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Un mundo entero en la Ribeira Sacra

Ribeira Sacra

Fue durante el tercer y último día de viaje por la Ribeira Sacra cuando finalmente abracé todo el significado que recoge la palabra enxebre. La comprendí de tal manera que estuve cerca de mimetizarme con el acento cantarín de sus gentes, a las que también entendí mejor. Lo enxebre, en ese lugar sagrado, es algo intrínseco. Está unido a la tierra como sus elementos están unidos entre sí. Como los bosques de castaños están unidos al monasterio de Santa Cristina de Ribas de Sil, como los socalcos están unidos al Miño. Como la lluvia que me recibió el primer día, como el sol que me despidió aquel último. Como la niebla de cada mañana y las estrellas que pueden verse en el cielo cada noche.

Cuesta despedirse de un lugar así, dejarlo ir. Era consciente de ello del mismo modo que en los instantes previos al viaje lo había sido de lo importante que era entender esas siete letras que hablaban de autenticidad. Enxebre. Cuesta despedirse de lo auténtico. Así que respiré cada uno de los últimos momentos que viví en las alturas de la Ribeira Sacra, a la orilla del Sil y en todas las curvas, que también en Ourense son serpes.

La quietud de otras épocas

Si Parada do Sil me había sorprendido con su historia de despedidas y ese monasterio adoptado por la naturaleza, los montes de Nogueira de Ramuín me recibieron privándome de toda visión. Pero me ofrecieron, a cambio, algo que consideré mucho mejor dado el paraje en el que me encontraba. Me dieron la capacidad de imaginarme en otro tiempo, incluso en otro mundo.

Rocas megalíticas de Nogueira de Ramuín
Rocas megalíticas de Nogueira de Ramuín

La niebla de cada madrugada lo envolvía todo y me envolvía a mí, con la promesa de ser capaz de transportarme a otros universos en los que las rocas megalíticas que encontré tenían historias que contar. Narraciones de gigantes, según reza la leyenda de la zona, que rompieron montañas y dejaron caer esas grandes piedras que no obedecen orden alguno. Pertenecen a edades antiguas, muy antiguas, apuntan los estudios realizados. Aquello puede considerarse un parque temático del megalítico. Un paraíso para quienes desean acercarse al pasado.

La naturaleza de la Ribeira Sacra es una naturaleza indómita
La naturaleza de la Ribeira Sacra es una naturaleza indómita

Pero antes de llegar a ello, solo niebla. Niebla en el camino, niebla entre los pinos. La sensación continua de seguir un sendero del que no aprecias el final, en el que puedes perderte con facilidad. El deseo de querer vivir aventuras, de aventurarse un poco más. Y al mismo tiempo el miedo de perturbar una calma que no se siente como un milagro de este tiempo sino como algo, de nuevo, connatural. Eso, me dije mientras acariciaba los colores de las flores que rompían el dominante verde, es muy enxebre. Ese conservar la quietud de otras épocas, ese alejarse del ruido que ni se sospecha allá en Ourense, ciudad en realidad cercana.

Se puede fantasear con otro tiempo, con otro mundo, pero se está allí, en Galicia. En esa vegetación, verde y de otros mil colores, bruta y sin orden, salvaje, indómita. Con su olor a lluvia y un único sonido que rompe el silencio: el de la naturaleza. El de las cascadas que también descubrí esa mañana o el que uno mismo provoca al balancearse en el columpio de Nogueira de Ramuín. O Bambán do Solpor, levantado por los vecinos de la zona para contemplar los atardeceres desde lo alto de la Ribeira Sacra. Las caídas de sol de su infancia, había leído. Los crepúsculos, en realidad, pues eso significa solpor.

O Bamban do Solpor
O Bambán do Solpor

Los amaneceres no se contemplan con tanta facilidad porque, ya lo había aprendido, la Ribeira Sacra amanece con niebla.

Imágenes para el recuerdo

El Monasterio de Santo Estevo de Ribas de Sil aparece de pronto
El monasterio de Santo Estevo de Ribas de Sil aparece de pronto

Con el barro en las suelas y el aroma a monte impregnado en mi ropa invernal aunque fuera pleno verano, dirigí mis pasos hacia el Monasterio de Santo Estevo de Ribas de Sil. Había leído tanto sobre este lugar que temía que mis expectativas fueran muy superiores a lo que iba a encontrar. Pero verlo aparecer de pronto, sobre ese terreno escalonado que conduce al río Sil, al margen derecho de una estrecha carretera a la que apenas puedes prestar atención, fue una de las sensaciones más intensas que experimenté en la Ribeira Sacra. Uno de esos impactos visuales que se queda grabado en la retina, aposentado para siempre en un rincón especial de la memoria.

De pronto, el verde de la vegetación que me había acompañado hasta el lugar dio paso al tono anaranjado que cubre este edificio románico de enorme valor. Resulta difícil tomar conciencia de que sus imponentes muros han soportado tantos siglos de historia. Al mismo tiempo se percibe como algo eterno. Como esas cosas que parecen haber estado ahí siempre, desde el comienzo de los tiempos. Se ha reformado, ha evolucionado y ha terminado convertido en un parador propio del siglo XXI, pero hay en sus cimientos un aroma claro: el de la antigüedad.

Claustro del monasterio, uno de los pocos románicos que quedan en Galicia
Claustro del monasterio, uno de los pocos románicos que quedan en Galicia

Es un lugar ancestral y se siente así. El primer documento que atestigua su construcción es del año 921, pero fue fundado tres siglos atrás, como un eremitorio que reunía una pequeña comunidad de monjes que optaron por esa quietud de otras épocas. La iglesia se levantó a finales del siglo XII y uno de los pocos claustros románicos que todavía perduran en Galicia, el de los Obispos, pertenece al siglo XIII. Fue entre sus columnas de piedra donde pensé que todos los monasterios que había descubierto poseen algo que los diferencia del resto , lo que acrecienta la sensación de estar siempre ante algo único.

Santo Estevo de Ribas de Sil justifica, casi por sí mismo, que la Ribeira Sacra sea uno de los lugares más importantes de Europa cuando se quiere conocer el románico rural. Son dieciocho los monasterios de origen medieval que se concentran en la zona y este es el mayor de todos ellos. Con el que comienza la grandeza de lo sagrado.

Un documento redactado a comienzos del siglo XII ya lo sentía así. “Ryboira sacrata”, puede leerse. Lo sagrado se entiende mejor a medida que se recorre la ribeira. A medida que se conocen sus iglesias, sus templos, los lugares de oración de quienes hace tanto tiempo pidieron por esta tierra y sus habitantes. El hogar de quien se retiró a vivir entre el Miño y el Sil, como esos nueve obispos de la historia que recogen parte del carácter legendario de Galicia.

La leyenda y la cultura de un pueblo

La leyenda de los nueve anillos muestra bien la cultura de la zona
La leyenda de los nueve anillos muestra bien la cultura de la zona

Pensando en esa leyenda volví a tomarle el pulso al tiempo, mientras recorría despacio el exterior de un cementerio donde reposan los restos de quienes habitaron monasterio y pueblo. Jugaba, inconscientemente, con un anillo propio, pensando en los que vistieron los obispos, perdidos y recientemente encontrados.

Fue en el siglo X cuando nueve obispos decidieron abandonar sus privilegios para retirarse a esta tierra aislada. Había leído sobre esta historia muchas veces, porque, al margen de la leyenda, pertenece a la memoria del lugar. Es un hecho que evidencia la importancia que los monasterios de la Ribeira Sacra tuvieron en la Edad Media. Quizá llegaron sin milagros, pero llegaron y se quedaron. Aquí permanecieron hasta su fallecimiento. Entonces fueron enterrados, cada uno con su correspondiente anillo episcopal.

Cuenta la leyenda que tenían un carácter milagroso. Curaban a los enfermos y ofrecían respuestas a quienes las necesitaban, así que eran reclamados y apreciados por el pueblo. Leyendo El bosque de los cuatro vientos, de la gallega María Oruña, el lector se siente fácilmente cercano a este valor que se concedió a tales joyas. Lo había leído antes de partir y lo recuperé prácticamente con cada paso que di en torno a Santo Estevo, pensando que ese valor no está ligado solo a un imaginario asentado en una leyenda. También, quizá sobre todo, forma parte de una cultura conjunta y a la vez propia, como todo lo que existe en la Ribeira Sacra.

Monasterio de Santo Estevo, con el pueblo del mismo nombre, visto desde el mirador de Penedos do Castro
Monasterio de Santo Estevo, con el pueblo del mismo nombre, visto desde el mirador de Penedos do Castro

Por eso también se entiende que cuando la obra se publicó se removiera algo en el interior de los descendientes de esos primeros habitantes de Santo Estevo. Fue entonces cuando los anillos perdidos volvieron a buscarse. Se encontraron cuatro. Leyenda, cultura, realidad.

Me había descubierto extrañamente embrujada por esta historia mucho antes de llegar aquí. Cuando por fin pude recorrer sus estancias, me dejé llevar por la realidad que se respira, hasta casi llegar a creer en su leyenda, hasta estar convencida de su valor cultural. Me acercó, mucho más de lo que podía haber imaginado, a la esencia que perdura en este rincón de la Ribeira Sacra. Cuando lo abandoné, con pesar, la niebla se había marchado y había salido el sol.

Un mundo enteiro

La bandera de Galicia ondea en el mirador de Penedos do Castro
La bandera de Galicia ondea en el mirador de Penedos do Castro

Con esos rayos de sol me desprendí del abrigo y me animé a respirar de nuevo el bosque. Había leído que el mirador de Penedos do Castro era uno de los mejores lugares para contemplar la grandiosidad del monasterio que dejaba atrás en particular y de la Ribeira Sacra en general. Coronado con una bandera de la tierra, me parecía el lugar apropiado para despedirme. Palpitaba en mi interior, mientras ascendía por un sendero que tampoco obedece a órdenes humanas, una sensación plena de estar en consonancia con lo que me rodeaba. Con la naturaleza, los eremitorios que crecieron entre ésta hace siglos, sus pobladores, su carácter, sus tradiciones. Con lo enxebre de todo aquello, palabra que ya se presentaba ante mí con un sentido pleno.

Ya entendía lo auténtico, lo puro, lo genuino, lo que no cambia aunque el tiempo lo haga. Lo entendí de forma categórica mientras observaba ondear esa bandera gallega en lo alto de la Ribeira Sacra. Vigilando norte y sur. Camuflándose con el azul del cielo, que esa mañana presumía de reunir tonos diversos de un mismo color. Escuché el ladrido de un perro en el pueblo de Santo Estevo, que destacaba junto al monasterio monte abajo. Escuché el cantar de los pájaros. Por lo demás, solo silencio. Me había acostumbrado a ello.

Silencio y la certeza de encontrarme en la cima de esa tierra sagrada. Lo había pensado en numerosas ocasiones antes de alcanzar ese lugar, que antaño había sido un castro. Estuve equivocada en todas aquellas veces. La Ribeira Sacra la coroné esa última mañana de descubrimiento. Sobre el Monasterio de Santo Estevo, intuyendo el de Santa Cristina. Sobre el fluir del Sil, sintiéndome en Ourense pero también cerca de Lugo y sus montes, del Miño y sus héroes.

Aterrizaron en mis pensamientos las palabras de Vicente Risco, un tipo de opiniones controvertidas que sin embargo supo concretar lo que me estaba haciendo creer esa tierra: “ti dis Galicia é ben pequena. Eu dígoche: Galicia é un mundo. Cada terra é coma se fose un mundo enteiro”. La Ribeira Sacra es un mundo entero. Un universo que funciona según sus propias normas, aislada, recogida, protegida. Qué lugar tan enxebre, me dije allí. Y sonreí, porque por fin lo había comprendido.