Plañideras, el lamento como oficio

Esta historia comienza en tiempos de Maricastaña, siglos y siglos atrás, en un momento diferente al que hoy vivimos pero, en cierto modo, similar. Los rituales funerarios se han celebrado siempre y es en ese escenario donde aparecen las mujeres protagonistas de esta narración. Mujeres que lloraban en funerales, mujeres a quienes se llamó plañideras.

Su oficio es tan antiguo como el tiempo, pues si hay algo antiguo eso es la muerte y a la muerte está unido. Como sucede con otras tantas cosas, parece pertenecer a una época que a muchos se les antojará del todo incompresible. Para asistir a esta narración, por tanto, mejor desvestirse de prejuicios que impedirían observar este tiempo pasado con la amabilidad que merece, por muchas razones.

Empecemos, pues, la historia. Había una vez unas mujeres que convirtieron las lágrimas en un arte y un trabajo…

Lágrimas por un desconocido

Representación antigua de plañideras de Difuntos

Las plañideras lloraban para ganarse el pan, es lo primero que uno debe comprender, aunque no faltaba quien consideraba que este oficio era sobre todo un arte. El arte de la actuación, del dejarse arrastrar por la pena ficticia y la pérdida fingida. Estas mujeres acudían a los rituales funerarios para mostrar y contagiar su dolor, que nacía de una extraordinaria capacidad de interpretación y del deseo de llenar los bolsillos. Las plañideras lloraban y lloraban y recogían sus lágrimas en lacrimatorios que más tarde descansarían junto al difunto. En la antigüedad, este llanto, así estaba considerado, era necesario para llevar a cabo el tránsito de la vida a la muerte, para purificar el alma del fallecido y conducirla a la plenitud.

Con el paso de los siglos, el llanto de las plañideras se fue llenando de significados. Su presencia en los enterramientos empezó a estar también relacionada con la posición social de la persona fallecida. Cuanto más se llorase su muerte, y debe entenderse cuán importante es este detalle, más querida había sido esta persona en vida. ¡Cuántas lágrimas se han derramado buscando este reconocimiento público! Comprended ahora que este deseo de renombre en las despedidas no ha desaparecido, que no ha hecho otra cosa que evolucionar hasta encontrar expresiones adecuadas a la nueva era.

Antaño se lograba con el llanto, no digamos ya si se añadía algún elemento más. Y es que en las particulares obras teatrales de las plañideras no había límites: algunas sólo recurrían a los clamores al cielo, pero otras llegaban a desgarrarse las ropas, ¡incluso a las autolesiones! Era el arte del lamento en manos de profesionales. Mujeres expertas que, en muchas ocasiones, acudían con sus hijas a estos rituales, para enseñarles así la profesión que terminarían por heredar.

Sepulcro de Blanca de Navarra en el monasterio de Santa María la Real

Lo curioso de este oficio, que hoy quizá se observe con dudas, es que puede rastrearse en el tiempo con mucha facilidad. Las plañideras ya se mencionan en la Epopeya de Gilgamesh, que está considerada la narración más antigua de todos los tiempos. Y no solo las crónicas y la literatura recogieron su relevancia: vasos, pinturas, esculturas y todo tipo de huellas arqueológicas han venido demostrando la abundancia de plañideras en todos los rincones del planeta. En la misma geografía española todavía hoy se las puede reconocer llorando las muertes de la reina Blanca I de Navarra o de Doña Urraca Díaz de Haro, esculpidas como están en el sepulcro de ambas. Cientos de familias han respirado tranquilas al abrigo de sus llantos, creyendo que estas lágrimas servirían de reposo eterno a quienes tenían que decir adiós.

El momento en que la Iglesia dijo basta

Pero las plañideras toparon con dificultades desde tiempos medievales, cuando las autoridades eclesiásticas y civiles trataron por todos los medios de prohibir su existencia. Denostaron su profesión y buscaron eliminar su presencia de ese último momento de despedida. Sus constantes gritos y sollozos, decían los párrocos, impedían que el entierro se desarrollase con normalidad.

Quizá molestase su ímpetu, sus lamentaciones viscerales. O acaso es que la Iglesia vio en este dolor un dolor compartido pero vociferado en exclusividad por estas mujeres, una amenaza para esa creencia que versaba sobre la vida eterna y la resurrección. En cualquier caso, y aunque las plañideras resistieron al principio, llegó un momento en que la Iglesia dijo basta. Entonces llegó lo esperado: la amenaza de excomunión para aquellas mujeres que se ofreciesen a llorar por dinero. Así, las plañideras, desde el siglo XVIII y poco a poco, fueron perdiendo presencia hasta su desaparición de la sociedad visible. Otro oficio que murió con los tiempos.

Las últimas plañideras

Plañideras, obra de Pepe Antonio Márquez

Su estela, sin embargo, permanece en las sociedades modernas. En las mujeres que, vestimenta negra y mantilla y peineta mediante, acompañan los pasos de la Semana Santa. O en el tradicional entierro de la Sardina, donde estas figuras cobran un cierto protagonismo, aunque se trate de un protagonismo diferente al que un día tuvieron. También en la escultura que, desde hace casi veinte años, descansa junto a la iglesia de Santa María de Luanco, en Asturias. En esta obra de Pepe Antonio Márquez se rinde homenaje a una parte del pasado que no debe olvidarse, aunque ya no tenga espacio en el presente.

Dicen que todavía hay quien sigue recurriendo a su arte para despedir a los suyos. Cada cual tiene su manera de enfrentar el duelo, así que quién sabe en cuántos rincones españoles siguen buscando estos lamentos. Del mismo modo que hay quien prefiere que sea un componedor de huesos aquel que alivie sus dolores, recurriendo a lo que se ha mamado en la cultura familiar desde siempre. Pero esa, amigos, es otra historia así que os la cuento otro día.