Impregnarse de los sabores locales de Ordizia en una obra de Regoyos

Con la ropa ya seca y los pies de nuevo en tierra la viajera del arte se siente, por un momento, desorientada. Ahora oye más claramente el rumor que ya se anticipaba al abandonar el estanque de Mercurio del cuadro de Madrazo. Es el rumor de una amalgama de voces que se entrecruzan entre el trasiego de pasos y la manipulación de objetos. Sin embargo, se trata de un bullicio que se escucha de lejos, como si fuera el ruido de fondo de una película. No hay pistas sonoras que indiquen la obra. Lo que ven sus ojos tampoco es de gran ayuda: una habitación pulcramente ordenada con aires de no pertenecer al siglo XXI.

Una suave brisa agita uno de los mechones de pelo de la joven después de abrir ligeramente la puerta de un balcón que se sitúa justo en frente de ella. La viajera repara entonces en la ventana y sale a la pequeña terraza. A sus pies se extiende una plaza encuadrada entre bonitos y bajos edificios. Pero lo que más le llama la atención son los puestos abarrotados de comida que pueblan la explanada y tiñen la brisa de sabores. Tres hombres hacen corro y se enfrascan en una intensa conversación a los pies del balcón.

Cuadro de mercado de Villafranca de Oria de Darío de Regoyos
Cuadro de Mercado de Villafranca de Oria de Darío de Regoyos | Wikimedia

El mercado de Villafranca de Oria

La audioguía, fiel compañera de la muchacha desde que contemplara una obra de Zuloaga en el Musée d’Orsay, hace entonces, una vez más, su galante aparición y le quita de toda duda. “La obra titulada como Mercado de Villafranca de Oria pertenece al autor Darío de Regoyos, nacido en el año 1857 en Ribadesella y fallecido en 1913 en Barcelona”, señala.

Asimismo, el aparato que cobra conciencia propia en estas aventuras explica también que Regoyos se especializó en el paisajismo. Además, después de coquetear con otros estilos, se decantó por un personal impresionismo que llegaba tarde con respecto al resto de Europa. Incluso desarrolló varias obras puntillistas, método muy poco o nada desarrollado en la España del siglo XIX.

Ordizia y montaña de Txindoki, Guipúzcoa
Ordizia y montaña de Txindoki, Guipúzcoa | Wikimedia

La viajera, que ha tenido el privilegio de ver e, incluso, interactuar con todos los artistas de los cuadros que ha visitado, busca a Darío de Regoyos por la plaza. Le localiza al fondo a la derecha, pintando con ahínco sobre un caballete y con la compañía de un chico, aparentemente de la misma edad, que escribe en una libreta junto a él.

La España Negra de Darío de Regoyos

La audioguía prosigue, mientras tanto, su explicación. En 1888, periodo al que pertenece la presente obra, el pintor perdió a su madre y escribió una misiva a su amigo Émile Verhaeren, un poeta belga, cuyo padre acababa también de fallecer. Ambos emprendieron un viaje por España, que se extendió entre junio y septiembre de ese mismo año, para aplacar el dolor de sus correspondientes pérdidas. Regoyos pintaba. Verhaeren escribía.

Durante su recorrido por el País Vasco, Navarra, Castilla la Vieja y Madrid, el poeta publicó cuatro artículos de viaje en la revista L’Art Moderne. Este fue el germen del libro titulado España Negra, que Regoyos se encargó de publicar después de reunir los textos de su amigo y acompañarlos de reflexiones propias, junto con sus propios grabados.

Cuadro de Regoyos sobre una procesión religiosa en Orduña
Cuadro de Regoyos, más próximo a la España Negra y que contrasta con el del mercado, pintado en su viaje en 1888 | Wikimedia

Las reflexiones sobre aquella España del siglo XIX se inclinaban por un sentido lúgubre, morboso y de denuncia. La obra refleja así las costumbres más mortificantes de nuestra cultura, entre las que sobresalen los toros o las fiestas religiosas más tétricas. Esto pudo deberse en parte a que los artistas viajaban de día y visitaban las ciudades y pueblos de noche, con la sombra de sus recientes pérdidas sobrevolándoles. Durante el viaje, Regoyos alternó entre cuadros de cariz oscuro con otros más amables, entre los que se encontraría esta obra.

La alegría que hace sufrir

Fascinada por los datos de los que la audioguía le hace partícipe, la viajera del arte se decide a bajar a la calle. Vuelve a entrar entonces en la habitación, punto de partida de esta aventura, y desciende unas escaleras hasta dar con la salida del edificio. Quiere formar parte de la obra, impregnarse de un lugar y un tiempo que ya no existen, al menos no de la misma forma. Así, se interna entre las gentes del mercado.

Embriagada por los olores de un puesto de queso Idiazabal, la joven se acerca hasta uno de los puestos, donde una mujer le saluda con amabilidad. “¿Qué me recomienda ver en el pueblo?”, le pregunta la viajera. “Pues mire joven, de aquí no se puede ir sin ver el palacio Zabala, el ayuntamiento y darse una vuelta por las calles. Ah, y no se olvide de la iglesia parroquial, que Dios está en todas partes, pero en su casa se le siente más”, le contesta la vendedora con una sonrisa.

Puesto de olivas en el mercado de Ordizia
Puesto de olivas en el mercado de Ordizia | Shutterstock

La viajera le agradece los consejos a la mujer y, después de adquirir unos tronchos del suculento manjar, se dirige con parsimonia y discreción hacia los artistas hasta colocarse detrás de ellos. Ambos prosiguen sus tareas sin reparar en la presencia de la joven, totalmente inmersos en sus correspondientes creaciones. La viajera observa las trazadas al óleo de Regoyos, colores claros y saturados que impregnan de serenidad el paisaje. Mientras, el poeta Verhaeren escribe en su libreta: “España entera únicamente admite la alegría que hace sufrir”.

Una vieja amiga para despedir a Regoyos

Con esta reflexión embotonando su mente, la viajera del arte se come su trozo de queso Idiazabal. Junto con la reflexión y el sabor, el rumor del gentío de nuevo, el clima suave y las trazadas del pintor. Los cinco sentidos puestos en una obra en la que la España Negra de la que hablaba la audioguía resuena imperceptible. En paz, como un soplo de aire, llega el cambio de escenario una vez más. El rumor ha desaparecido y la viajera recibe la sacudida como a una vieja amiga. El mercado del municipio que ahora se llama Ordizia ya solo es un grato recuerdo.