Trementinaires, las mujeres que van por el mundo

Cuando las ranas tenían pelo y las gallinas tenían dientes, y aún mucho tiempo después, en el valle de la Vansa y Tuixent podía verse a unas mujeres que, cargadas hasta arriba de remedios y ungüentos, partían a anar pel món. Andar por el mundo, que decían ellas, las trementinaires. Su nombre, como su oficio, su familia y su caminar, estuvo siempre condicionado por el lugar del que provenían. El mundo que andaban no era otro que el que conformaban las tierras catalanas. Tanto anduvieron y anduvieron que terminaron siendo conocidas en todo su mundo, hasta que, hace exactamente cuarenta años, la última de estas mujeres realizó el último de los viajes.

Aquí empieza esta historia. Había una vez unas mujeres que con sus hierbas familiares curaban y curaban todos los males…

Mujeres sabias, mujeres viajeras

Indumentaria de una trementinaire, en el museo dedicado al recuerdo de estas mujeres y su profesión

Antes de comenzar la narración, hay que desarrollar el escenario en el que van a bailar las palabras. El valle de la Vansa y Tuixent, un valle recóndito del prepirineo catalán, un lugar resguardado entre montañas, todavía hoy de difícil acceso y poco sol. En el siglo XIX, cuando esta historia da comienzo, era un rincón aislado, inhóspito, casi impenetrable. En este contexto nacieron las trementinaires, que aprovecharon la sabiduría heredada de tantas generaciones para emprender un oficio que les llevaría a contribuir en la precaria economía familiar. Este saber guardaba una relación directa con el lugar de origen de estas mujeres. De ese valle, de sus bosques y de las montañas que lo rodeaban venían extrayendo, desde hace siglos, todo tipo de hierbas y plantas que, con el paso del tiempo, habían aprendido a utilizar en su beneficio.

A esta naturaleza deben, incluso, su nombre, pues de la trementina, que se extraía de la resina del pino silvestre, nacieron varios de los remedios que más popularidad concedieron a las trementinaires. Cada una fabricaba sus propios ungüentos, por lo que estos cambiaban de aspecto dependiendo de la mujer que lo manipulase. Para que los presentes comprendan bien su oficio: a partir de la trementina se elaboraban parches que se empleaban para aliviar el dolor, los golpes y las torceduras, las picaduras de araña o de víbora, incluso se utilizaban para paliar el malestar provocado por una úlcera. Otros remedios buscaban actuar contra males pulmonares, del estómago o los riñones, y también aprendieron a trasladar su conocimiento al mundo animal.

Tal era la sabiduría que las trementinaires tenían de su entorno. ¿Por qué no aprovecharlo?, debieron preguntarse un día. Fueron años y años de aplicación de estos remedios ancestrales en sus hogares, unos remedios que habían aprendido por transmisión oral de quienes estuvieron antes que ellas. El paso fue salir ahí fuera, a recorrer el mundo, pero el conocimiento había estado siempre. Seguramente no podían imaginar que este conocimiento que venía casi con su mismo nacimiento, pues estaba determinado por ese lugar en el que habían nacido, terminaría por alimentar a la inmensa mayoría de la población femenina del valle durante más de cien años.

Del valle para el mundo hasta los tiempos modernos

Recreación de la cocina de la casa de una trementinaire, en el mismo museo

Las trementinaires abandonaban su hogar una o dos veces al año. Lo habitual era hacerlo después de la festividad de Todos los Santos para regresar unos días antes de Navidad. Entonces volvían a partir y este segundo trayecto duraba hasta Carnaval o, en algunos casos, hasta Semana Santa. Viajaban siempre a pie y solían hacerlo acompañadas, en parejas de dos. Una mujer de edad más avanzada escoltada por una aprendiz que terminaría por heredar sus remedios, trucos e itinerarios. Partían para recorrer el mundo, porque para ellas las tierras catalanas eran el mundo entero, y en ese siglo XIX, desde el valle en que nacieron, no les faltaba razón.

Las trementinaires no competían entre sí, más bien al contrario. Compartían sus conocimientos y solían repartirse territorios y compradores, pues ese mundo era lo suficientemente amplio como para dar cabida a todas ellas. Obviaban las grandes ciudades, así como los grandes mercados, decantándose siempre por los pueblos y las masías. Allí podían ofrecer el trato personal y cercano que buscaban. Dormían, de hecho, en las casas de sus clientes. En las noches más afortunadas, en habitaciones preparadas para ellas. Cuando esto no era posible se acomodaba a su gusto el pajar o cualquier otro rincón de la casa. Eran mujeres apreciadas, en el valle y más allá.

Pero como ha venido sucediendo con las medicinas tradicionales que emplean recursos naturales, los tiempos modernos, el avance y el estudio dejaron en un segundo plano a estas mujeres y sus remedios caseros. Aunque durante largo tiempo siguieron formando parte de las comunidades a las que siempre habían pertenecido, y muchos de sus clientes no dejaron ir sus ungüentos ni sus hierbas, terminaron por desaparecer cuando su sustitución fue inevitable. A finales del siglo pasado, tras más de cien años recorriendo su mundo particular, las trementinaires ya solo eran un recuerdo.

Las últimas trementinaires

Lata en la que las trementinaires llevaban la trementina y otros aceites

Hace cuarenta años del viaje de la última trementinaire. En 1984, Sofía de Ossera dejó el valle en que había nacido para, por última vez, recorrer el mundo ofreciendo sus remedios a sus paisanos. Tenía 73 años y con su regreso terminaría este legado. Había dedicado su vida a este oficio. Primero viajó con su abuela, después con su madre, cuando concluyó la Guerra Civil lo hizo con su suegra, más tarde con sus hijas, tiempo después con una vecina y finalmente con su marido, que era, como se ha podido sin duda deducir, hijo de trementineira. Han pasado cuarenta años de ese último viaje, pero el valle de la Vansa y Tuixent recuerda bien su historia. Hay muchas otras historias que recordar pero, amigos, os las cuento otro día.