Els bandolers, los señores bandidos de las montañas catalanas

La palabra con la que hoy se conoce a estas figuras que se mueven entre el crimen y la leyenda tiene origen catalán, lo que ya señala la relación que existió entre bandoleros y esta tierra. Desde el siglo XV, Catalunya estuvo sometida a continuas guerras entre facciones o banderías. A aquellos partidarios de uno u otro bando se los conocía como bandolers. Cuando estos se lanzaron a los montes, ampliando así el campo de acción de sus guerras, pasaron a ser algo más que simples combatientes por una causa. El salteo de los caminos se volvió común, una actividad que ya existía antes pero que se incrementó con ellos hasta el punto de que comenzó a tener una denominación y una significación propia. Ya no eran delincuentes cualquiera: eran bandoleros.

Catalunya sufrió estos crímenes durante siglos. Los motivos que les llevó a este modo de vida no difieren demasiado de los que se encontraron en Andalucía: la miseria, la carencia de oportunidades, las guerras continuas. Pero como esta actividad va asociada de manera inevitable a la tierra, esta comunidad tuvo también sus características propias.

El bandolerismo catalán

Ramón Felip. Ilustración de Rafael del Castillo
Ramón Felip. Ilustración de Rafael del Castillo. | Biblioteca Nacional de España, Wikimedia

Al contrario de lo que sucedió en Andalucía, la etapa de mayor intensidad de los bandoleros catalanes se dio entre los siglos XVI y XVII. En tierras andaluzas floreció con la Guerra de la Independencia Española, a comienzos del siglo XIX, momento en que también tuvo un repunte en Catalunya pero que en ningún caso fue el pico de su actividad. El inicio de este lo vivió el mismísimo Fernando el Católico, que en 1515 tuvo que iniciar una campaña contra los bandoleros de las montañas catalanas y aragonesas. A lo largo del siglo XVI se repitieron las peticiones al poder: era necesario acabar con esos bandoleros que empezaban a ser más un hábito que una excepción.

El bandolerismo catalán no se explica sin la rivalidad entre nyerros y cadells, dos de los bandos que se enfrentaron en estos siglos mencionados. Los primeros incluían a los campesinos de clase media y buena parte de la nobleza, cuya otra mitad se posicionó del lado de los cadells, así como lo hizo el clero. Hoy en día resulta complicado establecer diferencias relevantes entre ambos, pero en la Catalunya del siglo XVI condicionaron el escenario político y social. Todos tenían a su servicio bandoleros que, en mayor o menor medida, contribuyeron al crimen de la zona. En ocasiones se movían por su facción, pero otras muchas lo hacían acogiéndose a esta como excusa para luchar por sí mismos.

Durante estos años ya andaba la literatura encargándose de ensalzar esta figura, con Miguel de Cervantes como uno de los máximos responsables de su romantización. El propio Don Quijote de la Mancha se llegó a encontrar a las puertas de Barcelona con un bandolero al que describe sirviéndose de esa imagen típica que ha llegado hasta la actualidad. La del joven atractivo que vive en los montes y que se enfrenta al poder para socorrer al pueblo.

La realidad era diferente, por eso entre ese pueblo se crearon partidas de voluntarios para combatir a estos bandoleros que sembraban el caos indistintamente entre ricos y pobres. Con el objetivo de detenerlos nacieron cuerpos como el Somatén, cuya fecha de nacimiento exacta no se conoce, pero sí se sabe que ya existía en tiempos de Jaime I el Conquistador, que cabalgó por estas tierras en el siglo XIII. Tiempo más tarde, a comienzos del siglo XVII, nació la Santa Unión, formada por cientos de hombres que tuvieron, sin embargo, una efectividad muy reducida. Por último, a finales del siglo XVII nacieron las Escuadras de Paisanos Armados, hoy sobradamente conocidos como Mossos d'Esquadra. Algunas de sus hazañas fueron bastante aplaudidas entre una población que se sumó a la captura del bandolero cuando las recompensas por estas figuras empezaron a ser cuantiosas.

Los protagonistas de los crímenes y las leyendas

Pedro Armengol en la catedral de Santiago de Compostela
Pedro Armengol en la catedral de Santiago de Compostela. | Noucho, Wikimedia

Uno de los primeros bandoleros de Catalunya terminó santificado por la Iglesia católica. Es tan curioso que parece más leyenda que otra cosa, pero así sucedió. Pedro Ermengol nació a mediados del siglo XIII, cuando todavía la palabra bandolero no estaba en boca de nadie. Pero esa actividad, ya se ha dicho, era una realidad a pesar de no estar conceptualizada como sucedió más adelante. Ahí están como antecedente de los almogávares, tropas ligeras árabes originarias de Aragón y especializadas en un pillaje que, más adelante, a buen seguro habría sido llamada bandolerismo. De cualquier modo, Pedro Ermengol se lanzó a los montes, donde vivió durante un tiempo largo hasta que una partida enviada por el rey Jaime I lo detuvo. Tras encontrarse con su propio padre, Ermengol se arrepintió de sus crímenes y decidió redimirse dedicando su vida a la fe.

Así fue recibido en la orden de la Merced, donde prometió dedicar sus días a liberar a los cautivos. Cuenta la historia que en un viaje por el extranjero, fechado en 1266, fue ahorcado. A pesar de todo, salvó la vida y este milagro le llevó a hacerse un cierto nombre. De regreso a España, se retiró a vivir en el convento de Santa María del Prats, donde murió en el año 1304. Fue canonizado tres siglos más tarde. De bandolero a santo.

Otras historias no son tan amables. Son más de crímenes que de leyenda o santidad. El siglo XVI estuvo repleto de bandoleros que sembraron el caos y el terror en todos los rincones de Catalunya. Como Moreu Cisteller o Bartomeu Camps, que fueron líderes de grandes cuadrillas que en muchas circunstancias podían considerarse ejércitos. Conocían el terreno mejor que nadie y estaban entrenados para llevar a cabo acciones que iban más allá del puro asalto de caminos. En 1613, unos cien bandoleros asaltaron un convoy con origen en Madrid y destino Bruselas que tenía que atravesar tierras catalanas. Transportaba tres millones de ducados castellanos. Fue un gran golpe llevado a cabo por figuras anónimas del bandolerismo, lo que señala que incluso las bandas menos afamadas estaban también preparadas para grandes operaciones.

Una figura que sí fue aclamada es la de Joan Sala i Ferrer, conocido como Serrallonga. Arrastra consigo una historia de amor frustrado que le llevó a cometer delitos de todo tipo, siempre del lado de los nyerros. Cuando finalmente le capturaron, en enero de 1634, expusieron su cabeza como un triunfo contra el bandolerismo. Serrallonga en ocasiones actuó junto a una banda afín que llevó a las poblaciones de Manlleu y Roda a la desgracia. Creyendo el virrey que los vecinos estaban encubriendo a los bandoleros, los detuvo e incendió los bosques de la zona tratando de dar con ellos. No lo consiguió. Nadie conocía mejor esa tierra que los perseguidos.

Joan Sala i Ferrer, conocido como Serrallonga, uno de los bandoleros catalanes más conocidos
Joan Sala i Ferrer, conocido como Serrallonga, uno de los bandoleros catalanes más conocidos. | Wikimedia

Esa misma fue la época de Joan Badia Carbó, conocido como Tallaferro, que actuó junto a su hermano en las comarcas del Penedès. También la de Roque Guinart, en quien Cervantes basó ese retrato contenido en Don Quijote de la Mancha. Asociado a los nyerros, su actividad en los montes se dio a comienzos del siglo XVII. Poco a poco empezó a tener fama de bandolero educado, de esos que han construido la leyenda de hombres del pueblo. Parece que en este caso hay algo de verdad. Su anécdota más conocida es la que habla de cómo robó unas importantes joyas que posteriormente devolvió, lo que le valió el indulto de las autoridades. Hacia 1613 abandonó el bandolerismo. Los montes no le echaron de menos: durante el siglo XVII estuvo repletos de otros nombres tan célebres como el suyo.

Ya en el siglo XVIII, Claudio el Molinero fue un afamado bandolero al que no le quedó más remedio que ejercer como tal después de haber asesinado a sus padres adoptivos. Tiempo más tarde, el Boquica se hizo conocido porque sus hombres vestían de forma parecida a los Miqueletes. Es decir, quienes luchaban contra los bandoleros en Andalucía. Hablando de estos Miqueletes bandoleros se entra ya en el siglo XIX, donde esa Guerra de la Independencia Española y también las carlistas impulsaron de nuevo la actividad.

Marimon y Casulleres, de hecho, eran bandoleros carlistas que atemorizaron a la población en una zona bastante amplia de Catalunya, con Rubió como su centro operativo. También en este siglo destacó Ramón Vicens Prada, carlista como los anteriores, conocido simplemente como Ramon Felip. Su crimen más conocido fue el saqueo de Ripoll, aunque se dedicó sobre todo a los secuestros. Cuentan las crónicas que reunió a más de cien hombres en Francia con los que trató de tomar España para el pretendiente carlista. Evidentemente, se quedó en un sueño y nada más. Ya por entonces, el bandolerismo empezaba a verse como una pesadilla a punto de concluir.

Los últimos coletazos del bandolerismo

Perot Rocaguinarda
Perot Rocaguinarda. | Wikimedia

Fue a mediados del siglo XIX, tras ese repunte momentáneo, cuando se dieron en Catalunya los últimos coletazos de la actividad bandolera. A principios de esta centuria actuó uno de los bandolers más asociados a la cultura popular catalana: Joan Serra. Conocido como La Pera, dejó una gran impronta en los alrededores de la población en que nació, la tarraconense Valls. Tanto que Lluis Llach le dedicó una canción, El Bandoler, 152 años después de su muerte. El folclore asegura que cada vez que tomaba la vida de alguien, y esto fue habitual, rezaba por la víctima y le ponía dos velas en el templo vallense de la Verge del Carme. Lo que es seguro es que acabó siendo atrapado y posteriormente descuartizado en 1815.

Quizá la última gran figura de la tierra fue Jaume Banqué, conocido como lo Parrot y responsable de llevar a cabo una de las acciones más recordadas cuando se trata de repasar esta parte de la historia criminal española. En julio de 1846, lo Parrot y su banda asaltaron una de las diligencias del convoy que discurría entre Barcelona y Lleida, donde destacaba la presencia de Francesc Perpinyà, diputado progresista que terminó por ser secuestrado. Lo recluyeron en un pozo, en el por entonces abandonado pueblo de Margalef, con el objetivo de pedir un rescate por él. No llegaría nunca, pues Perpinyà falleció durante este cautiverio.

Las consecuencias fueron fatales para el bandolerismo que, como en otras regiones, había tenido una mediana aceptación entre el pueblo y un rechazo absoluto por parte de las autoridades. Estas se esforzaron, desde ese momento, por acabar con su existencia. Las persecuciones se incrementaron y las figuras importantes fueron cayendo. Para octubre de 1846, solo unos meses después de ese gran golpe, la banda de lo Parrot estaba desarticulada, con muchos de sus miembros abatidos. Fue la última gran acción de los bandoleros catalanes.