Las Maravillas de Hispania, diario de viaje I

El otro día andaba trastabillando entre los pergaminos de la biblioteca, cuando encontré un poema que me llamó la atención. Estaba firmado por un tal Antípatro de Sidón. Decía así: “He posado mis ojos sobre la muralla de la dulce Babilonia, que es una calzada para carruajes, y la estatua de Zeus junto al Alfeo, y los jardines colgantes, y el Coloso del Sol, y la enorme obra de las altas Pirámides, y la vasta tumba de Mausolo; pero cuando vi la casa de Artemisa, allí encaramada en las nubes, esos otros mármoles perdieron su brillo”.

Me pregunté entonces qué edificaciones de la tierra de Hispania merecerían estar en tal poema y cuál sería la que robara el brillo a las otras. Sin duda, el primero que se me vino a la mente fue el bello teatro de mi amada ciudad: Augusta Emerita (Mérida). También pensé en la centenaria Tarraco (Tarragona) con su esplendoroso anfiteatro. Nunca he podido visitarlo, pero en este viaje espero hacerlo pronto. He aquí el designio de estas líneas y los motivos que me llevaron a emprender un largo viaje días ha: la búsqueda de las maravillas de Hispania.

Mapa Hispania

El teatro de Augusta Emerita, sueño de la infancia

Largo tiempo he pasado bajo las órdenes de Claudio Sulpicio, un amo bueno, pero al fin y al cabo, amo. Durante todos estos años no he pensado en otra cosa que en viajar y conocer los sitios de los que él y su esposa, Valeria, me hablaban. Pero, como decía antes, hay una cosa que tengo clara: el teatro de Augusta Emerita debe de estar en esta lista.

La primera vez que entré tenía XI años. Sulpicio me llevó porque quería que no fuera un esclavo inculto y nunca le ha gustado demasiado el entretenimiento favorito de las gentes: las carreras de carros, las luchas de gladiadores o las peleas de animales. Para él, el enorme coliseo que se sitúa justo al lado del teatro es tan solo una sombra de este (lo que me ha llevado a pensar que debe tener algo de la sangre de los Escipiones, tan amantes de este arte tomado de los griegos). Recuerdo que me moría de ganas de internarme en cualquiera de los edificios desde que era pequeño. Incluso puede que desde la primera vez que pisara el que es hoy mi hogar.

Ruinas del teatro de Mérida

Nos sentamos en la parte de atrás de las gradas, junto al resto del populacho. Y allí, mientras esperábamos a que la clásica obra romana de Asinara empezara, mientras observaba las columnas habitadas por decenas de estatuas allá en el frons scaenae, Sulpicio me explicó cómo se había construido aquel teatro con capacidad para VM (6.000) espectadores. Un teatro muy grande, mucho más grande de lo normal.

Fue entre el Año del consulado de Ahenobarbus y Scipio y el Año del consulado de Druso y Piso. Lo erigió el general y político Marco Vipsanio Agripa bajo las órdenes del emperador Augusto, ya que es tradición que las ciudades romanas de importancia cuenten con un teatro. Justo al fondo, en el vano central, se asienta la estatua de Ceres, diosa de la agricultura, las cosechas y la fecundidad. En estos tiempos en los que se discute la existencia de una nueva religión, Ceres aún nos recuerda de dónde venimos. Yo vengo de Augusta Emerita, ciudad de maravillas.

La muralla de Lucus Augusti, una extraña disposición

Pero antes de que mis palabras se extiendan más de lo debido, hoy debo referirme a las murallas de Lucus Augusti (Lugo), donde me encuentro. Para llegar a esta ciudad, primero he tenido que sortear un recorrido de varios días a lo largo de la Vía de la Plata, pasando por la ciudad de Asturica Augusta (Astorga) para, finalmente, encarar el camino hacia la capital de Gallaecia. Después de pasar por algunos puestos fronterizos y algunas granjas, una muralla, una de las últimas en construirse en toda Hispania, me daba al fin la bienvenida. Su tamaño, de MMCXVII metros de longitud, con LXXXV torres y X puertas, me sorprendió nada más divisarla a lo lejos.

murallas de Lugo

De camino no paré de escuchar el rumor de que la fortificación se había construido con el propósito de proteger el Bosque Sagrado de Augusto. Sin embargo, nadie aquí es capaz de decirme dónde se encuentra dicho lugar, así que parece más factible la hipótesis de que se hiciera con el fin de enfrentar las incursiones de los pueblos enemigos que acechan los territorios de la Roma hispánica. Una versión que me cuadra mucho más con el pragmatismo que ha caracterizado siempre a nuestro imperio.

De todas formas, la disposición de la muralla es extraña. Construida bajo las directrices del gran arquitecto Vitruvio, ha dejado fuera a barrios enteros como el de Recatelo, mientras que algunas tierras de labor se han incluido en la ecuación. Así, dando un paseo por las calles de Lucus Augusti, uno se da cuenta de que la grandeza de Roma, aún después de tanto tiempo, sigue viva.

El acueducto de Segontina y el fracaso del demonio

Han pasado varios días desde que escribiera mi última página. Aún me causa confusión el nuevo calendario que impuso hace unos años el emperador Constantino, según el cual las semanas son de siete días. Según este, creo que han sido dos semanas, XIV días, los que han transcurrido. El caso es que ahora me encuentro en Segontina (Segovia). No hablo de una de las ciudades más importantes de Hispania y ,quizás, si en algún momento alguien leyera los apuntes de este viajero loco se preguntaría por qué elegir algo tan común como un acueducto. Porque mi siguiente maravilla es esta: el acueducto de Segontina.

Sobre todo lo elijo por la magnitud de la construcción, que se yergue imponente sobre las afueras de los muros de Segontina, visible desde la distancia ante la desnudez de sus inmediaciones. Son XV kilómetros los que el agua corre, venida desde la sierra cercana. Pero donde el acueducto alcanza la esplendidez es en su parte más visible, llegando a los  XXX metros de altura. No recuerda el pueblo, sin embargo, el momento exacto en el que se erigió esta construcción que abastece de agua al resto de la ciudad. Si durante los años finales del reinado de Trajano o principios del del emperador Adriano.

En su punto más alto, el acueducto de Segovia alcanza casi 30 metros

Al contemplar los arcos de su parte más alta, me di cuenta de una cosa: justo en el medio falta una piedra. Pareciera como si aquel hueco hubiera sido diseñado para incluir alguna imagen divina. Pero no hay nada. Intrigado por este hecho, pregunté a uno de los aldeanos que paseaban por la zona y éste me contó, alentado por la permisividad con la que Constantino trata a los cristianos, una historia sobre su religión: que no se sabía el año concreto de la construcción del acueducto porque fue el tal diablo, ese enemigo de su dios, el que lo edificó.

Lo hizo tras hacer un trato con una niña que estaba cansada de recorrer todos los días aquellos cinco kilómetros para conseguir agua. El diablo le propuso un pacto: si conseguía terminar el acueducto antes de que cantara el gallo, le tendría que dar su alma. El diablo casi lo consigue, pero el gallo cantó cuando le quedaba por poner una sola piedra. De ahí, el hueco. Al fin y al cabo, una mera invención de estos descreídos…

El viaje continúa

Hasta aquí debe continuar el relato por ahora, pues estoy cansado y necesito recuperar fuerzas para iniciar un nuevo viaje. Mañana marcharé a la ciudad de Corduba, donde hace poco terminaron la construcción del Palacio Imperial de Maximiano Hercúleo. ¿Será esta la próxima maravilla que incluir en la lista? Solo los designios de mi viaje lo dirán. Pero, una cosa es clara: la epopeya concluirá en Tarraco.