Resineros: el futuro está en el pasado

Es diciembre y hace sol. No es extraño decir esto en tierras segovianas, aunque en invierno las precipitaciones tienden a aumentar. Llueve más y nieva, a veces mucho, pero sobre todo hace frío. En Castilla se soporta una clase de frío que cuesta remontar, uno que te congela las mejillas, las manos y los pies. Pero en este día de comienzos de diciembre se disfruta de una temperatura agradable, ideal para un paseo. Y en Segovia los paseos se dan por el pinar, observando cómo los troncos de esta especie de árbol se elevan varios metros por encima del suelo.

Antes, dicen quienes los vieron, eran mucho, mucho, mucho más grandes. Más robustos, sobre todo. Hay fotografías que dan testimonio de ello. Sea como fuere, los paseos entre pinos se agradecen ahora como se agradecían entonces. El pecho se llena de un tipo de aire como no hay otro. Quien lo haya respirado lo sabe.

Este paisaje típico segoviano ha incluido desde hace siglos una figura: la del resinero. Resinero, según la Real Academia Española de la Lengua, es la persona que tiene por oficio resinar. Es prácticamente una palabra desconocida cuando abandonas ese mar de pinares, pero en Segovia, Valladolid, Ávila y otras zonas de Castilla, el resinero ha estado siempre ahí. Resinando y cuidando los montes.

Este oficio nace y muere con el pinar y vive ligado a los pueblos. Estuvo a punto de perderse, pero en los últimos años ha experimentado una recuperación que invita a hacerse varias preguntas. ¿Cuánta irresponsabilidad hay en su abandono, en su casi desaparición? ¿Cuánta implicación necesita su retorno? ¿Es realmente posible tomar como referencia el pasado para construir lo que está por venir? ¿Hay futuro en los pinares? ¿Hay futuro en sus pueblos?

Un oficio con impacto en el mundo rural

Varias de las herramientas de trabajo de los resineros.
Así luce un pino resinado. | Judith Torquemada

España lleva años enfrentándose a la despoblación rural. Los pueblos se vacían y se abandonan. Hace ya tiempo que se acuñó un término para referirse a estas zonas como un conjunto con características similares, por muy alejadas que se encuentren unas de otras. La España vaciada, la llamaron. Se ha discutido mucho sobre qué se necesita para revertir una situación que desde esa España vaciada zanjan con la ceja levantada. ¿Qué se necesita? Lo evidente: trabajo, oportunidades, empleo, vida. Se necesita hablar de los pueblos como un lugar en el que quedarse a vivir. Parece, por tanto, un buen momento para hablar de resineros.

“La resina es un medio de vida que está generando vocación en la España vaciada”, asegura Guillermo Arranz, vicepresidente de la Asociación Nacional de Resineros y resinero. Guillermo contesta al teléfono, liado con sus tareas pero con ánimo de charlar. No es de su boca de la que se escapan las palabras “injusticia” o “irresponsabilidad” cuando se señala el maltrato que el resinero ha experimentado desde mediados del siglo pasado, pero las respuestas que proporciona giran en torno a estos conceptos. Solo ahora, cuando la España vaciada parece importar, se recupera la importancia de cuidar los oficios relacionados con el mundo rural.

José Ángel, natural de Cabezuela, viene de familia resinera y él mismo se dedica al pinar
José Ángel, natural de Cabezuela, viene de familia resinera y él mismo se dedica al pinar. | Judith Torquemada

José Ángel Garrido tiene 58 años, es de Cabezuela, ejerce de guía principal en ese paseo invernal por el pinar y es resinero. Le viene en la sangre: su padre, su abuelo y su bisabuelo también lo fueron. En un pueblo como el suyo es un trabajo familiar y común, de esos de los de toda la vida, de esos de los que se ha hablado siempre. “Este barrio se construyó para los resineros”, han señalado, antes del paseo, sus vecinos y amigos.

Cerca de ese barrio una antigua fábrica de resina habla de la importancia de la industria en la zona. Dicen que durante un tiempo fue la más grande de Segovia. Ahora está abandonada. Los niños de las últimas generaciones han jugado a su alrededor, con cuidado de no caerse en el pozo del que advertían siempre sus mayores. Sus abuelos, sobre todo. Del trabajo anterior en esta fábrica solo quedan ruinas, pero en el pinar está renaciendo.

A José Ángel le gusta estar entre pinos. Cuenta que en Cabezuela hay muchos expertos en este oficio. La mayoría lo conocieron en la infancia, muchos cuando todavía no se podía jugar en la fábrica porque había trabajo en ella. Entonces se marchaban al pinar con sus padres y hermanos y allí pasaban los veranos, recogiendo el oro líquido. Antes eran decenas, ahora hay cinco resineros en Cabezuela y con esos basta, de momento, para cubrir los montes colindantes. “Según los guardias y los ingenieros, no se puede abrir todo el pinar. Tiene que ir haciéndose por zonas, para que durante toda la vida haya trabajo”, cuenta.

Refugio en el pinar.
Refugio en el pinar. | Judith Torquemada

José Ángel lleva 4.000 pinos; por cada uno, paga treinta y cinco céntimos al ayuntamiento. Se detiene frente a uno trabajado en los meses estivales, saca las herramientas y realiza una demostración del proceso. Lo primero es alisar el pino, eliminar la madera sobrante. Se clava la hojalata, por la que va a resbalar la resina hasta caer en el pote, que es una especie de cubo que se coloca inmediatamente debajo. Entonces se realizan, con cuidado, cortes, para que sangre. Solían trabajar con una técnica llamada al bocao, que daba como resultado cortes de gran grosor, pero últimamente se han pasado al rayón, que no exige tanto trabajo. De la hazuela no habla demasiado, porque eso pertenece a otro tiempo. “Da algo más de resina, pero con estos nuevos métodos trabajas la mitad y haces más pinos”.

¿Cuánto tiempo puede estar resinándose un pino? “Entre 15 y 20 años, los más gordos 25”, explica, recordando de nuevo los pinos de antaño. Estos árboles se trabajan por caras y cada cara se trabaja cinco años. Excepto cuando se trabajan a muerte. Entonces se resinan todas las caras a la vez y ese pino pasa a formar parte del proceso de regeneración del monte. Interesa hacerlo, cuenta, así como interesa recuperar el limpiado del pinar en los meses de invierno, cuando el trabajo de los resineros está hecho.

“Dicen que la mejor resina es la de aquí”, comenta, mientras sigue el paseo y explica cómo desde Cuéllar, a 40 kilómetros de Cabezuela, se puede observar perfectamente el mar de pinares que ha dado nombre a la comarca. Muchos pueblos han perdido la tradición y un trabajo que no disgusta a quien lo prueba. Puede ser solitario, pero también es libre. Puede ser cansado, pero uno mismo se marca los tiempos. Ha evolucionado y las condiciones de trabajo han mejorado. No es un mal oficio. Podría, por tanto, generar interés, demanda. Para volver al pueblo o para instalarse por primera vez, lejos de las ciudades que en muchos casos se imponen más que se eligen. Podría ser un trabajo real que alimente a los pueblos.

Antigua fábrica de resina y madera, ahora abandonada, en Cabezuela
Antigua fábrica de resina y madera, ahora abandonada, en Cabezuela. | Judith Torquemada

“Cuando hablamos de resina no hablamos solamente de un ingreso para una persona anónima, estamos hablando de ingresos en el ámbito rural”, explica Guillermo. El municipio al que pertenecen los pinos recibe una renta por el trabajo que se lleva a cabo en éstos, lo que termina traduciéndose en mejores servicios para el pueblo. Otro pequeño porcentaje está destinado a un fondo de mejoras para arreglar los montes. “Los refugios, hacer cortafuegos, realizar tratamientos agrícolas…”, enumera Guillermo. Ese paseo por el pinar conduce, de hecho, a un refugio restaurado, donde descansa, en un rincón, una botella de vino y diversas herramientas. José Ángel recuerda allí alguna comida con los compañeros. Incentivar este trabajo tiene una implicación directa en la vida que necesitan los pueblos para seguir existiendo, pero hay aún más razones para apostar por ello.

El papel del oro líquido en los tiempos que corren

Así luce el pote sobre el pino.
Así luce el pote sobre el pino. | Judith Torquemada

En un momento en que se está buscando reducir la huella de carbono, eliminar la utilización de los derivados del petróleo es una acción fundamental. Su combustión genera una cantidad inmensa de gases, una de las principales fuentes de contaminación atmosférica. Hablar de todo esto puede generar ecoansiedad, palabra que ha sido seleccionada como una de las más importantes del pasado año, por los millones de personas que han comenzado a sufrir este trastorno de ansiedad. La protección y el cuidado del medio ambiente ha pasado a ser una de las principales preocupaciones del ciudadano de a pie, así que la resina, con todo esto, podría convertirse en una de las palabras de este 2022 que empieza. Adiós petróleo, hola pinares.

“La resina es una materia muy versátil. El futuro es aprovechar esa versatilidad”, explica Guillermo. A la hora de hablar de esa versatilidad de la resina y sus derivados, casi parecen faltar minutos: adhesivos, ungüentos, pomadas, caramelos, expectorantes, antipolillas, lavavajillas, ambientadores, chicles... Días después de esta conversación con Guillermo, los cabezolanos reunidos para debatir el tema lo resumen a la perfección: la resina está en el día a día, lo que pasa es que la gente no lo sabe. Es momento de saberlo y de plantearlo como una solución a los problemas medioambientales, porque sirve, simplificando, para luchar contra el cambio climático.

Casi podría decirse que también los resineros son una herramienta ecológica, pues su misma figura tiene un impacto positivo en el medio ambiente. El resinero no es solamente una persona que está en los pinares haciendo su trabajo y ganándose un sueldo, es una persona que cuida del entorno. “Si hay algún pirómano o alguna persona que está pensando en hacer alguna tropelía, le está inhibiendo, eso lo primero. Lo segundo: si llega a encenderse algo cerca de su monte o en su propio monte, es el primero que va a apagarlo si es poca cosa. Si no puede apagarlo porque es algo serio, es el primero que va a dar la señal de alarma”. Es un servicio, señala con razón.

Así que tiene un impacto positivo para los pueblos y también para el medio ambiente. Llegados a este punto, queda la parte más difícil: la industria, el mercado, el apoyo económico.

La industria de la resina

El término hacer sangrar los pinos tiene que ver con el proceso y el aspecto de la resina.
El término hacer sangrar los pinos tiene que ver con el proceso y el aspecto de la resina. | Judith Torquemada

La industria relacionada con la resina fue, durante más de un siglo, una de las principales actividades de la economía rural española. Hasta un total de 20 provincias llegaron a estar implicadas en su extracción y posterior manipulación, conversión y comercialización. Había más de 80 fábricas repartidas por diferentes puntos de la geografía española y miles de familias viviendo de los ricos pinares. Hoy en día quedan siete, cinco de ellas en Segovia. En 2010 apenas se contaban 100 resineros.

Los problemas comenzaron a mediados del siglo pasado, poco después de que se alcanzara el mayor pico de producción de resina de la historia. La competencia internacional, el aumento de los costes y la escasez de mano de obra llevaron al sector a la práctica ruina. Ha tardado años en vivir una especie de recuperación y casi que uno se pregunta, tras la debacle, cómo es posible que así fuera. Podría sintetizarse en que se debe al aguante de unos pocos, que se mantuvieron a costa de otros que tuvieron que renunciar, y también al triunfo de la lógica.

¿Es económicamente posible? Es la cuestión que aquí atañe. No solo es posible, es también responsable. Es una industria que existe a nivel internacional y que va a ir a más. Se espera que iniciativas como la Agenda 2030, plan de acción aprobado por la ONU que busca un mundo más sostenible, sean favorables a este sector. También se espera un mayor apoyo de las administraciones nacionales. Aunque las iniciativas relevantes siempre nacerán de quienes trabajan en el pinar, señala Guillermo: “lo que vemos es que las ideas que tenemos los resineros realmente no van donde queremos que vayan, pero sí las iniciativas de otras entidades que no están a pie de monte. Necesitamos que la administración fije sus ojos en los que estamos en el día a día para mejorar el sector. La base es el resinero. Si no hay resinero no hay resina”.

Interesa que haya resina, pues con la duda cerniéndose sobre el petróleo y las instituciones internacionales poniendo sus ojos, y su dinero, en los proyectos medioambientalmente sostenibles, la resina es parte de la solución. ¿Cómo cuidar a quienes deben trabajarla? “La primera iniciativa sería que se tuviera en cuenta que este sector forma parte del sector primario y se nos incluyera en la PAC”, explica Guillermo, que señala que “realmente no ha habido un apoyo formal hasta la fecha”.

A pesar de todo, mira hacia el futuro esperanzado: “Hay unos fondos europeos y creo que empezaremos a ver… creo, no te lo puedo asegurar…”, duda, pero finalmente continúa: “creo que puede volver a fluir dinero en un sector como este”. “Se comenta que a lo mejor daban ayudas, pero eso hasta que no lo veamos…”, vacila José Ángel, pero también pronto se recompone. Él también ve futuro en los pinares. Ya sí. Mejor dicho: otra vez sí.

Recurrir al pasado para tener un futuro

Cabezuela pertenece a una comarca conocida como Tierra de Pinares.
Cabezuela pertenece a una comarca conocida como Tierra de Pinares. | Judith Torquemada

Sí, hay futuro para los resineros, la resina y el pinar. Tiene que haberlo porque el conjunto está directamente relacionado con el cuidado del medio natural y con el desarrollo del mundo rural. Se necesita que lo haya porque su valor como producto ecológico sustituto de los derivados del petróleo es grande. Es, con todo esto, una industria que puede y debe incentivarse. España es rica en oro líquido, especialmente concentrado en esa comarca castellana llamada Tierra de Pinares. Es irresponsable no aprovechar lo que se tiene de manera natural, sobre todo cuando lo que se tiene genera un impacto tan positivo en diferentes ámbitos, todos ellos importantes para el desarrollo de un país.

Cuando esa mañana de diciembre el pinar va quedando atrás y el coche aborda de nuevo la entrada a Cabezuela, rodeada como está de pinares, resulta más fácil creer en la posibilidad de que un oficio de siempre, tradicional e histórico, sea la respuesta que requiere el futuro.