La Granada de cielo lapislázuli de Fortuny

Con la arena aún en los pies y el olor a sal aún en su cuerpo, recuerda y se transporta, ahora mentalmente, a cada escena vivida. Toma apuntes y anota sensaciones en su cuaderno, que, apoyado en la cama y sin que nadie lo toque, está pasando páginas. El culpable de ello, como siempre, es la brisa de viento que tanto le ha acompañado. Cierra los ojos, sabe lo que va a pasar. Cuando los abre, efectivamente sus sospechas se hacen realidad: la viajera del arte, haciendo honor a su apodo, ha viajado.

No puede ver el cielo para guiarse como hace en otras ocasiones. De hecho, apenas puede ver nada, solo sabe que está dentro de una vivienda porque está junto a una cama y una mesita de noche. Le pone pronto remedio ya que se dirige hacia la puerta y sale al pasillo. De esta manera se encamina hacia la luz que hay al final de este, a lo que intuye que es el exterior.

Vistas del paisaje con la Alhambra de Granada al fondo. | Shutterstock

Los rayos del sol no tocan su piel aún, pero la luz invade todo el paisaje. Se encuentra de frente con un amplio jardín lleno de plantas y flores que invita a pasar a él. La sensación de la joven en el lugar es muy agradable. No sabe muy bien dónde se encuentra, no ha recibido aún ayuda de su fiel compañera la audioguía. Por el clima y la esencia que se respira en el ambiente puede intuir que está en algún enclave del sur de España.

A los pies de los cipreses

El cielo, más azul que nunca, irradia luz. Es una escena alegre, le recuerda al verano y a disfrutar del buen tiempo. Está completamente despejado, solo se divisa una nube blanca entre los cipreses del fondo. No es que ella lo haya sabido identificar, es que por fin su ayuda ha entrado en acción. La audioguía le ha chivado ya, como hace siempre, toda la información útil que la viajera necesita. Siempre del mismo modo: revelando los datos de todo lo que abarca la visión de la joven y hacía lo que apuntan sus ojos.

Una avalancha de información invade a la joven. La voz le revela, después de presenciar la escena durante unos minutos, que está en Granada. En concreto, en el jardín de la casa familiar en la que vive Mariano Fortuny con su esposa y sus hijos. El artista, catalán de nacimiento, acudió años más tarde a vivir y disfrutar de Granada con su esposa.

Escultura en honor a Mariano Fortuny expuesta en Barcelona. | Shutterstock

Cecilia y el jardín inacabado

El sonido de los pájaros cantando, el ruido que provoca el agua al caer en los chorros de la fuente, las hojas mecidas por el suave viento que viene y va en el jardín, el olor de las flores, los estímulos invaden a los protagonistas. Y esto es justo lo que el artista plasma, con ayuda de la técnica de la cámara oscura, en su obra Jardín de la casa de Fortuny. Aunque no del todo. La realidad es que la protagonista de la obra, que es la esposa de Fortuny, Cecilia de Madrazo, no está posando para la obra. Ella está también en el jardín, pero no delante de su marido como se observa en la pieza.

Aunque ninguno de ellos lo sabe en ese instante, la obra no la acabará el artista que la empezó, Fortuny. La voz sigue haciendo su trabajo e informa a la viajera del arte de todo lo necesario para entender la escena, que de repente se ha vuelto algo trágica.

Cuadro 'Jardín de la casa de Fortuny'- Mariano Fortuny. | Wikimedia

Lo que de verdad está pintando el catalán es su jardín. La figura de Cecilia con la característica sombrilla en color rojo fue una incorporación de su hermano, Raimundo de Madrazo. Del mismo modo, también añadirá al perro que se encuentra a la izquierda. Todo ello se debe a que el cuadro empezó a componerse en 1872, año en el que se encuentra la viajera del arte, pero se interrumpió en 1876 a causa de la muerte de Fortuny por culpa de la malaria. La obra la retomaría su cuñado, que no la concluiría hasta 1878.

Fortuny solo tendrá 36 años al morir, pero aún así en el momento en que se encuentra la viajera del arte ya es un pintor muy consolidado que cuenta con una gran fama e influencia. De hecho, es considerado uno de los artistas más importantes del siglo XIX, junto a ilustres como Goya. Se interesó mucho por sus obras, junto a las de Velázquez, en sus muchas visitas al Museo del Prado. Allí conocerá al que sin él saberlo se convertirá en su suegro. El padre de Cecilia es también artista, nada más y nada menos que Federico Madrazo. Y también sin saberlo allí expondrá esta misma obra que está creando.

Patios del Generalife de la Alhambra de Granada. | Shutterstock

“La más bella entre las bellas”

El núcleo familiar que forma junto a su esposa, y al que ha viajado la amante del arte, se ubica en el número 1 del Realejo Bajo. Es el nombre que recibe de las antiguas huertas reales y donde habitaban en vacaciones los monarcas nazaríes. Es justo en este barrio donde en la actualidad, siglo XXI, cuenta con una plaza en su honor bautizada con su apellido. Pese a no haberse criado en Granada, la conexión y pasión que siente por esta ciudad se la hace saber a sus amigos. Así se lo comunica la audioguía a la joven viajera, parafraseando a Fortuny cuando escribió a su amigo Martín Rico:

Granada, la más bella entre las bellas, la de cielo lapislázuli, la de las torres y fortalezas rosadas y la Alhambra de oro, plata, en fin, de todo lo que hay más rico en el mundo”. La voz le sigue relatando las palabras de Fortuny y añade: “He venido aquí porque no hay pintores. La vida es la mitad de cara y se es enteramente independiente. Tengo toda una casa por taller, se puede pintar al aire libre, sin vecinos, y tengo la vista sobre la Vega, con efectos de sol magníficos. Ven, pasaremos un buen invierno, pintaremos patios y gitanos a voluntad”.

Puerta de los siete suelos de la muralla de la Alhambra de Granada. | Shutterstock

No es de extrañar esta complicidad entre artista y ciudad. A los pies de su casa, nada más y nada menos que la Alhambra. La viajera nota su presencia. Esta maravilla árabe fue una fuente de inspiración infinita para Fortuny durante una gran etapa de su carrera profesional. Es tanta la conexión con el lugar que el artista incluso vivió en ella, en la conocida como Puerta de los siete suelos, funa de las entradas más emblemáticas de la muralla del conjunto. Fue más allá todavía y bautizó a su hijo en la propia Alhambra, coincidiendo en la etapa en la que la familia vivió allí entre 1870 y 1872. Por ello, teniendo en cuenta el periodo de tiempo, los protagonistas están recién instalados en esta nueva casa.

La sombrilla roja de Cecilia se resiste a volarse con el viento que ha empezado a correr en el exterior de la casa. Una ventolina más fuerte le obliga a taparse la cara y darse la vuelta. Esto hace que la viajera del arte desconecte de la voz de su compañera y de la escena. Vuelve de lleno a la realidad, no es consciente de lo que está viviendo y cuando quiere empezar a hacerlo, ya es tarde. Cecilia cierra la sombrilla y cuando la amante el arte mira a su alrededor ya no está en el jardín familiar de Fortuny Madrazo. Vuelve a sentir el mar.