Cuentan quienes los vieron que los serenos eran la imagen más representativa de las noches españolas de antaño. Provistos de su capote, su chuzo o lanza, su farol, su porra, su matraca y su silbato, paseaban la noche como quien pasea su hogar. Vociferaban las horas, el tiempo y los acontecimientos de importancia. En ciertas madrugadas afortunadas, algún vecino los acogía en la calidez de sus casas, donde eran invitados a un café o una copa, lo que se terciase en cada ocasión. Los serenos fueron los guardianes de la noche durante dos siglos, hasta que los tiempos modernos se impusieron y no hubo ya necesidad de recurrir a ellos.
Pero para llegar a ese final, primero debe conocerse el principio. Había una vez un hombre pegado a un farol que respondía a su llamada con un característico “¡vaaaa!”…