Las vistas de Goya desde la pradera de San Isidro

Que haya desaparecido la playa y en su lugar esté una marabunta de gente no es lo único que le sorprende. La viajera del arte advierte que se encuentra bajo un cielo diferente. El azul pasa a ser pastel y aparecen detalles en color salmón. Es la tercera vez que le pasa, pero no consigue averiguar cómo sucede. Simplemente se ha girado y a los pies de la colina, Madrid en 1788.

La viajera del arte escucha a alguien moverse y se gira levemente a un lado. Le cuesta asimilar, y eso que ya ha vivido esta sensación, que se encuentra al lado de Francisco de Goya. El artista está retratando a los pies de la colina a un grupo de gente que está de celebración. En concreto está pintando una de las pocas obras que tiene de estilo paisajista, se trata de La pradera de San Isidro.

Estatua de Francisco de Goya en Madrid

De labrador a Santo

Un barrido sobre el paisaje con la mirada hace que la audioguía, como siempre, le cuente todo lo referente a aquello en que sus ojos ponen el foco. Están en Madrid a finales del XVIII, concretamente en la pradera que corona la ermita de San Isidro. Y es la fiesta de este patrón la que se está celebrando en Madrid la primavera del 15 de mayo. Está viviendo un momento histórico y por primera vez es consciente de ello.

La nueva información de la audioguía le saca del ensimismamiento y empieza a conocer el lugar. Los allí presentes están felices, es un día grande en la capital, tienen estómago y vaso llenos. Van cargados hasta arriba de agua, pero no de una cualquiera, sino de la que mana de la fuente de la ermita de San Isidro. La tradición cuenta que el santo previamente fue labrador. Su patrón tenía sed y realizó el milagro de que el agua brotara de mitad del campo, calmando así la necesidad de su jefe. Desde ese instante muchos fueron los que acudieron al lugar a beber agua, tanto del pueblo llano como de la monarquía, porque se le atribuían propiedades curativas.

Ermita de San Isidro de celebración el 15 de mayo

Esta tradición dura hasta el siglo XXI del que viene nuestra protagonista. El día del patrón madrileño todos acuden a beber el agua y a celebrar en las inmediaciones del lugar. Para rendir homenaje a esta figura ilustre de la capital, la reina Isabel de Portugal mandó construir la ermita en el 1528. En este sitio Goya está analizando el paisaje para pintarlo mientras la viajera del arte contempla el espectáculo.

La anécdota del Madrid goyesco

Copa en mano y disfrutando del día festivo, los allí presentes están “para foto”, piensa la joven. Aunque, a finales del siglo XVIII cámara poca. Por ello Goya los está retratando, o esa es la deducción que hace ella. Aunque la audioguía como siempre le da toda la información que necesita. La realidad es que la obra es el sexto encargo que le hizo el monarca Carlos III. Está dentro de la serie de cuadros que está pintando para el dormitorio de las Infantas en el palacio de El Pardo.

Una curiosidad de esta obra es que en realidad es un boceto, informa la autoconsciente audioguía. El ambiente festivo va en incremento y ya se empiezan a escuchar los primeros cánticos a mano de los más animados de la colina, pero no es un impedimento para la voz, que sigue con su trabajo.

La pradera de San Isidro, de Francisco de Goya

Goya, en este instante, mientras se encuentra en la colina haciendo arte, no lo sabe, pero Carlos III morirá y Carlos IV no querrá que continúe con la serie. Por ello, el lienzo que en un principio iba a medir 7 metros se quedó en un pequeño boceto de apenas 40 x 90 centímetros. Pese a la anécdota, la pintura ha sido muy valorada durante los siglos posteriores y es considerada en la actualidad como una de las piezas más representativas del Madrid goyesco.

Cada vez hay más música en el ambiente, pero la voz puede aún dar otro apunte. El boceto finalmente, ni en el dormitorio de las infantas ni en manos de Carlos IV. Donde se encuentra realmente desde 1896 es en el Museo del Prado de Madrid, junto con otras obras del autor como Saturno devorando a su hijo o El 3 de mayo en Madrid o "Los fusilamientos". Todo esto fue posible gracias a que María Isabel de Braganza, esposa de Fernando VII, tomó la decisión de convertir el Gabinete de Ciencias Naturales en el Real Museo de Pinturas y Esculturas.

Lo de más allá del Manzanares

La risa de uno de los muchos asistentes le lleva a mirar a la pradera de nuevo, pero se fija en los edificios que están al otro lado del mítico río madrileño, el Manzanares. El primero que llama su atención es el Palacio Real. Poniendo el foco aún más en él, comienza el trabajo de su fiel compañera de voz. Se trata de un jovenzuelo edificio de apenas 24 años desde el momento que finalizaron las obras en el 1764. Pero su corta edad no afecta para ser el más grande de Europa Occidental y de los mayores del mundo. La ubicación privilegiada la toma del antiguo Real Alcázar de Madrid, que dejó de estar en pie en el 1734 tras un incendio del que, aún en el siglo XXI, se desconoce su origen.

Palacio Real de Madrid

El otro edificio que llama la atención de la viajera del arte es la Iglesia de San Francisco el Grande. De estilo Neoclásico, la basílica con la cúpula más grande de España y cuarta del mundo es todavía más joven que el Palacio Real. La obra arquitectónica de Francisco Sabatini lleva tan solo 4 años en pie. Aún no lo sabe ninguno de los presentes en la colina de la ermita, salvo la amante del arte, pero dos siglos más tarde será declarada Monumento Nacional. En la actualidad del XXI, cuenta en su interior con obras de reconocidos artistas como son: el propio Goya o el extremeño Francisco de Zurbarán.

Artista y viajera del arte se miran cómplices tras el momento que están viviendo juntos. La algarabía cada vez es mayor. Una de los jóvenes emite una frase, sorprendida, y toma todo el protagonismo por un momento. Está bajo una sombrilla señalando algo a la derecha de la escena. Cuando la joven se gira para ver que ocurre vuelve a pasar. El alboroto desaparece y el único sonido que se escucha ahora es el del mar. De nuevo ha viajado a otro lugar. Esta vez más tranquilo, esta vez con un sol radiante, esta vez: Sorolla.