Huellas de música y sangre: lo que la esclavitud nos dejó

Huellas, huellas que pintan de rojo el Puerto de las Muelas de Sevilla. Rastros de sangre que tiznan el madrileño barrio de Salamanca. Dudosas manchas escarlata que tiñen el color azul del océano Atlántico en los puertos gaditanos. Pero también, ecos de tómbola, fandango y mamarracheo. Incluso compases flamencos. Y en medio: lagunas de vacío. Aquello que no se sabe. Todo eso dejaron los esclavos negros que entre el siglo XV y XIX se compraron, vendieron, traficaron y usaron en España y sus colonias. La bulería y la vergüenza. La alegría y la más grande de las penas. Todo eso fue la esclavitud en España.

Sin embargo, estas huellas han estado mucho tiempo ocultas, enterradas por el devenir del tiempo y la negación, deliberada o no. El consagrado escritor Juan Eslava Galán señala en declaraciones a este medio que “la sociedad española no ha sido consciente de la existencia del negro hasta que comenzaron las migraciones después de los años 70 del pasado siglo”. “Digamos que no hay conciencia de influencia alguna”, añade.

Pero ¿por qué no se nos cuenta esto en los colegios? ¿Por qué una gran parte de los ciudadanos desconoce todo lo relativo a la esclavitud en España? “Nunca se hace factura cuando la gente vende droga”, dice Álvaro Begines, director del documental Cachita, la esclavitud borrada, desde el programa de radio Carne Cruda. “La esclavitud es un fenómeno que suscita juicios de valor y condenas morales, es más fácil admitirla en lugares y tiempos lejanos que en nuestros países europeos”, señala Rocío Periáñez en su artículo La investigación sobre la esclavitud en España en la Edad Moderna. No hay un único motivo, sino una amalgama de ellos.

Por suerte, en los últimos años las investigaciones académicas en torno a este respecto han ido en aumento. Gracias a ellas, ya se hace posible seguir el rastro de los esclavos que una vez habitaron nuestro país. Esclavos que dejaron huellas de música y sangre.

Del esclavismo al racismo y no al revés

Esclavos ha habido desde tiempos casi inmemoriales. Sin embargo, antiguamente sus colores de piel no tenían ninguna relevancia. De hecho, muchos eran eslavos con una tez completamente blanca. Roma no hacía distinciones entre las razas de sus subyugados. Había negros y también blancos. Tampoco les importaba el color de piel de sus dirigentes o sus ciudadanos. Así, aunque las representaciones que se hacen del Imperio Romano son en su mayoría blanqueadas, también había entre ellos personas de piel oscura.

Es lógico si pensamos que el Imperio Romano abarcó desde el norte de África hasta una pequeña, pero no desdeñable, parte de Asia. La gran potencia se extendía y con ella la diversidad de sus ciudadanos. Incluso queda a debate el color de al menos uno de sus emperadores: Septimio Severo. Este dirigente nació en la actual Libia. Sus representaciones pasan de bustos de mármol blanco a otras en las que se le atribuyen, claramente, rasgos africanos. Sea como fuere, no es que a los romanos les importara esto demasiado.

Septimio Severo
Representación de Septimio Severo y su familia hecha en torno al siglo I. | Wikimedia

¿Podría decirse que entonces no existía el racismo? Podría. Antumi Toasijé, historiador y activista panafricanista español, indica que lo que podía haber era una asociación del color a determinadas ideas, pero afirma, contundente, que el racismo era un concepto inexistente. ¿Cuándo surge entonces este concepto? Para Toasijé es claro: “la esclavización es el origen del racismo”. “Primero se somete a un pueblo militarmente y, después, se genera una teoría sobre por qué ese pueblo está sometido”, apunta el historiador.

En el documental Gurumbé: Canciones de tu memoria negra, el catedrático de Historia Contemporánea José Antonio Piqueras señala que a partir del siglo XV la tonalidad y los rasgos de los esclavos cambian y es entonces cuando se genera un estigma hacia ellos. De las personas africanas y afrodescendientes se comienza a decir que están desprovistas de moralidad, que son traicioneras, que nunca terminan de integrarse… “Ese tipo de estigma se supone que es el origen del racismo aplicado a los africanos”, comenta el catedrático. Después, añade, “se entiende que este estigma no se extingue con la pérdida de la condición esclava y que, por tanto, se va a mantener en la raza”.

Sevilla, puerto negrero internacional

Las huellas escarlatas comienzan al son de los pasos de la vecina Portugal. Este fue el primer país de la Edad Moderna en pasar a comerciar con esclavos y a abastecerse de ellos. Era el siglo XV y la “audacia” de los marineros portugueses vino seguida de los tratados con Sevilla, metrópoli de gran importancia a nivel internacional entonces. Así, aún antes de la conquista de América, España ya contaba con proporciones significativas de esclavos en ciudades como Sevilla o Barcelona, una proporción que aumentó aún más en el siglo XVI.

Alberto del Campo, profesor de universidad de Antropología Social, señalaba en el documental citado con anterioridad que “al igual que hoy en día la gente va a un centro comercial cuando sale un nuevo libro o un nuevo juego y hace colas para ser los primeros, también en esa época la gente iba al puerto a ver los esclavos nuevos que venían”. La capital andaluza se convirtió en la capital del esclavismo en España, y en una de las más importantes en Europa junto con Lisboa y Cádiz. Desde sus puertos se llevaba a los esclavos al resto de la península y, también, al resto del continente.

Asimismo, Antumi Toasijé apunta que “en cuanto a la presencia negra, numéricamente hablando, en muchos momentos del pasado ha sido muy superior a la actual”. “En los siglos XVI, XVII, y XVIII en lugares como Valencia, Murcia, Baleares, Andalucía… había porcentajes muy superiores a la actualidad”. De hecho, se calcula, según señalan numerosas fuentes, que el porcentaje de personas negras o mestizas en Sevilla durante el siglo XVI oscilaba en torno al 15% de la población. En su mayoría, eso sí, esclavos o esclavos liberados.

Sevilla en el siglo XVI
Durante el siglo XVI, la Flota de Indias llegaba a Sevilla a través del río Guadalquivir, uno de los puntos comerciales más importantes a nivel internacional.

Tener esclavos, la nueva moda de la Edad Moderna

En el siglo XVI el mercado esclavista se abrió a América, donde Francia, Portugal y Gran Bretaña coparon el negocio. Nacía así el conocido como tráfico triangular, que implicaba a tres continentes. Desde los puertos europeos partían barcos que recogían a los esclavos en África y de allí eran entregados a los colonos americanos como mano de obra para las plantaciones o como trabajadores domésticos. Por último, las naves regresaban a Europa con mercancías americanas, cerrando el espeluznante triángulo.

La esclavitud en España otorgaba beneficios de varias formas. En primer lugar, lo hacían las colonias, donde Cuba representó el bastión esclavista del país. En segundo lugar, el Estado español obtenía grandes ganancias al actuar como intermediario entre unos y otros continentes. Y en tercer lugar, el beneficio venía de los esclavos que los mismos españoles adquirían y utilizaban en la península. Aquí se les utilizaba sobre todo en los ámbitos domésticos, donde los propietarios preferían disponer de mujeres a las que, además, se explotaba sexualmente.

Durante buena parte de la Edad Moderna tener esclavos se hizo una práctica muy habitual. Eran una posesión más, igual que un mueble o una vaca. “En la esclavización estuvieron involucradas personas de todos los ámbitos, desde artesanos que compraban personas para tenerlas de mozos de carga, hasta personas de la nobleza”, señala Toasijé. “No era algo raro ni anecdótico”.

Uno de los oficios en los que los esclavos se hicieron más visibles fue en el de los artesanos. Allí, las personas subyugadas se encargaban de mezclar los colores, utilizar los disolventes… En definitiva, preparar los materiales para la pintura. En este sentido, es célebre el caso de Diego Velázquez, pintor que dispuso de un esclavo en su taller: Juan de Pareja. De él no solo ha quedado un retrato que hiciera el propio Velázquez, sino también las propias pinturas que hizo una vez fue liberado. Una primera huella cultural se abre aquí camino.

El pintor Juan de Pareja
El pintor Juan de Pareja en un retrato de Velázquez, del que era esclavo. | Wikimedia

Las huellas culturales de la esclavitud en España: ritmo y palabras

No fue Juan de Pareja la única persona afrodescendiente que destacó en aquellos años oscuros de la historia de España. Hubo más. En el siglo XVI nacía Juan Latino, un erudito del que hablarían hasta Lope de Vega y Cervantes en términos muy favorables. A Sor Teresa Juliana de Santo Domingo, también conocida como Chikaba y nacida en el siglo XVII, la hicieron esclava a los nueve años. Tras conseguir su libertad a la edad de 27, Chikaba entró como monja en el convento dominico de la Penitencia de Salamanca, constituyéndose como la primera mujer negra en entrar a un convento de clausura. La Negra Cándida, Juan de Valladolid o Catalina de Soto fueron también personajes afrodescendientes ilustres durante la esclavitud en España.

Pero ya sin centrarse en personas concretas, los esclavos africanos y afrodescendientes nos dejaron, como grupo étnico, palabras y ritmos que se agarraron con fuerza a la cultura española hasta quedarse. Es el caso de algunos afronegrismos que fueron usados, en ocasiones con sorna, por autores hispanos. El director cinematográfico Álvaro Begines señalaba que palabras que usamos en nuestro día a día, palabras como tango, chimpancé o tómbola, tienen orígenes africanos. Incluso añade que se trata de vocablos que “son exactamente como venían, sobre todo en el sonido”. También se unen a esta lista palabras como mamarracho y mandanga.

El apartado de la música es ya, valga la redundancia, otro cantar, y daría para un capítulo por sí mismo, como en realidad muchas de estas cuestiones. El caso es que diferentes investigadores del mundo de la música han encontrado semejanzas entre elementos del flamenco y los ritmos africanos, como es el caso del compás 12x8. Tal como indican los etnomusicólogos José Miguel Hernández y Lénica Reyes en el documental Gurumbé “es difícil saber qué elementos pueden ser africanos, qué gitanos y qué andaluces”, pues el flamenco es fruto del mestizaje.

Entre los siglos XV y XVI las personas africanas y afrodescendientes, tanto esclavos como liberados, trajeron a la península ritmos hasta entonces desconocidos. Antes incluso de que el comercio de esclavos se extendiera hasta América, en España ya se tocaban los tambores y se bailaba al son del zarambeque, los bailes guineos o el cumbé. Estas danzas se oían, sobre todo, en los conocidos como cabildos de negros, reuniones en las que los esclavos bailaban, cantaban y festejaban. Uno de los lugares más usuales para celebrar estas congregaciones fue, por ejemplo, la plaza de Santa María la Blanca, en Sevilla.

Asimismo, los negros fueron introduciendo a su acerbo musical instrumentos como la guitarra al mismo tiempo que sus danzas se popularizaron. “Los esclavos «blanquearon» su música, lo que les permitió extenderla a más amplios sectores de la sociedad que los esclavizaba y se burlaba de ellos”, señala el licenciado en historia y profesor de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona Eloy Martín Corrales en el artículo Los sones negros del flamenco: sus orígenes africanos.

Entre los siglos XVIII y XIX se produjo un cierto renacer de la esclavitud en España con el retorno de los indianos que venían a la península acompañados, a su vez, de sus esclavos. Así, tal como indica Corrales, “los bailes y cantes ya conocidos en los siglos XVI y XVII tuvieron continuidad en el Setecientos” gracias a influencias, esta vez, afroamericanas. “El éxito de tales cantes, bailes y ritmos fue de extraordinaria importancia para la música andaluza, ya que favoreció que estos elementos africanos y afroamericanos pudieran entrar a formar parte de lo que en breve llegaría a ser conocido como flamenco”, añade el investigador.

Las huellas escarlatas: el enriquecimiento de España a costa de un negocio clandestino

Esclavitud colonias España
Pintura de personas negras bailando en Trinidad, una de las colonias españolas en la Edad Moderna. | Shutterstock

Con el estallido de la Revolución francesa en el siglo XVIII, las prácticas esclavistas empezaron a verse con ojos críticos. Las posturas abolicionistas se hicieron cada vez más comunes, siendo Gran Bretaña el gran abanderado de acabar con esta práctica. Así, en 1807 la isla británica prohibió el tráfico en sus dominios, aunque siguió disponiendo de esclavos en sus colonias, donde no se prohibió la esclavitud hasta 1833. En 1817 España, presionada por Gran Bretaña, firmó también un tratado en el que se comprometió a abolir la esclavitud.

Pero, irónicamente, entre 1821 y 1867, fue cuando España se implicó más en el negocio del tráfico de esclavos. En estos años más de medio millón de personas afrodescendientes fueron transportadas ilegalmente desde África hasta Cuba y Puerto Rico, colonias entonces españolas. El negocio del tráfico de esclavos se convirtió así en clandestino. Funcionarios, autoridades, tripulación de barco y un sinfín de personas se vieron implicadas en un negocio que enriqueció a muchos.

Algunos propietarios de explotaciones en las colonias regresaron a la península como burgueses. Y hasta la misma María Cristina de Borbón, junto con su marido Fernando VII, se vio implicada en el asunto. José Antonio Piqueras indica en el documental Gurumbé que los reyes crearon una sociedad instrumental en París. “Tiene unos testaferros y se dedica a la trata. Periódicamente liquida beneficios a través de un notario”, apunta.

María Cristina de Borbón-Dos Sicilias
Fotografía de la reina consorte de España María Cristina de Borbón-Dos Sicilias entre 1885 y 1902. | Wikimedia

Pero María Cristina no fue, ni mucho menos, la única en beneficiarse de la esclavitud. La industria, sobre todo la del País Vasco y la de Cataluña, también se lucró del comercio humano, lo que facilitó la inserción de España en el sistema capitalista. Algunos proyectos urbanísticos, como el del ensanche urbano de Barcelona o la construcción del barrio de Salamanca se financiaron también con este dinero.

Piqueras señala lo que no es un secreto: que el Banco Hispano Colonial se construyó exclusivamente con capital esclavo, fundado por Antonio López y López, célebre negrero y primer marqués de Comillas. A principios del siglo XX este banco fue, a su vez, integrado en el Banco Central, que después se fusionó con el Hispano. Finalmente el Banco Central Hispano sería adquirido por el Banco Santander. Los ecos del esclavismo en España llegan, pues, hasta nuestros días.

Huellas de la esclavitud en España que se empiezan a ver con más fuerza

Durante este periodo de clandestinidad, los negreros y las personas implicadas en la trata procuraron que no quedaran rastros documentales sobre ello. No obstante, la historia se ha podido preservar gracias a la correspondencia entre los comerciantes o los diarios personales, además de la información que Gran Bretaña recogió al respecto. Asimismo, el final del esclavismo, incluso del clandestino, llegó también a España y sus colonias. El doméstico llegaría a su término en el año 1837. Sin embargo, para que se ilegalizara definitivamente en las colonias habría que esperar hasta 1886.

Aquel terrorífico capítulo de la historia de España terminó y durante mucho tiempo se apartó la vista de lo que había pasado, hasta el punto que se comentaba al inicio: muchas huellas comenzaron a desvanecerse, como si la esclavitud en España nunca hubiera existido. Para Juan Eslava no se ha tratado de un olvido deliberado, como sí afirman otros historiadores: “No creo que se haya ocultado deliberadamente, simplemente se ha considerado un tema menor dentro de la historia”.

Sea como fuere, el caso es que hasta los años 50 del siglo XX, “el fenómeno esclavista en el territorio peninsular durante los períodos Medieval y Moderno”, señala la profesora de Ciencias Sociales Rocío Periáñez, “apenas había atraído a los investigadores”. Casi 100 años de silencio que niegan una parte de la historia de España, un trazo de pisadas que muy poco a poco, más lento de lo que debería, se van haciendo visibles ante los ojos del presente.