La revuelta de los Segadores: a las armas, catalanes, que os han declarado la guerra

A vista de tot aixó / s’es esbalotat la terra. Entraren á Barcelona / mil personas forasteras. Entren com á segadors / com eram á temps de sega. De tres guardias que n’hi ha / ja n’han morta la primera. En mataren al Virrey / al entrant de la galera. Mataren als diputats / y als jutges de l’Audiencia. Anaren á la presó / donan llibertat als presos. Lo bisbe’ls va benehí / ab la ma dreta y esquerra: '¿Hont es vostre capitá, / ahont es la vostra bandera?' Varen treure’l bon Jesús / tot cubert ab un vel negre: Aquí es nostre capitá / aquí es nostra bandera. ‘A las armas catalans / que-os han declarat la guerra”.

A la vista de todo aquello se alborotó la tierra. Entraron en Barcelona mil personas forasteras. Entraron como segadores, ya que estaban en tiempos de siega. De tres guardias que había, ya mataron a la primera. Mataron al Virrey a la entrada de la galera. Mataron a los diputados y a los jueves de la Audiencia. Fueron a la prisión y liberaron a los presos. El obispo los bendijo, con la mano derecha y con la izquierda: ¿dónde está vuestro capitán?, preguntó, ¿dónde está vuestra bandera? Sacaron al buen Jesús, cubierto con un velo negro: "aquí está nuestro capitán”, dijeron “aquí está nuestra bandera. A las armas catalanes, que os han declarado la guerra”.

La invasión al pueblo

Grabado en el que un campesino suplica frente a una granja en llamas, en el contexto de la Guerra de los Treinta Años
Grabado en el que un campesino suplica frente a una granja en llamas, en el contexto de la Guerra de los Treinta Años. | Wikimedia

La guerra de los Segadores no se explica sin el contexto europeo de aquellos años. Por entonces, la mayoría de las grandes potencias del continente estaban involucradas en la que pasó a conocerse como la guerra de los Treinta Años, iniciada en 1618 y concluida en 1648. La monarquía española, por entonces, tenía grandes problemas para hacer frente a los muchos conflictos en los que se había implicado. Castilla estaba agotada por los esfuerzos previos. Su población había sufrido las consecuencias de las guerras anteriores y apenas quedaba dinero para asumir las que venían. Gobernaba un agobiado Felipe IV y junto a él su valido, Gaspar de Guzmán y Pimentel Ribera y Velasco de Tovar, conocido simplemente como el conde-duque de Olivares.

Este ideó una nueva manera de asumir los costes de las batallas: la llamada Unión de Armas, un proyecto por el que se animaba a los reinos de la corona a contribuir a la monarquía con la entrega de hombres y armas, siempre en proporción a su propia población y riqueza. De esta manera, Castilla, centro de la corona en todos los aspectos, podría descansar. Esta medida fue bien recibida en este reino, claro, y muy mal en los restantes. Con algunos pudo llegarse a un acuerdo: el Reino de Aragón o el de Valencia impusieron condiciones que en principio no se contemplaban para ofrecer su ayuda, pero dentro de las modificaciones aceptaron la Unión de Armas. Catalunya, sin embargo, se negó en rotundo. Felipe IV se marchó de sus cortes con nulos resultados. Aun así, el proyecto del conde-duque de Olivares se aprobó en 1626.

El conflicto no estalló hasta tiempo después, sin embargo. Fue en 1635, cuando Luis XIII de Francia le declaró la guerra a España, cuando esta tuvo una repercusión real en Catalunya, por su situación fronteriza con el país vecino. Para facilitar la colaboración de los catalanes nombró virrey al conde de Santa Coloma, afin a la corona, y se propuso concentrar un ejército de 40.000 hombres en el territorio. Así puede empezar a explicarse este conflicto, que fue un conflicto entre la población local y el ejército enviado por el poder.

Según recogen las crónicas y los testimonios de la época, este ejército no respetó a los habitantes que tenían que acogerlos durante el conflicto y al final estos terminaron por rechazar su presencia. Este rechazo estaba justificado si se atienden a los numerosos actos criminales de los que les acusaron: desde el saqueo de los pueblos, incluyendo las iglesias, hasta la violación de las mujeres. Cuando Santa Coloma conoció la negativa de la población a aceptar a las tropas, pues localidades como Sant Feliu de Pallerols se negaron a abrir sus puertas, tomó medidas, lo que no hizo otra cosa que encender aún más los ánimos. Y así, poco a poco, se llega al 7 de junio de 1640, día del Corpus Christi, conocido históricamente como el Corpus de Sangre.

El pueblo contra los abusos

Ilustración de 	 Hermenegildo Miralles sobre el Corpus de Sangre.
Ilustración de Hermenegildo Miralles sobre el Corpus de Sangre. | Wikimedia

Es este un nuevo episodio de levantamiento del pueblo contra el poder, aunque posteriormente derivase en un conflicto político. Los acontecimientos que tuvieron lugar el 7 de junio de 1640 en Barcelona son un ejemplo más de revoluciones del pueblo. Este se juntó en la Ciudad Condal venido de diferentes lugares. Por un lado, campesinos catalanes que, hartos de la situación a la que se habían visto sometidos, querían protestar ante las autoridades. Por otro lado, los segadores, que terminarían siendo los protagonistas porque a partir de ellos se encendió la mecha.

Unos 400 segadores se encontraban esa mañana en Barcelona. A primera hora del día, un incidente entre un ayudante de un alguacil real y un segador propició que se iniciasen los enfrentamientos, al quedar este último herido. Lo que podría haber sido una simple trifulca callejera terminó por ser el detonante de la revuelta. Los segadores, entonces, se movieron por la ciudad prendiendo fuego a tantas casas de nobles como se encontraron por el camino.

Protestaban contra el régimen señorial bajo el que malvivían, contra el asentamiento de las tropas reales en su tierra y contra el incremento de impuestos ligado a una guerra que no era suya. Durante los incidentes del Corpus de Sangre fallecieron, a manos de los segadores, en torno a 20 personas, todas pertenecientes a las clases altas de la ciudad. Entre ellas se encontraba el conde de Santa Coloma, que trató de escapar cuando fue conocedor de lo que estaba sucediendo.

El conde-duque de Olivares, uno de los principales responsables de que el pueblo dijese basta en aquella ocasión, no esperaba semejante reacción de los catalanes, así que sus ejércitos no pudieron responder al ataque, al que se sumaron también los campesinos. Durante tres días se apoderaron de la ciudad, hasta que finalmente se sofocó la revuelta.

Los posteriores conflictos políticos

Batalla de Montjuïc, donde los catalanes junto a los franceses obtuvieron una importante victoria militar sobre el ejército español
Batalla de Montjuïc, donde los catalanes junto a los franceses obtuvieron una importante victoria militar sobre el ejército español. | Pandolfo Reschi, Wikimedia

Lo que vino después fue mucho más complejo. Los nobles catalanes se aliaron con el mismísimo enemigo de Felipe IV, Luis XIII de Francia, en el conocido como pacto de Ceret. Solicitaron su ayuda para enfrentarse a ese dominio de Castilla al que no querían someterse, pero para ello quedaron sometidos al de Francia. Esta situación se mantuvo hasta el año 1648, cuando también concluyó la guerra de los Treinta Años. No sería hasta 1652, sin embargo, cuando Felipe IV recuperaría la soberanía en Catalunya, aunque firmando la obediencia a las leyes catalanas.

Aún hoy se recuerda a los segadores, sobre todo tras haberse convertido en el himno oficial de Catalunya. Este nació en el siglo XVII como respuesta a una necesidad social de liberarse de los nobles de su tierra, que, como se ha venido viendo en esta serie, oprimieron durante mucho tiempo al pueblo. Els Segadors, como es conocido hoy en día, ha cambiado su letra para adaptarse a los nuevos tiempos, pero todavía hay quien tararea la que sonó antaño.