La luz de Sorolla en el mar de Jávea

Clotilde y Elena en las rocas de Jávea, Sorolla. | Wikimedia

De nuevo calma. De nuevo la viajera del arte ha girado la cabeza y lo que se ha encontrado es otro lugar que explorar. Muy lejos está ya el jolgorio de la marabunta celebrando San Isidro en la primavera de 1788. Ahora ve el mar, pero sabe que no se volverá a encontrar con Dalí porque está en una playa diferente. La brisa le acaricia suavemente el pelo y ella se deja tocar. Está agusto, aunque aún no tiene ningún antecedente, ninguna información, no lo necesita. Por primera vez está observando para sentir y no para recibir información de la audioguía.

Divisa a lo lejos unas rocas. El magnético sonido de las olas chocando contra ellas le atrae hacia el sitio. Distingue también dos figuras humanas, pero no consigue descubrir mucho más. En una especie de juego con la voz que siempre le acompaña, pide a la audioguía que le deje descubrir. Hasta que no llegue a las rocas y explore la zona para intentar descubrir por sí misma dónde se encuentra, no quiere recibir ninguna ayuda de su fiel compañera. Y a eso se dirige.

Playa de la Granadella de Jávea
Playa de la Granadella de Jávea. | Shutterstock

Camina hasta encontrarse enfrente de las dos figuras. Ahora consigue ver un poco más. Se trata de una mujer con una niña pequeña. Cuando la primera se gira, la viajera del arte se queda estupefacta. Si no le engañan sus ojos está delante de Clotilde, esposa del pintor Joaquín Sorolla. Su joven acompañante es la hija menor del matrimonio, Elena Sorolla. Recuerda haber visto su rostro en la obra Mis hijos, de 1904. No identifica con exactitud el sitio en concreto donde se hallan, pero puede reconocer que se trata del Levante español. Es entonces cuando permite que la voz de la audioguía le dé toda la información.

Las luces de Sorolla

Tras los datos que le ha facilitado su compañera omnisciente comprueba que ha acertado, se trata de Clotilde y su hija Elena. Tampoco estaba confundida con el lugar, se ubican en la alicantina localidad de Jávea, concretamente en el cabo de San Antonio. En ese instante alguien le pone la mano en el hombro a la viajera. Cuando consigue distinguir la cara se da cuenta de que no podía ser otro que el propio Joaquín Sorolla. Pincel en mano y lienzo preparado está inmortalizando el momento de amor que le está regalando su familia en ese sitio que tanto admira, Xàbia. Lo hace plasmando la luz como solo él sabe hacer en la obra Clotilde y Elena en las rocas de Jávea.

Clotilde y Elena en las rocas de Jávea, Sorolla. | Wikimedia
Clotilde y Elena en las rocas de Jávea, Sorolla. | Wikimedia

En 1905, año en el que se desarrolla la acción, Sorolla tiene 42 años. No se encuentra en su etapa formativa, ya ha conseguido muchos de sus honores más destacados. Es Caballero de la gran Cruz de Isabel la católica, académico de la Academia de Bellas Artes de Valencia y ha obtenido premios honoríficos en la Exposición Universal de París y Exposición Nacional de Madrid. Aunque aún no ha dibujado algunas de sus obras más destacadas y aclamadas, como El balandrito o Paseo a orillas del mar.

Jávea, vivir dentro del mar

Xàbia, con sus impresionantes calas y playas, es una continua fuente, en este caso mar, de inspiración para el artista valenciano. Desde que lo visitó por primera vez se quedó completamente enamorado del lugar e incluso acabará elaborando una serie de cuadros del lugar, como El baño del caballo. Esa sensación también la ha sentido en parte la viajera del arte, que mira a su alrededor y siente cómo le invade la paz, pese a que el agua está revuelta. Se puede apreciar en las olas que siguen rompiendo en las rocas. Sonido e imagen hipnotizan a todos.

Vistas de Jávea sobre el cabo de San Antonio
Vistas de Jávea sobre el cabo de San Antonio. | Shutterstock

En estos cuadros inspirados en las playas de Jávea se puede apreciar la técnica desarrollada por el pintor con la luz. Luces y sombras destacan en el trabajo del valenciano, que es considerado uno de los mejores artistas a la hora de captar y plasmarla. Técnicas que bebe en gran parte de artistas como Fortuny y que refleja durante gran parte de su carrera.

De golpe su fiel aliada, la voz de la guía, entra en acción rompiendo el momento de hipnosis y cita algunas de las palabras de Sorolla sobre Jávea a la protagonista de la obra, su esposa Clotilde. Se encuentran en una carta escrita tan solo 9 años antes, en 1896: “Esto es todo una locura, un sueño, el mismo efecto que si viviera dentro del mar, y a bordo de un gran buque, ¡qué mal hiciste en no venir! Serías tan feliz… ¡gozarías tanto! es el sitio que soñé siempre, mar y montaña, pero qué mar. El cabo de San Antonio es otra maravilla, un monumento de color rojizo enorme inmenso. [...] El pueblo recuerda, con mejor color, cosas de Toledo, y tiene un conjunto el aspecto de estar viviendo en pleno siglo XVII”.

Clotilde y el Museo Sorolla

Clotilde en la playa, Sorolla
Clotilde en la playa, Sorolla. | Wikimedia

Elena emite una carcajada que devuelve a la joven a las rocas. Percibe la ternura que desprende la escena al lado del pintor, que mira a Clotilde. Pero esta vez es más fugaz, más instantáneo. Esta vez, su mujer no está posando como hizo un año antes para que Sorolla pintase la mítica obra de Clotilde en la playa. Clotilde es, en este 1905 y siempre, una pieza clave en la vida del artista. Protagonista indiscutible de la historia del artista y musa para un gran número de sus obras.

Aún no lo sabe ninguno de los allí presentes, pero gran parte de sus lienzos se van a exponer en el Museo Sorolla. El edificio es la propia casa del pintor en la calle Paseo del General Martínez Campos, número 37, en Madrid. Y todo será gracias a la protagonista de la pintura, Clotilde. La mujer más importante de la vida del pintor, tras la muerte de este, cedió la casa y gran parte de los cuadros para que toda la obra artística del valenciano pasara a formar parte del patrimonio del país y conservar así su legado.

El jardín de la casa de Sorolla, ahora museo
El jardín de la casa de Sorolla, ahora museo. | Shutterstock

De nuevo una carcajada transporta la mente al cuerpo de la joven. En un momento de reflexión cierra los ojos interiorizando todo lo vivido y sintiendo el mar, pero cuando los abre algo ha pasado. Ya no está en la playa, ya no está con Sorolla viendo cómo dibuja a Clotilde y su hija.  Ha vuelto del mismo modo que se fue, sin saber como, al Museo. Incluso ya de vuelta a su casa aún está asimilando todo lo que ha vivido, nunca ha experimentado un viaje así.  No está segura de si lo que ha pasado es real o es fruto de su imaginación, pero de golpe, una brisa familiar invade de nuevo el ambiente.