Las maravillas de la España moderna I

Acabo de volver de una de las reuniones de mi querida Junta de Damas de Honor y Mérito. Desde el principio, quise llevar a colación un asunto con el que topé el otro día, pero la toma de la Bastilla en Francia es el tema que ha ocupado gran parte de la tarde. María Josefa, condesa-duquesa de Benavente, presidenta de la junta y amiga íntima desde hace ya unos años, nos ha comunicado que el rey Luis XVI ha tenido que huir a París.

Todas estas noticias las hemos sabido solo por boca de ella, pues parece que desde la corte real no quieren que las gentes se enteren de lo que está aconteciendo en Francia. Veremos qué nos depara este acto de censura y las repercusiones que tendrán los terribles acontecimientos del país vecino sobre el nuestro. Por fortuna, tras largas horas de emocionantes debates y tés sin descanso, pude contar lo que yo traía en mente.

¿Un legado familiar?

Resulta que la pasada semana estuve indagando entre las pertenencias de mi recién difunto padre. En la tarea, me topé con muchos recuerdos de su antigua estancia en Cuba. Pero lo que más me llamó la atención fueron las páginas de un sencillo diario que ya está muy desgastado por el tiempo, con las páginas amarillentas y quebradizas y la tinta algo difusa. El nombre que lo firmaba ya ni siquiera puede leerse. Sin embargo, sí fui capaz de leer el relato.

María Josefa Pimentel

Por lo que se ve el diario perteneció a un inquisidor que partió a las Américas a finales del siglo XV o principios del XVI, cuando apenas se sabía nada de aquellas tierras. A lo largo del cuaderno, el inquisidor, quizás un antiguo antepasado de la familia, hablaba de las siete maravillas de la España de su tiempo, mientras que hacía referencia a un liberto romano que al parecer había hecho lo mismo antes que él.

Comenté todo esto con las damas de la junta y estuvimos debatiendo: ¿Cómo podía estar en la lista la muralla de Ávila y no la espléndida catedral de Burgos? ¿Cómo era posible que estuviera la, sin duda, preciosa basílica de San Isidoro de León y no el bellísimo Alcázar de Sevilla? Luego, pasamos a otra pregunta: ¿Qué siete maravillas seleccionaríamos nosotras entre la toma de Granada, cuando más o menos vivió el tal inquisidor, y el día de hoy? Después de mucho dilucidar, y no sin discutir, conseguimos elegirlas. Ahora me hallo aquí, frente al papel en blanco, con la tarea de dejar por escrito las siete maravillas de este tiempo de luces y sombras.

El Retiro, un paseo por la niñez

A pesar de ser mujeres de opiniones diversas, la primera maravilla fue para nosotras la más evidente, la más fácil de seleccionar: los Jardines del Buen Retiro. Las razones son sencillas. En primer lugar, pensamos que faltaba una maravilla de estas características en la lista anterior. Es decir, faltaba algún tipo de jardín, tipología de monumento que sin embargo sí había en la lista que hicieron los griegos sobre las maravillas del mundo antiguo, en la que se incluían los Jardines de Babilonia.

Luego, además, pensamos que un lugar como este coincide a la perfección con los valores de los tiempos que nos ha tocado vivir, pues además de mostrar la perfecta unión que surge de aplicar la razón a la naturaleza, los Jardines del Buen Retiro hace apenas unas décadas eran todavía un territorio privado, exclusivo de la realeza. Pero Carlos III hizo posible que también el pueblo llano tuviera la oportunidad de pasear por ellos, dándoles la oportunidad de transitar por instancias antaño reales. Este gesto, en mi humilde opinión, coincide con los valores de educar e ilustrar a los ciudadanos.

Palacio y Jardines del Buen Retiro

Recuerdo la primera vez que entré. Tendría alrededor de unos ocho años. Mi padre tuvo que quitarse el sombrero, norma que aún hoy se mantiene en pie para los caballeros. Fue extraño verle en la calle sin su sombrero negro de tricornio. Una vez dentro, fuimos derechos al Estanque Grande, donde alquilamos una barca y paseamos por la ría al amparo de cientos de árboles dispuestos en hilera. Mi padre me habló entonces de la ciudad de La Habana. De cómo echaba de menos estar cerca del mar o de la incesante música que había en sus calles.

Después, al atardecer, pudimos caminar por el resto de los jardines, siempre con el Palacio del Buen Retiro vigilando nuestros andares. Un palacio que, por cierto, cada día luce con menos galantería los ropajes del tiempo. Recuerdo pasear por los afrancesados jardines del Parterre como si de Versalles se tratara. Recuerdo, también, lo que me impresionó el Real Coliseo, en aquellos momentos vacío de artistas y público. Pero, sobre todo, de aquel día recuerdo cómo disfruté en la Casa de Fieras y la impresión que me causó la avestruz, pues nunca se me había ocurrido que un pájaro de tales dimensiones pudiera existir. Hay que ver con qué cosas se quedan los niños…

El Escorial, octava maravilla del mundo

Por supuesto, otro monumento que no hemos dudado ni un segundo en añadir a esta enumeración es el del Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, considerado Octava Maravilla del Mundo. El tamaño del edificio, uno de los más grandes de Europa, la calidad de sus cuadros y frescos o los valores de los que hace gala son los principales motivos por los que El Escorial ocupa tan alta posición.

Fue gracias al lóbrego rey Felipe II que hoy podemos disfrutar de una maravilla como esta. Aunque el arquitecto Juan Bautista de Toledo, ayudante del mismísimo Miguel Ángel, fue el que inició la obra, fue el célebre Juan de Herrera el que la consolidó a su muerte. El edificio es de unas dimensiones sobrecogedoras, tanto que cualquier hombre o mujer, aún siendo los mismísimos Reyes, se preguntarán cómo no se habían dado cuenta antes de lo insignificantes que somos los seres humanos.

Biblioteca El Escorial

La condesa-duquesa de Benavente señaló durante nuestra charla que, si por ella fuera, seleccionaría la biblioteca del conjunto como una maravilla en sí misma. Porque, a pesar de la sobriedad del edificio, el cielo mismo se reúne en una sala que aúna arte, literatura, religión y realeza, una especie de conjunción de lo que representa todo El Escorial. Carlos III permitió además hace unos años que los intelectuales pudieran acceder a los catálogos del fondo de la biblioteca, liberando así grandes cantidades de conocimiento, pues no olvidemos que esta biblioteca intentó reunir antaño al menos un ejemplar de cada obra publicada en España.

En mi caso, si tuviera que designar una sola de las salas de esta maravilla, sería la Sala de las Batallas la elegida. Como caminar por la historia es este paseo a través de las pinturas de grandes batallas de España, un camino que le hace a una darse cuenta del valor de su nación, de la importancia de conocer su pasado. Uno que además resulta mucho más glorioso que el presente marcado por la incertidumbre que nos ha tocado vivir. Tanto hemos hablado de El Escorial que, espero, podamos las damas de la Junta acudir a verlo pronto en mútua compañía.

La Universidad de Salamanca, el alma máter de las universidades

En medio de la discusión, la doctora María Isidra de Guzmán hizo un apunte muy certero: ¿Qué mejor para representar un periodo como este que una universidad? Y ella misma, que es doctora de la Universidad de Alcalá, hizo alusión a su principal competidora: la Universidad de Salamanca. Es cierto que esta institución se fundó hace mucho tiempo, nada menos que en el siglo XIII, siendo la universidad más antigua de España. Sin embargo, los edificios que la dan su aspecto actual se fueron construyendo del siglo XV en adelante.

La Universidad de Salamanca ha sido referencia de muchas otras en las Indias, pues se establecieron oficialmente a través de su carta fundacional. Por ello, se dice que de las universidades creadas entre los siglos XVI y XVII, la de Salamanca es el alma máter. Aunque en el siglo pasado la universidad cayera en un segundo plano debido al abandono de las humanidades en sus aulas o a la no admisión de aquellos que no fueran nobles, en la actualidad, por suerte, vuelve a ser un foco de conocimiento europeo.

Universidad de Salamanca

A las damas de esta Junta nos emociona también pensar que aquí estudiaron las primeras mujeres de la historia de España e, incluso, del mundo. Fueron Beatriz Galindo y Luisa de Medrano, alumnas de la institución entre finales del siglo XV y principios del XVI. Cuando yo fui a verla, apenas cuando era un chiquilla con demasiados pájaros en la cabeza, quedé impresionada por esta anécdota que me contó mi padre, pues creía que las mujeres no tenían otra misión en la vida que la de engendrar vástagos.

Y, si hablamos de impresiones, también lo fue ver el interior de las instalaciones, donde abogados, burócratas o intelectuales se abrían a un nuevo mundo de conocimientos que marcarían el devenir de nuestra nación. Pasear por el Patio de Escuelas, internarse en las estancias de las Escuelas Menores, el olor de los libros de la biblioteca y contemplar la obra de El cielo de Salamanca me hizo sentir por primera vez en la vida el valor del saber.