Amor sobrenatural: historias de fantasmas, centauros y otras fantasías en España

Se cuentan por decenas las historias de amor que, ambientadas en España, pertenecen no solo a otro tiempo sino a otro mundo. Un mundo en el que lo sobrenatural tiene cabida. Seres que van más allá de lo humano y conexiones con otras dimensiones. Escenarios donde todo parece posible y donde, como sucedía con las historias de amor imposible, hay cabida para el llanto y la alegría (especialmente para el llanto). Vamos a repasar algunas de esas historias, declarando en primer lugar la imposibilidad de recoger todas las que existen. Los cuentos, las leyendas, las historias crecen con la tierra y las generaciones, así que puede existir una en cada rincón de España. Estas son solo algunas de las más populares, y todas tienen un pedazo de la fantasía que buscan aquellos que no quieren dejar de soñar con otros mundos.

Historias de amor prohibido, también en lo sobrenatural

La gran leyenda romántica de Madrid

Interior de la iglesia de San José, en Madrid
Interior de la iglesia de San José, en Madrid. | Luis García, Wikimedia

Mediados del siglo XIX, Madrid. Un joven diplomático inglés acude a una fiesta celebrada en honor al Carnaval, pero la barrera idiomática le hace permanecer aislado la mayor parte del tiempo. En un momento determinado, sin embargo, sus ojos se cruzan con los de una joven muchacha que parece mantenerse también al margen de los grandes círculos. Sostiene una bonita rosa blanca, que el joven observa desde la distancia. Se sonríen y poco a poco se acercan. Se entienden de inmediato y ella le pide bailar, así que bailan y bailan y bailan. Conversan, se ríen y el joven comprende que ese debe ser uno de esos flechazos de los que tanto había leído.

Cansados ya de la fiesta, ella le pide que le acompañe a pasear por las calles de su Madrid. Se marchan juntos y siguen con la conversación por el camino que ella invita a recorrer, que concluye frente a la iglesia de San José, en la calle Alcalá. “Acompáñame dentro”, le dice ella. Aunque él no está muy convencido, sigue los pasos de la joven y entran juntos al templo. Se encaminan hacia el altar, donde, observa el joven, descansa un ataúd de madera. Lo siniestro de la escena no le convence, así que le pide que se marchen. Pero ella niega con la cabeza. “Mi sitio está en esa caja”, le dice. Él, entonces, se marcha despavorido y sospechando que toda la noche había sido una broma pesada.

Pero a la mañana siguiente tiene una extraña sensación: no puede olvidar lo sucedido, no lo siente como una broma y decide acercarse a la iglesia. En la entrada de esta, para su desconcierto y dolor, se topa con un cortejo fúnebre que transporta un ataúd abierto. La vista le alcanza lo suficiente para observar que en él descansa una joven que lleva una rosa blanca en las manos.

He aquí una de las leyendas más populares de Madrid. Las historias que conectan la vida con la muerte se suceden en muchos lugares y aunque sus protagonistas son siempre diferentes, todas guardan similitudes. El amor imposible entre quien sigue vivo y quien ya pertenece a otro mundo, o el detalle concreto que confirma que esa historia imposible ha sucedido de verdad. En este caso, la rosa blanca con la que se conocen los jóvenes y que también lleva la muchacha en su propio funeral. De qué otra forma podía saber el joven de esa flor si no la hubiera visto horas antes. Cuentan que todavía se escuchan los lamentos de ella en la iglesia de San José, pues conoció el amor cuando ya no podía vivirlo.

La eterna espera por amor

Sombra del peregrino en la plaza de la Quintana
Sombra del peregrino en la plaza de la Quintana. | Shutterstock

En la plaza de la Quintana, en Santiago de Compostela, no es un fantasma lo que atemoriza a los peregrinos: es una sombra. Una sombra que parece, precisamente, un peregrino, con la indumentaria clásica de la época medieval. Hasta ese momento tenemos que remontarnos para rescatar la historia que explica la presencia que todavía hoy puede sentirse en ese rincón de la ciudad compostelana, como puede verse en la fotografía que precede estas líneas.

En tiempos en que el amor era aún más complicado de lo que es hoy, un sacerdote y una monja se enamoraron. A pesar de sus convicciones religiosas y de los numerosos obstáculos, morales y legales, que se interponían entre ellos, se encontraban cada noche a través de un pasadizo situado bajo la escalinata de la plaza de la Quintana. En uno de esos encuentros clandestinos, el sacerdote le propuso escapar juntos para poder vivir su amor con plena libertad. Ella aceptó.

Quedaron en encontrarse al anochecer en el mismo lugar en el que se habían visto durante mucho tiempo a escondidas. Para no levantar sospechas, él se vistió como un peregrino, ocultando así su identidad. La esperó durante horas. Al final, la esperó durante años. Nunca dejó de hacerlo. Cada noche, a pesar de la ausencia de su enamorada, el sacerdote acudía a ese punto de encuentro acordado, esperando que algún día fuera el día. Ella nunca regresó, pero él tampoco se marchó. Allí sigue su sombra, esperando.

Las huellas visibles del amor

Castillo de Magalia
Castillo de Magalia. | Mrabulens, Wikimedia

Como esa sombra que cada noche puede verse en Santiago de Compostela, en el castillo de Las Navas del Marqués, en Ávila, también quedó la huella de un amor imposible. Sucedió así. Magalia era una joven que vivía en la fortaleza en tiempos medievales, donde, como se ha dicho, todo era posible. Quizá por eso sucedió lo que ahora no atrevemos a imaginarnos: Magalia se enamoró de un centauro que habitaba los bosques cercanos a su hogar.

El centauro correspondía este amor y, a pesar del riesgo, acudía cada noche a visitarla. Se encontraban donde se suelen encontrar los amores perdidos: en los pasadizos del castillo. Su padre, sin embargo, no tardó en conocer esta relación y la prohibió terminantemente. Era el gran señor del lugar y no podía entregar a su hija a un ser que ni siquiera era humano. Pero Magalia estaba convencida de lo que sentía, así que también ella tomó una decisión: fugarse con él. Nadie volvió a saber de ella.

Pero su padre nunca dejó de buscarla. Tan desesperado estaba por dar con su hija, a la que a pesar de todo amaba, que salía cada noche al balcón a gritar por ella. “Magalia quondam?”, se escuchaba desde cualquier rincón. Magalia, ¿dónde estás? Parece que esta pregunta, esta súplica, nunca abandonó el castillo, pues hoy puede leerse una inscripción así bajo uno de sus balcones.

La naturaleza que nace del amor

Tragedia a la luz de la luna

Montaña con la luna de fondo
Montaña con la luna de fondo. | Shutterstock

Las huellas de amor más imponentes, sin embargo, las encontramos en la naturaleza. Ya hablamos en su día de cómo el romance entre Hércules y Pirene dio origen a los mismísimos Pirineos. Hoy queremos rescatar una de las historias más populares en la Comunidad Valenciana: la leyenda de Tarik y Alba, dos jóvenes que vivieron su amor hasta que la guerra se interpuso entre ellos. Habitaban los rincones cercanos al llano de la Marjana, en la sierra de Chiva, donde hoy puede descubrirse esta leyenda.

Una noche de tormenta, Tarik y Alba encontraron cobijo en la casa de una famosa bruja que los acogió con los brazos abiertos. Conversaron durante toda la noche y se sintieron muy cómodos a su lado, pero la despedida fue agridulce. La bruja, vaticinando lo que estaba por venir, se despidió de Alba con una promesa: “Aquí te espero”. No dijo demasiado, pero esta mujer sabía que Tarik, al servicio de las tropas del rey musulmán Zayaán, fallecería en un próximo enfrentamiento con los reinos cristianos.

Cuando esto sucedió, Alba cogió toda su pena y marchó en busca de la bruja. Para su sorpresa, esta le ofreció una solución: Alba podría resucitar a Tarik si seguía sus indicaciones. En la siguiente luna llena, tendría que subirse a lo más alto de ese llano de la Marjana y tomar una pócima preparada, en parte, con tres de las lágrimas que cada día derramaba por el amor perdido. La última de las indicaciones era también clara: una vez se bebiera la pócima, no podía mirar de nuevo a la luna.

Cuando llegó la noche escogida, Alba siguió todas las indicaciones de la bruja… excepto una. Subió a lo alto del llano, derramó las tres lágrimas necesarias, bebió la pócima y cerró los ojos. Pero antes de marcharse, sin poderlo evitar, dirigió una última mirada al astro. Fue su condena. Los rayos lunares actuaron entonces sobre ella, petrificándola y convirtiéndola en un llamativo peñasco que hoy recuerda a los que por allí pasan esta tragedia.

El amor prohibido por la naturaleza

Paisaje del parque nacional de Garajonay
Paisaje del parque nacional de Garajonay. | Shutterstock

En ocasiones, el romance no hace nacer la naturaleza, sino que es esta la que influye sobre los amantes. Algo así sucedió con la pareja más popular de la historia de La Gomera. Gara era una joven princesa de la isla, Jonay era un joven príncipe de Tenerife. Cuando se conocieron, ambos se enamoraron al instante, atravesados por una de esas pasiones irrefrenables que no perece ni con el paso del tiempo ni con la muerte.

Gara ya lo había visto venir. Días antes de conocerle, había acudido a los místicos chorros de Epina junto con sus amigas, con la esperanza de adivinar su futuro en el amor. Aquellas aguas eran y son famosas por sus designios: si al contemplarlas estas permanecen tranquilas, significa que la persona que las mira conocerá el amor verdadero. Si el agua se enturbia, entonces lo que tendrá será desamor. Cuando Gara se asomó, vio con alegría que permanecían tranquilas… hasta que se agitaron como nunca lo habían hecho y en lugar de su rostro apareció un sol incendiario. Al preguntar al sabio de su pueblo por esta señal, su mensaje no fue precisamente tranquilizador: “Huye del fuego o el fuego te consumirá”.

Cuando Gara y Jonay se conocieron no se vieron reflejados en este mal augurio. Al menos, no hasta que el temido volcán de Tenerife estalló: se desató una tormenta de fuego y lava tan grande que era visible desde La Gomera, donde ambos se encontraban. Sus familias, entonces, prohibieron su amor. No podían luchar contra la naturaleza. Ella era la princesa del agua y él venía de la tierra del fuego.

Jonay regresó a Tenerife, pero nunca pudo olvidarla, del mismo modo que tampoco Gara olvidó a Jonay. Este, desesperado, se lanzó una noche al océano con la esperanza de alcanzar La Gomera y volver a los brazos de su amada. En esa ocasión, la naturaleza no se lo prohibió. Ambos se reencontraron y huyeron hacia El Cedro, el punto más alto de la pequeña isla, perseguidos en todo momento por quienes querían evitar la temida tragedia.

Pero para ellos no había una tragedia mayor que vivir una vida separados, así que tomaron una decisión. Jonay tomó un palo afilado por ambas puntas, las clavó en sus respectivos pechos y, sin dejar de mirarse, se fundieron en un abrazo eterno. Desde entonces, esa montaña, hoy parque nacional, lleva su nombre: Garajonay.

El amor está en todas partes

Gran palmera de la casa de l'Ardiaca
Gran palmera de la casa de l'Ardiaca. | Shutterstock

Este texto tiene que terminar como terminó la primera parte dedicada a las historias de amor imposible ambientadas en España: recordando que el amor está en todas partes. Basta con mirar alrededor. Por ejemplo, hacia el cielo de Barcelona. Allí, entre la casa de l’Ardiaca, hoy sede del Archivo Histórico de la Ciudad, y el claustro de la contigua Catedral, viven dos palmeras. Se plantaron a la vez y crecieron a la vez, siempre mirándose la una a la otra. Pronto quedó claro que estaban enamoradas.

Pero el tiempo y las continuas reformas de los edificios las separó: una pared se interpuso entre ellas, separando sus caminos. Pertenecían a diferentes edificios y ya no podían verse. Entonces sucedió el milagro: la palmera que hoy puede verse en la casa de l’Ardiaca empezó a crecer hasta superar el muro que le habían plantado frente a su amor. Todavía hoy se miran la una a la otra.