Las guerras remensas: contra los malos usos de las clases altas

“¡El tiempo de la servidumbre ha concluido!”, se escuchaba en aquella asamblea que ya no tenía nada de improvisada. Hacía tiempo que los remensas se habían organizado para tomar decisiones acerca de su futuro, sus aspiraciones y la lucha que los unía contra los grandes señores de la tierra catalana. Tenían todas las de perder, pues aun siendo numerosos la justicia no les amparaba. Tampoco el aparente favor del rey hacía demasiado por ellos, pero habían dicho basta y así habían perdido el miedo. O quizá era que el ansia de libertad podía más. Los campesinos catalanes se habían mirado a los ojos los unos a los otros y habían concluido que terminarían con aquel abuso de poder o morirían luchando por ello.

Les habían dicho, casi a modo de leyenda, que aquello era un castigo por haber negado su ayuda al emperador Carlomagno. Les habían dicho que lo merecían, que su existencia estaba por debajo de la de sus señores, que les debían obediencia y agradecimiento por la oportunidad de trabajar sus tierras. Pero la conciencia de los remensas despertó tras dos siglos de opresión, dejaron de creer en esa inferioridad impuesta y ya nunca más volvieron a dormirse.

La execrable y abominable servidumbre

Ilustración del siglo XIV
Ilustración del siglo XIV. | Wikimedia

La reina María de Luna calificó la situación de los campesinos, a finales del siglo XIV, de esta manera: como algo “abominable”, como una servidumbre que merecía una condena. Parece que los monarcas de la Corona de Aragón se posicionaron desde bien temprano del lado de los campesinos, pero dependiendo como dependían de la nobleza catalana estaban atados de pies y manos. Esta permisividad fue una de las razones por la que los privilegios de estos señores aumentaron desproporcionadamente mientras sus trabajadores veían reducidos sus derechos a la nada.

Y en Catalunya esta servidumbre estuvo amparada por la ley a través de los llamados “malos usos”. Estos se establecieron en las Cortes de Cervera de 1202, otorgando a los señores la potestad legal de abusar de los campesinos. Es decir, contaban con la justicia de su lado para interceder a su favor ante cualquier acción llevada a cabo, por cruel que esta pudiera ser. Prácticamente toda la vida de los remensas quedó a disposición de los nobles, que fueron ampliando su poder con los ingresos obtenidos de estas prácticas.

Con la llegada de la Peste Negra, en 1348, las condiciones de los campesinos no hicieron otra cosa que empeorar. Pero no fue hasta finales de siglo cuando surgieron los primeros grupos organizados que realmente buscaban una solución. Ya desde 1447 los remensas establecieron sindicatos por toda Catalunya para discutir cómo abolir estas prácticas que estaban atentando directamente contra su humanidad. Tres años más tarde eran casi 20.000 las personas que formaban parte de una asociación que se comunicaba de forma organizada con el rey, que siempre escuchó sus peticiones. Alfonso V, monarca de Aragón entre 1416 y 1458, llegó a prohibir los “malos usos”, aunque solo para retractarse tiempo después. Necesitaba el apoyo de los nobles catalanes en sus campañas militares. La dependencia era demasiado alta.

Su sucesor, Juan II, también se inclinó hacia la lucha de los campesinos, pero estaba envuelto en otra guerra con su propio hijo y a ella se dedicó en esencia. Al menos hasta que ambas terminaron por entremezclarse y alimentarse: mientras Juan II contaba con el apoyo de los remensas, Carlos de Viana, el hijo, se rodeó de los nobles y oligarcas catalanes. Al final, Catalunya terminó dividida en dos grandes bandos que combatían en batallas paralelas, conectadas. Llamará la atención saber que parte de los remensas se unieron a la nobleza, alentados por la promesa de una mejora de sus condiciones.

Con la muerte del príncipe Viana, los señores feudales se envalentonaron y presionaron aún más a los campesinos, endureciendo el cobro de las rentas. Estos se negaron a aceptar, pero entonces los nobles se apropiaron de sus bienes por la fuerza, sirviéndose de los ejércitos privados con los que contaban. Fue en ese momento, hacia 1462, cuando el pueblo dijo basta. Se levantó en armas y luchó, en las guerras remensas, durante más de veinte años.

Las guerras remensas

Castellfollit de la Roca
Castellfollit de la Roca, escenario importante en la primera guerra remensa. | Shutterstock

Como se ha dicho anteriormente, las dos guerras existentes en Catalunya confluyeron hasta ser prácticamente una. Hacia 1462, la Diputación de Barcelona formó un ejército para sofocar la revuelta campesina que ya se había iniciado, pero terminó por desviar sus acciones hacia otro objetivo: hacerse con el control del territorio. Con este fin atacaron a la reina Juana Enríquez y al heredero, a quienes los remensas terminaron por rescatar. Así se confirmaron esos dos bandos enfrentados y las batallas se sucedieron. Del lado de los remensas destacó Francesc de Verntallat, que aun perteneciendo a la baja nobleza fue quien lideró los ejércitos campesinos.

Juan II venció a las instituciones catalanas diez años más tarde, en 1472, pero las aspiraciones de los remensas no se vieron cumplidas. Tampoco aquellas de los campesinos que se habían posicionado del lado de una nobleza que, aunque mejoraron las condiciones de quienes consideraban sus siervos, no se plantearon en ningún momento abolir los “malos usos”. Con la llegada de Fernando II al trono la situación no mejoró: teóricamente seguía posicionándose del lado de los campesinos, pero los cambios no llegaban. Así que en 1481, en vista de que todo seguía igual, se dio el segundo levantamiento remensa, movimiento que continuaba dividido en dos facciones.

Esta segunda revuelta estuvo liderada por Pere Joan Sala, que consiguió levantar a la gran mayoría de los remensas en el llamado Alzamiento de Mieres, en 1484. A pesar de su iniciativa y de contar con el pueblo, tampoco en esta ocasión los remensas se hicieron con la victoria. La ciudad de Barcelona los venció en la batalla de Llerona, en marzo de 1485, donde cientos de campesinos fueron masacrados.

Mientras que tras la primera guerra remensa el líder de estos, Verntallat, fue condecorado por el rey, a raíz de esta segunda revuelta Joan Sala fue ejecutado sin ser siquiera sometido a juicio. La nobleza quiso liquidar cualquier nuevo intento de levantamiento, sin imaginar que en su victoria conocerían también el sabor de la derrota.

El camino hacia la libertad

Placa conmemorativa, en el monasterio de Amer, por el 500 aniversario de la aceptación por parte de los remensas de la mediación de Fernando II
Placa conmemorativa, en el monasterio de Amer, por el 500 aniversario de la aceptación por parte de los remensas de la mediación de Fernando II. | Wikimedia

El primer intento de conciliación entre remensas y nobles se dio inmediatamente después de concluir la guerra, en 1485. Fue en vano. Los campesinos pedían la supresión de los “malos usos”, algo que las altas esferas no estaban dispuestas a aceptar. Significaba perder lo más valioso: su dominio sobre el pueblo.

A finales de ese mismo año, sin embargo, no tuvieron más remedio que aceptarlo, pues las órdenes llegaron desde un monarca que se estaba haciendo fuerte bajo la corona. El ya mencionado Fernando II de Aragón, posteriormente conocido como el Católico, liberó al campesinado en 1485 mediante la Sentencia Arbitral de Guadalupe. Así los “malos usos” quedaron suprimidos. Claro que los nobles no lo perdieron todo: para contentarlos se aprobó el pago de 10 sueldos por cada mal uso abolido.

No todos aceptaron y la situación fue inestable un tiempo largo, pero al final la paz se instauró, poco a poco, en el campo catalán. Los remensas recuperaron libertades y derechos de los que llevaban dos siglos sin disfrutar, aunque seguían teniendo una dependencia económica de sus señores que todavía tardarían en sacudirse. El camino estaba hecho, en cualquier caso, y fueron ellos mismos quienes lo iniciaron.