Los pueblos más bonitos de la Costa Dorada

Entre el río Foix, todavía en la provincia de Barcelona, y la grandiosa desembocadura del Ebro, la Costa Dorada es una sucesión de playas magníficas y parajes de ensueño. Pero también sus pueblos son uno de los ingredientes que hacen del litoral tarraconense una costa mágica. Compendio de historia y belleza natural, estos son los pueblos de la Costa Dorada que no se puede dejar de visitar.

Pueblos de la Costa Dorada que hay que visitar

Altafulla

Altafulla. | Shutterstock

Altafulla tiene un lado marinero, con espléndidas playas poco urbanizadas que se prestan a paseos deliciosos. El río Gaià, que hizo durante mucho tiempo de frontera entre la Cataluña vieja y la nueva, añade en este punto diversidad al paisaje.

Sin embargo, al cruzar la carretera accedemos a otra Altafulla, una vila closa (villa cerrada) de aires medievales y calles llenas de encanto. Este pintoresco núcleo antiguo es el contrapunto perfecto al paseo marítimo, cuyas vistosas casas, antiguos almacenes de pescadores, brillan bajo la silueta solemne del castillo de Tamarit.

L’Hospitalet de l’Infant

L’Hospitalet de l’Infant. | Shutterstock

La belleza serena del paisaje es la protagonista en este pueblo del sur de Tarragona. Las últimas estribaciones de la sierra dan lugar a rincones tan excelsos como la Cova del Llop Marí, una playa oculta de aguas turquesa, o la cercana playa del Torn, auténtico vergel donde olvidarse del todo.

El núcleo urbano no está exento de atractivos, como el puerto deportivo o los abundantes restos históricos que lo salpican, desde las torres costeras de defensa hasta el hospital fortificado que da nombre al pueblo, este último un monumento tan singular como hermoso en su severidad.

Roda de Berà

Roc de Sant Gaietà en Roda de Berà. | Shutterstock

El nombre de Roda de Berà evoca apetecibles playas de fina arena, pero también la imborrable huella que dejaron los romanos en toda esta zona. La muestra más clara es el impresionante Arco de Berà, levantado sobre la antigua Vía Augusta y de más de 12 metros de alto.

Cada siglo ha ido dejando su impronta en este municipio, incluyendo decoraciones modernistas en la capilla Mas Carreras. Con todo, uno de los espacios más curiosos es el Roc de Sant Gaietà, una construcción de los años 60 que replica un pueblecito de pescadores, con elementos tomados de lo mejor de toda España.

Torredembarra

Torredembarra. | Shutterstock

Otro de los pueblos de la Costa Dorada que es un clásico del veraneo es Torredembarra y, al igual que ocurre con otros, vale la pena dejar durante un rato sus maravillosas playas para ver qué se esconde en la parte antigua. Encontraremos un pueblo que conserva su esencia costera en el que, además, perviven testigos del pasado.

La Torre de la Vila es el elemento en pie más antiguo, vestigio de lo que fue un apacible pueblo de pescadores, y que hoy añade un toque encantador. También muchas de las casas antiguas nos hablan de la historia de Torredembarra, apiñadas entre restos de castillos y villas romanas.

Creixell

Iglesia de Saint Jaume en Creixell. | Shutterstock

Pasear por Creixell es una agradable sorpresa gracias a la atmósfera atemporal de muchos de sus rincones. Basta recorrer el Carrer de l’Església, con sus casas vetustas, o divisar el castillo para comprender la larga historia de este núcleo cercano a Tarragona.

La arquitectura nos atrapa con pequeñas joyas como la Torre de Can Xacó, enigmática en su blancura, la robusta solera de Ca la Miquelina o el airoso campanario de la iglesia parroquial de Sant Jaume. No sorprende que los romanos se enamoraran de este punto del Mediterráneo, donde hoy hay playas tan notables como Els Muntanyans.

L’Ametlla de Mar

L’Ametlla de Mar. | Shutterstock

En la comarca del Bajo Ebro, un pueblo lleno de personalidad destaca entre el resto. Quizá se deba a su fundación por pescadores valencianos, pero lo cierto es que L’Ametlla de Mar ha conservado como pocos esa dedicación al mar y sus labores.

Además de su litoral lleno de calas y rincones ocultos por descubrir, la propia fisonomía del pueblo es un atractivo de por sí. La Cala, como también se lo conoce, se yergue con sus edificaciones blancas decoradas con algún que otro pórtico frente a los amplios arcos que traza el mar.

Mont-roig del Camp

Mont-roig del Camp. | Shutterstock

Apartado del mar a una distancia prudente, ante la amenaza secular de piratas y bandidos, Mont-roig del Camp es la histórica población que en tiempos más recientes ha albergado un flamante núcleo costero y turístico, Miami Platja. En abierto contraste con este sector de playa, Mont-roig es una delicia de trazado medieval y esplendor atemporal.

El lugar donde se asienta el pueblo destaca por los tonos rojizos de la tierra que dieron nombre a la población. El ejemplo más fascinante de esta belleza natural lo encontramos en la Cova Foradada, cuyas formas sorprendentes resultan muy fotogénicas, así como en todo el entorno montañoso, donde se encuentran ermitas, barracas o las vistosas Escales del Diable, de ese mismo rojo cautivador.

Sant Vicenç de Calders

Sant Vicenç de Calders. | Shutterstock

Municipio independiente hasta los años 40, Sant Vicenç de Calders pertenece hoy a El Vendrell y tiene una estación de tren muy conocida, a pesar de que es un pueblecito de apenas 100 habitantes. Se levanta en lo alto de una colina, a cierta distancia del mar, aunque históricamente le ha correspondido una parte del Mediterráneo: la que hoy ocupa el núcleo de Coma Ruga.

Pocos pueblos quedan que reflejen la vida tradicional de la Costa Dorada antes de llamarse así. Por su discreción, Sant Vicenç de Calders sigue siendo una bella muestra de pueblo pequeño, apartado del crecimiento de las últimas décadas. Las casas que envuelven su plaza son del siglo XVIII y la iglesia es de origen medieval. No hay que perderse, sobre todo, las increíbles vistas hacia la fachada marítima.

L’Ampolla

L’Ampolla. | Shutterstock

L’Ampolla es un municipio pesquero lleno de carácter y tiene la enorme suerte de ser la puerta de entrada a ese tesoro que es el Delta del Ebro. Por eso, a la amenidad del propio pueblo se le suma la grandiosidad de la Bahía del Fangar, rodeada de los clásicos paisajes de arrozales y aves lacustres.

La Laguna de les Olles es una de las joyas naturales del entorno, un ecosistema en que la naturaleza da lo mejor de sí. La cercanía del Delta da a este pequeño pueblo marinero un encanto único, y se presta a largos paseos a pie o en bicicleta con los que disfrutar de los horizontes infinitos de este enclave.

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