Serenos, los guardianes de la noche

Cuentan quienes los vieron que los serenos eran la imagen más representativa de las noches españolas de antaño. Provistos de su capote, su chuzo o lanza, su farol, su porra, su matraca y su silbato, paseaban la noche como quien pasea su hogar. Vociferaban las horas, el tiempo y los acontecimientos de importancia. En ciertas madrugadas afortunadas, algún vecino los acogía en la calidez de sus casas, donde eran invitados a un café o una copa, lo que se terciase en cada ocasión. Los serenos fueron los guardianes de la noche durante dos siglos, hasta que los tiempos modernos se impusieron y no hubo ya necesidad de recurrir a ellos.

Pero para llegar a ese final, primero debe conocerse el principio. Había una vez un hombre pegado a un farol que respondía a su llamada con un característico “¡vaaaa!”...

¡Serenooo…!

Imagen de un sereno español de principios del siglo XX
Imagen de un sereno español de principios del siglo XX. | Wikimedia

Esta narración traslada a quien la atiende a finales del siglo XVIII, cuando las calles eran mucho más oscuras y misteriosas de lo que son hoy en día. Haced ahora un esfuerzo por reproducir el sonido de las tranquilas aguas del mar de Valencia, pues es hasta la capital del Turia hasta donde hay que desplazarse para encontrar el origen de la historia. Cuentan que fue allí donde nació este oficio, en torno al año 1777, a raíz de la prohibición de fabricar y consumir fuegos artificiales. Curioso inicio este, seguramente penséis, pero tiene una explicación. Ante el creciente número de despidos en la industria de la pirotecnia, el alcalde de por entonces encontró un nuevo destino para quienes habían perdido su ocupación. Así que dejaron los petardos y se colocaron el capote. Eran los primeros y nuevos serenos.

¿Cuál era la función de los serenos?, tal vez se pregunten los más jóvenes. Si lo pensáis, es una figura que ha llegado hasta nuestros días con vivacidad, ya que todavía se emplea ese dicho tan popular y tan castellano… “¡Me toman por el pito de un sereno!”. Los serenos, con sus silbatos siempre a mano, patrullaban las calles nocturnas y denunciaban a todos los maleantes con los que se cruzaban en su camino. Su función, pues, era encargarse de que los barrios que les habían sido asignados fuesen seguros, que se cumplieran las normas. Claro que alguno debía tomarse esta misión quizá de manera inflexible, por lo que su silbato sonaba y sonaba y sonaba… hasta que los vecinos terminaban por ignorarlo.

Pero no penséis que estos serenos eran seres desdeñados por sus contemporáneos, más bien al contrario. Los servicios que prestaban eran muy apreciados entre las comunidades de las grandes ciudades, ya no digamos en los pequeños pueblos en los que este sereno era uno más, al que en muchas ocasiones se invitaba a pasar a los hogares para compartir comida o bebida caliente… O fría. Pero no entremos en detalles de lo que sucedía en los hogares, mejor continuemos en las calles.

Estos vecinos los reclamaban por motivos de toda índole, y para ello solían emplear simple y llanamente el nombre de su oficio: “¡serenooo…!”, se escuchaba en la calma de la noche. Cuando este recibía el aviso respondía con un simple “¡vaaa…!”, que rompía de nuevo el silencio. En otras ocasiones, cuando el solicitante precisaba del manojo de llaves que colgaba de su cinturón para entrar en su edificio, solicitaban su ayuda dando palmadas.

Tal vez os estéis preguntando, llegados a este punto de la historia, el porqué de su nombre. Pues bien: está relacionado con otra de sus múltiples funciones. Además de la vigilancia, la seguridad, el acompañamiento, la llamada a las autoridades en los casos indispensables y el servicio de cerrajería, los serenos tenían también un carácter informativo. Entre sus mensajes vocingleros, destacaban dos: la hora y el parte meteorológico. Notificaciones que, según se estableció a comienzos del siglo XIX, debían repetir cada cuarenta o cincuenta pasos.

“Las doce en punto y serenooo”, se escuchaba. “Las tres en punto y serenooo”, decían en el avance de la noche. “Las cinco y lluviaaa”, si es que el tiempo había empeorado. Como ese “sereno” era el modo más habitual de concluir su comunicado particular, así pasaron a ser conocidos. En buena medida por el chascarrillo, porque en este país, hay que reconocerlo, se ha sido siempre muy de chascarrillo, pero también porque así quedaban diferenciados de otras figuras vigilantes.

Dos siglos de vigilia nocturna

Escenas madrileñas. La soledad del sereno, por Francisco Sancha (revista Blanco y Negro, 1904)
Escenas madrileñas. La soledad del sereno, por Francisco Sancha (revista Blanco y Negro, 1904). | Wikimedia

Estos serenos recibían, a cambio de su servicio, propinas de los vecinos, una de las razones por las que terminaron desapareciendo. Pero dejemos de adelantarnos: aún quedan dos siglos desde su nacimiento hasta su fin. ¿Qué había que hacer para ingresar en este cuerpo?, toca preguntarse. Las condiciones eran claras y de no difícil cumplimiento. No se podía tener antecedentes, se debía medir por los menos un metro y medio, la voz del solicitante tenía que ser fuerte, clara, y se debía tener una edad comprendida entre los 20 y los 40 años. Sus rondas comenzaban a las once de la noche y concluían a las cinco de la madrugada. Durante el día, algunos paseaban también bajo los rayos del sol.

Entre ellos se comunicaban con sus silbatos y en el caso de estar en problemas existía un código para que su compañero más cercano, o algún vecino despierto y dispuesto a ayudar, supiera de sus apuros. En ese caso, voceaban una hora incorrecta. Hora equivocada significaba problemas.

A propósito de símbolos, gustosamente añadiremos a esta narración detalles que enriquecen aún más su perfil. Por ejemplo, que adquirieron según qué funciones curiosas en rincones concretos de España. En Badalona eran, además de los guardianes de las calles, los encargados de despertar a los pescadores para sus faenas, para lo cual empleaban otro código: los buenos hombres de mar dejaban atada una cuerda al picaporte de sus casas, con los nudos correspondientes a la hora en que debían ser llamados. Tres nudos y medio, tres y media de la mañana. Ahí estaba el sereno.

Así se fueron formando, poco a poco y con el paso de los años, diferentes cuerpos de serenos en las ciudades y los pueblos de la geografía española, convirtiéndose en una figura nacionalmente conocida. ¿Cómo y por qué abandonaron las calles? Ah, llegaron los nuevos tiempos, como ya se ha señalado. Los porteros automáticos y las cerraduras modernas eliminaron buena parte de su función. Los medios de comunicación, por su parte, hicieron inútiles sus partes informativos a voces. También aquello del sueldo jugó en contra de este oficio, pues sin una mensualidad estable no había forma de poder seguir patrullando. Y así fue como, poco a poco, a lo largo de la década de los setenta, los serenos fueron dejando las calles nocturnas y las calles nocturnas dejaron de tener a su vecino más insigne en ellas.

Los últimos serenos

Tarjeta navideña del siglo xix con un sereno vestido de gala
Tarjeta navideña del siglo xix con un sereno vestido de gala. | Wikimedia

Quizá cueste creerlo, pero en ese compromiso de recuperar, o no perder del todo, lo que en el pasado se apreciaba, algunos rincones de España andan intentando traer de vuelta a esta figura para sus barrios y sus pueblos. Desde el norte llegan noticias. El ayuntamiento de Gijón pone de nuevo a los serenos en sus calles, adaptados al siglo al que pertenecen pero con la función con la que fueron concebidos. Trabajan, cuentan quienes los han visto, 364 días al año. ¿Descansan en Nochebuena, en Nochevieja, quizá en la Noche de Reyes? No, descansan el 18 de octubre, que es el día en que celebran su profesión.

Así que tal vez, dentro de no mucho tiempo, esta narración tenga que actualizarse para hablar de un oficio renacido y recuperado, aunque de momento se quiere mantener la prudencia y establecer que esta profesión es uno de esos oficios de siempre que tanto cariño y nostalgia despiertan. De esta manera son también recordadas, en tierras catalanas, las Trementinaires, las sabias mujeres de la montaña que hoy ocupan la memoria y un museo. Pero esa, amigos, es otra historia, así que os la cuento otro día.