Monte Perdido, tan grande como el egoísmo de un pastor

Casi en la frontera con el país vecino, cerquita de donde el caballero Roldán partió la montaña en dos, destaca este impresionante macizo llamado Monte Perdido. Con sus 3.355 metros, es el más alto de Europa. Por sus condiciones y también por su belleza, es uno de los rincones de la cordillera de los Pirineos en los que han surgido leyendas a tutiplén. Pero, ya se dijo, hay que comenzar por el principio: la misma formación. Olvidando los fenómenos geológicos, se rescata una leyenda con moraleja: sé amable, que nunca se sabe.

Antes todo esto era campo

El macizo de Monte Perdido parece surgir de la nada

Érase una vez un prado verde. El macizo de Monte Perdido espera ahora al visitante al final de un precioso valle, pero antes todo eso era campo. No había montaña que valiese. Los pastores de las poblaciones vecinas no querían siquiera oír hablar de fenómenos geológicos, porque estaban muy contentos con esos campos de grandes dimensiones en los que cuidar de su ganado.

Contento, pero no mucho, estaba el pastor protagonista de esta historia. Un hombre, según cuenta la leyenda, solitario y arisco, que no quería cuentas con ningún otro ser humano. Le importaban sus ovejas y las figuras de madera que tallaba él mismo. En esas estaba, tallando tranquilo en la orilla de un río, descansando, cuando se presentó ante él un desconocido.

La maldición de un santo

La vista de Monte Perdido, incluso en la distancia, impresiona

No puede saberse si hacía un buen día, pero es una licencia que hay que tomar para que sirva como contraste de lo que vino después. Así que: hacía un buen día. El pastor tallaba tranquilo y el desconocido invadió su campo visual. Pidió, con amabilidad, comida. El pastor le dirigió una mirada que seguramente gritaba “vete de aquí”. Vio que iba descalzo, mal vestido y sucio, pero a pesar de su mal aspecto no se apiadó de él. Le dijo, efectivamente, vete de aquí. No invadas mi soledad que tanto me gusta.

El mendigo, sin embargo, insistió. Tenía hambre, quería comer, al buen pastor no le costaba nada mostrarse amable y comprensivo con él. Ayudarle, aunque fuera un poco. Pero el pastor, cansado además de su insistencia, decidió que había tenido bastante y que no quería seguir con la conversación, así que miró para otro lado y continuó tallando. Error. Porque entonces el mendigo se descubrió como un ser con capacidad de cambiar el destino de un hombre. De hecho, según parece, se trataba del mismísimo San Antonio, que pasaba por allí.

San Antonio, enfadado con el pastor que no había tenido a bien atender sus necesidades, le lanzó una maldición que, como le sucedió también al gigante Netú, fue definitiva. Sus palabras, más o menos: “te perderás por avaricioso y allí donde te pierdas saldrá un gran monte, un monte inmenso, tan grande como tu falta de caridad”. Y con las mismas desapareció.

Luz, fuego, destrucción

La leyenda de Monte Perdido habla de su formación como consecuencia de una venganza

La luz, en realidad, se fue, y el fuego nunca llegó, pero es otra licencia que hay que tomarse para llegar al final, a lo que importa: destrucción. La luz de ese día soleado en el que hacía buen tiempo desapareció, pues una intensa niebla cubrió la orilla del río en el que se encontraba sentado el pastor. Pronto lo cubrió todo. El pastor se levantó para buscar a sus ovejas, asustado, pero era incapaz de ver nada. Pronto se desató una tormenta terrible, cuyos rayos bien podrían haber provocado fuego. Quizá así fue. Lo que sí se sabe, a leyenda cierta, es que esos prados verdes quedaron completamente destruidos. Arrasados. Apocalipsis. En su lugar, de pronto, apareció un monte inmenso, tan grande como la avaricia del pastor.

Este monte surgió a partir de la avaricia del pastor, un hombre que, según San Antonio, estaba perdido. De ahí su nombre: Monte Perdido. No parece que terminase por encontrarse porque, en fin, quedó convertido en montaña y nada más.

Otra buena explicación: la naturaleza reacciona

Monte Perdido es uno de los macizos más impresionantes de todo el continente

Como esta cordillera es un lugar en el que las leyendas se reproducen, en el mismo Monte Perdido existe otra que explica su origen y que tiene que ver con un hombre llamado Atland. Atland era, como este pastor anónimo, un hombre solitario de fuerza desmedida, que tenía aterrorizados a los habitantes de la zona. Esta descripción puede sonar, claro, porque no es la primera vez que se ofrece. También el dragón de Oroel los tenía aterrorizados, o el citado Netú. Atland, en cualquier caso, era solo un hombre.

Un hombre que había construido un castillo con cuatro torres de inmenso tamaño custodiadas por bestias talladas en piedra. Otro artista, como el pastor. Sus vecinos lo miraban con recelo porque creían que estas bestias se alzarían un día ante la llamada de su dueño que, según ha trascendido, no quería otra cosa que vivir en paz y en soledad.

Pero el miedo es un vehículo poderoso y el ser humano nunca ha sabido bien cómo gestionarlo, así que terminó pasando lo que suele pasar en estas historias: alguien fue en busca de Atland y lo mató. Entonces la naturaleza, que es muy sabia, reaccionó en base a este suceso y desató una tormenta enorme que respondía a este injusto asesinato. Un rayo acabó con el asesino de Atland y el mismo rayo hizo que los montes se abrieran en dos, quedando solo en el centro, de pie, una gran mole que asemejaba la figura de este hombre. Esta mole, claro, es Monte Perdido.

Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado. A partir de este punto se acaban las figuras legendarias y la magia: a partir de aquí, toca buscar tesoros que, como el pastor, se creen perdidos.