aire. Se trata de una forma de conmemorar la vuelta de los emigrantes a su isla natal, sobre todo desde Cuba.

Mientras tanto, en América los indianos también dejaron su impronta. Ya establecido el movimiento, solían asociarse en el destino a través de asociaciones y casinos culturales, ambientes típico de la época. Por ejemplo, en la Habana malvive el Palacio de los Asturianos, una enorme estructura llevada a cabo por los emigrantes de Asturias. En distintas capitales, de Ciudad de México a Buenos Aires, sobreviven los edificios de los casinos españoles, centros culturales decimonónicos básicos para el comercio indiano.

Palacio Asturiano de La Habana
Palacio Asturiano de La Habana. | Shutterstock

Con el tiempo los indianos desaparecieron como tales. Muerto el Imperio Español, al país le fue imposible ir a peor y remontó lo suficiente hasta verse abocado a nuevos desastres. Entonces, con la Guerra Civil y la posterior dictadura, la inmigración volvió a hacerse necesaria. Solo que en dicha ocasión, el contexto fue bastante diferente al de un siglo antes. En todo caso, aunque parezca olvidado, España volvió a ser inmigrante.