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El cementerio de gorriones, la otra historia de la plaza Mayor de Madrid

Un cementerio de gorriones, la otra historia de la plaza Mayor de Madrid

Todavía hay cientos de secretos en las calles de Madrid para quien quiera descubrirlos y para quien sepa buscarlos. Uno de los detalles más desconocidos, y al mismo tiempo uno de los más curiosos, tiene como escenario la gran plaza Mayor de la capital. Conocida de esta manera por todos, a ella está asociada un sobrenombre que se ganó el siglo pasado. Ha perdido vigencia, pero la anécdota se mantiene. Así que la plaza Mayor es la plaza Mayor, y es también el cementerio de gorriones de Madrid.

La historia del cementerio de gorriones de la plaza Mayor

Estatua de Felipe III de la plaza Mayor de Madrid
Estatua de Felipe III de la plaza Mayor de Madrid. | Shutterstock

Todo se centra en la escultura de Felipe III que corona la gran plaza. Se trata de una obra de Juan de Bolonia y Pietro Taca, que tallaron la gran estatua allá por 1616 en la bella ciudad de Florencia. Cuando llegó a Madrid, su primer hogar fue la Casa de Campo. Dos siglos más tarde, en 1848, Mesonero Romanos la trasladó a la plaza Mayor, donde ha permanecido desde entonces. Con una excepción: durante la Primera República, por las connotaciones políticas que tenía la escultura, se retiró de la plaza. No iban tan mal encaminados quienes tomaron esta decisión.

Y es que una vez que, años más tarde, se proclamó la Segunda República, un grupo de ciudadanos atentó contra la escultura. Introdujeron un explosivo en la boca del caballo para hacerla estallar por los aires, encontrándose entonces con algo que jamás hubieran imaginado. La escultura sufrió daños, sí, pero el daño real estaba en el estómago del animal. Con la explosión, cientos de huesecillos salieron despedidos, inundando la plaza Mayor de Madrid.

Primero hubo desconcierto, pero las autoridades no tardaron en llevar a cabo una investigación. Se descubrió así que estos huesecillos pertenecían a decenas de gorriones que durante siglos habían quedado atrapados en el estómago del caballo. Se posaban en la boca abierta del animal y, bien por accidente o bien por deseo, terminaban deslizándose hasta su estómago. A la hora de tratar de escapar, la anchura de sus alas lo impedía, pues el cuello de la escultura era demasiado estrecho para poder alzar el vuelo. Se desconoce la cantidad de gorriones que quedaron atrapados, pero teniendo en cuenta que tenía tres siglos de antigüedad, cabe esperar que fueran cientos.

Tras el final de la Guerra Civil, se ordenó que la boca del caballo fuera sellada para que nunca volviera a darse un incidente parecido, pero esta anécdota y sus consecuencias no se olvidan. Así pasó la plaza Mayor de Madrid a conocerse como el cementerio de gorriones.

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