Tras la conquista de Tortosa, Miravet y los diferentes reinos de taifas que cayeron a finales del siglo XII, la Orden del Temple era una institución más que consolidada en la Península Ibérica. Los años que siguieron a su participación en las primeras conquistas fueron años prósperos en los que su poder creció. Como también creció la estima en que los tenía una población cada vez más encariñada con estas figuras misteriosas. Poco a poco, se les empezó a conceder ese aura mística que se hizo grande en siglos posteriores. En el siglo XIII, la población veía a los templarios como unos caballeros religiosos que protegían sus tierras y que defendían sus ideales. Así, los templarios de Aragón no tardaron en hacerse un hueco en la sociedad de la época, casi como ídolos de masas.
La situación, para ellos, no se complicó ni siquiera cuando la situación, en general, se complicó. Si bien la segunda mitad del siglo XII estuvo caracterizada por unos años tranquilos y victoriosos, el reinado de Pedro II, que comenzó en 1196, sumió al reino en un periodo de caos que, en cualquier caso, terminó por consolidar aún más el poder político de la Orden del Temple.