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María Blanchard, una artista que murió dos veces

María Blanchard

El espacio cambia, pero las formas ante las que la Viajera del Arte se veía sometida en su viaje anterior siguen presentes en esta nueva aventura. Según ve en sus manos, sus trazos siguen bajo designios irreales, aunque figurativos. Sin embargo, en esta ocasión los colores que tiznaban el paisaje de Miró se tornan en tonos menos saturados (con excepciones). Las pinceladas son más cuadradas, más duras. La viajera se halla, sin duda, en un cuadro cubista.

Pronto, la joven vuelve a oír voces de mujeres que le sacan de su ensimismamiento. Levanta la vista y adquiere consciencia de que se halla en un edificio, en la parte baja de unas escaleras. Al levantar la vista del suelo ve frente a sí una puerta abierta y varias mujeres. Una sentada y de espaldas. Otra de perfil con los brazos en jarras. Pero por las voces, sabe que son más. Curiosa, atraída por una fuerza que no entiende, avanza hacia la composición.

El adivino

Cuando llega al umbral de la puerta, las mujeres no reparan en la viajera, que se apoya como puede en una de las paredes de la concurrida habitación y observa en silencio. En total, tres mujeres, dos de pie y una sentada, se agolpan alrededor de una mesa y un cuarto individuo, un hombre con la cabeza cubierta por una capucha blanca que parece que le lee las cartas a una de las chicas. La viajera se fija también en que una de las mujeres sostiene a un bebé, profundamente dormido.

 

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