Patxi el Herrero, el conquistador del infierno

Era un bosque más frondoso de lo que habían imaginado cuando se adentraron en él. El cielo se había cubierto de nubes y las hojas caídas de los árboles crujían bajo sus pies, que dictaban un camino improvisado, con el instito de quien se encuentra en compañía de la naturaleza como única guía. Ese bosque era una de sus últimas paradas en la bella provincia de Álava, con su blanca capital y sus pequeños pueblos que, como sucede en ocasiones, parecen haber quedado atrapados en otra época. Una época más difícil, pero también más sencilla.

El cielo se había cubierto de nubes que anunciaban tormenta y las hojas que escuchaban crujir bajo sus pies no eran sino otra prueba del silencio que reinaba en ese bosque. Pero a lo lejos divisaron una pequeña construcción aparecida de la nada, y en el momento en que sus ojos repararon en esa presencia el silencio se rompió. Porque entonces lo escucharon con claridad: un martilleo. Se acercaron, poco a poco, curiosos y extrañados, con las primeras gotas de la tarde cayendo sobre ellos, meciendo sus pasos. El martilleo se volvió más claro, más nítido, más intenso. Una sombra se formó tras una de las ventanas de la cabaña. Un hombre. Era un hombre trabajando sobre una pieza de hierro. Pausadamente, pero con ahínco. Como si fuera consciente de cuál es su trabajo y no le importase invertir toda la eternidad en ello.

El herrero que dominó a los demonios

Viejo granero en la provincia de Álava
Viejo granero en la provincia de Álava | Shutterstock

El hechizo cayó entonces sobre esa cabaña asentada en el corazón de un bosque de Álava. Ya no vieron únicamente a un hombre solitario trabajando: vieron la leyenda al completo. Vieron en ese hombre al protagonista de una de las historias más populares del folclore vasco, del que tanto habían disfrutado en las últimas semanas. Vieron a Patxi el Herrero, casi pudieron asistir a una presentación de la que había sido su vida, una vida de ingenio y artimañas.

Recordaron que así empezaba la leyenda: con el herrero descubierto en su pequeña cabaña del bosque. Patxi trabajaba en sus creaciones, al margen de una sociedad fervientemente religiosa con la que no podía comulgar. Trabajaba y trabajaba, sin prestar demasiada atención a las normas que debía seguir y los pecados que no debía cometer. Entonces un demonio acudió en su búsqueda: tenía la tarea de llevarlo con él al infierno, por pecador. Pero Patxi, que era el más astuto de entre todos los hombres de la zona, engañó al demonio usando sus métodos de trabajo y consiguió retenerlo hasta un total de siete años, en los que siguió viviendo según su propia visión del mundo.

En los años siguientes, Patxi fue visitado hasta un total de tres veces por tres demonios diferentes, pero ninguno de ellos fue más inteligente que el herrero. Todos iban advertidos por el mismísimo Satanás de sus trucos anteriores, pero no estaban preparados para los nuevos engaños disfrazados de amabilidad. “Querido demonio”, quizá les decía, “estaré encantado de marcharme contigo, pero, antes, ¿por qué no almorzamos tranquilamente? Estarás cansado”. Y así los embaucaba. Así los engañó hasta un total de tres veces, prometiendo comida y descanso.

Parque Natural de Gorbeia
Parque Natural de Gorbeia | Shutterstock

Los jóvenes del lugar visitaban a esos demonios encerrados, se burlaban de ellos y los humillaban. Y en esos más de veinte años Patxi nunca se mostró benevolente con ellos. Cuentan que solo la muerte pudo, al final, vencerlo. Se lo llevó con él, y su destino no podía ser otro que el infierno tras una vida ignorando la fe cristiana. Pero Patxi, que sabía del poder que tenía en el hogar de Satanás tras las muchas historias que se habían contado sobre él, consiguió engañar a todos los demonios que se cruzaron en su descenso, hasta que finalmente no tuvieron más remedio que ascenderlo al cielo. Fue allí donde una anciana, vecina del herrero, conocedora de su vida malévola, aislada y amenazante, habló con buenas palabras, y con temor, del hombre que había conquistado el infierno, y que se dispuso, al final, a ingresar en el cielo.

Una vida eterna

O eso es lo que cuentan. Hay quien cree que Patxi sigue deambulando por los bosques de Álava, dispuesto a enfrentarse a todo aquel que no respete esa visión tan particular del mundo que le llevó a no inclinarse nunca ante nadie. Ni ante sus vecinos, ni ante los demonios, ni tampoco, quizá, ante la muerte.

Esos forasteros curiosos se preguntaron, frente a esa cabaña, si ese hombre que veían no sería el herrero inmortal y si aquel día no formaría parte de otros de esos siete años en la vida de Patxi. Si no tendría a un demonio secuestrado, encerrado, haciéndolo sufrir, y si no estaría pensando, en esos momentos, en tentarlos con algún pecado todavía condenado. Pero dieron la espalda a la cabaña y continuaron su camino, todavía con el hechizo sobre ellos, dejando así que el herrero siguiera con su trabajo y con su vida tanto tiempo como quisiera hacerlo.