La Guaja, la decrépita vampiresa de Cantabria

Amanece. El sol se comienza a reflejar en las piedras de las históricas calles de Santillana del Mar. El rocío humedece las flores que asoman en los balcones. Huele a campo. Huele a Cantabria. Un niño se levanta de su cama en la fría y bonita mañana. Pero es incapaz de apreciar los olores, los colores o el clima. Él solo siente cansancio. Un cansancio que se aprieta sobre su cuerpo como una serpiente a una presa. Se mira al espejo: está blanco como el mármol y sus ojeras, azules, se marcan con fuerza sobre sus facciones. En su cuello reluce una pequeña herida. La Guaja ha estado aquí esta noche. Esta es la historia de la segunda de abordo de la plantilla Asusta Niños S.A.

Oficio: jubilada autosuficiente

La Guaja o Guajona es un monstruo mitológico de tradición oral de Cantabria. A diferencia del Coco, esta criatura sí tiene un aspecto bien definido. Hablamos de una anciana, baja y pequeña, cuyo cuerpo se ve cubierto por una capa negra con capucha que oculta parte de su figura. Lo que sí pueden verse son sus patas, de ave. Sus manos asoman de entre sus ropajes, sarmentosas y ennegrecidas. También su cara se distingue sin dificultad. Se trata de un rostro siniestro y decrépito, de ojos pequeños, nariz aguileña y color amarillento. ¿Podríamos estar hablando del aspecto que inspiró a la bruja de Blancanieves? Desde luego.

Aunque su característica más sobresaliente es, sin duda, su único diente, tan largo que llega hasta su barbilla, como si se tratara de un puñal que sobresaliera de sus finos y descoloridos labios. Híbrida entre un diente de sable y una bruja de cuento, a la Guaja solo se la ve de noche. Es entonces cuando, aprovechando la oscuridad, se funde con las sombras para clavar su afilado diente en los cuellos de niños y jóvenes a los que les sorbe la sangre, como si de una vampira se tratara.

La Guaja
La Guaja | Paula Garvi

¿Su oficio? Nadie sabe lo que hace esta tenebrosa anciana por el día. Muchos dicen que se oculta en algún lugar bajo la tierra. Probablemente lleve jubilada ya mucho tiempo y, como ya se sabe que la pensión de una anciana no da para mucho, la Guajona se constituye como mujer independiente. Ella se lo guisa, ella se lo come.

Lugar de nacimiento: una mujer griega devora niños

A los monstruos, como ya demostró nuestro querido invitado Coco en el primer episodio de Leyendas: los Asusta Niños, les gusta dejar siempre algo a la imaginación. Se hacen los misteriosos. La Guajona no llega a los estrafalarios niveles enigmáticos del Coco, pero también deja más dudas que respuestas. En este sentido, se sabe que es un mito de tradición oral cántabro, como ya se ha indicado antes, pero no se sabe cuándo aparece su nombre por primera vez en esta tierra. Lo que sí se sabe es que también se la llama Lamia, un ser mitológico de origen griego, de la que conocemos algo más.

La Lamia puede pronunciarse así, en singular, o puede ir en plural. Sea como fuere, el nacimiento de la leyenda está en la historia de Lamia, un mito para el que hay que remontarse a los tiempos en los que los dioses del Olimpo gobernaban el mundo. Esta criatura antes de ser monstruo fue mujer, una de extraordinaria belleza. Así que, cómo no, Zeus, que violó y “se enamoró” de muchas a lo largo de su vida inmortal, tuvo que fijarse en ella. De esta forma, Lamia se convirtió en amante del dios de dioses.

Pintura Lamia y el soldado
Pintura Lamia y el soldado de John William Waterhouse | Wikimedia

Cuando Hera, esposa de Zeus, se enteró de la infidelidad de su marido se enfureció tanto con Lamia que decidió castigarla. A Zeus, que se la pegaba una y otra vez con otras no, porque para qué. Aquí las versiones difieren. Unas apuntan que Hera secuestró a los hijos de la mujer, otras que los mató, otras que obligó a Lamia a matarlos ella misma... En lo que todas coinciden es en que Lamia terminó por perder la cordura y acabó dedicando el resto de su vida a comerse a los hijos de otras.

Hera también aprovechó para atacar el siempre considerado óptimo bien de una mujer: su belleza. Así, la convirtió en una criatura cuyos pechos y cabeza permanecerían inmutables, mientras que su mitad inferior sería el de una serpiente. Algunas narraciones indican que, una vez comenzó a devorar niños, el rostro de Lamia empezó a degradarse. Primeras dos coincidencias con la Guajona: cuerpo de animal, cara demacrada.

Esta leyenda sobrevivió al tiempo y se convirtió en una historia recurrente que los progenitores griegos contaban a sus hijos para que se portaran bien. Así, la función pedagógica de los asusta niños entra de nuevo en juego para explicar la perdurabilidad de algunos mitos. Las narraciones posteriores mencionan múltiples lamias, refiriéndose a monstruos folclóricos similares a los vampiros, cuyas preferencias alimenticias estaban en los niños y los jóvenes, coincidiendo con los gustos de la Guaja. Ya van tres coincidencias.

Poder: la vieja invisible

Podría decirse que, ya que comerse a gente no lo consideramos realmente una habilidad, el poder de las Guajas es su invisibilidad. Con su negra capa, esta anciana aprovecha la oscuridad de la noche para fundirse con ella y se cuela en las habitaciones de los niños. Nadie la ve. Nadie la oye. Cuando la presa despierta, no tiene ni idea de que una vampiresa ha dedicado las horas predecesoras para alimentarse de ella. Si hablamos de las lamias, a estas criaturas sí se les atribuían más poderes. La seducción (que en la Guaja queda totalmente descartada), la brujería o el cambio de forma son los más recurrentes.

Las otras Guajas

Escultura de una lamia vasca
Escultura de una lamia vasca en Guipúzcoa | Wikimedia

Como ya se ha dicho, la Guaja parece ser que tiene su origen en la Lamia. Pero es que, en la tradición vasca, también hay lamias, en plural, con características totalmente distintas a las de la tradición griega, pero que provienen de esta. En este caso, hablamos de seres más bien benignos. El único rasgo que esta criatura guarda en común con la Guaja es el de las piernas de ave, aunque en zonas de costa se las atribuye una cola de sirena. Las lamias vascas son mujeres que emplean su tiempo en peinar sus cabellos con peines de oro, su más preciada posesión. Viven frente a masas de agua, ya sean ríos, manantiales o estanques, o en cuevas. A veces coaccionan a los humanos para que les ayuden. Otras, son amables. Sin embargo, la única forma de enfurecerlas es quitándolas su querido peine.

A las lamias vascas se las relaciona, asimismo, con las xanas asturianas y leonesas. En este caso hablamos de distintos tipos de hadas que generalmente habitan, de nuevo, zonas de agua. Algunas veces, las xanas cambian los bebés humanos por los suyos. En otras ocasiones aparecen junto a fuentes o lugares especiales con la intención de que algún caminante se atreva a desencantarlas. Por supuesto, no podemos olvidarnos de los seres que más similitudes guardan con la Guajona: los vampiros.

La Guaja en la actualidad

Santillana del Mar, Cantabria
Santillana del Mar, Cantabria | Shutterstock

La forma predecesora a la Guaja, la Lamia, ha sobrevivido, sin lugar a dudas, a los vaivenes del tiempo en lo que respecta a Grecia. De hecho, es común la expresión “el niño ha sido estrangulado por la Lamia” cuando algún crío fallece de muerte súbita. Sus supuestos vástagos, los vampiros, también han envejecido con dignidad. Sin embargo, son pocos los que se acuerdan de la Guaja, poco conocida en su tierra y aún menos en el resto de España.

Despunta el alba en las bonitas calles de Santillana del Mar. La Guaja cierra con cuidado la puerta de la casa y se enfunda, aún más, en su capa negra. Está llena. “Aquel niño tenía muy buen sabor”, se dice mientras se relame una gota de sangre que cae de sus labios. Por la mañana, todo el mundo creerá que ese niño tiene anemia. Eso es lo que piensan siempre los adultos, adultos que se han olvidado de ella. “Pobres infelices”, piensa la anciana mientras se aleja a algún lugar bajo aquella verde tierra.