“Embargal esi sacho de pico / y esas jocis clavás en el techo / y esa segureja / y ese cacho e liendro…”, así suena uno de los versos del poema El Embargo, escrito por José María Gabriel y Galán a finales del siglo XIX. Estas palabras, en altoextremeño, nos trasladan hasta la pena, el desasosiego, la resignación serena que acompañaba a los embargos en nuestra España rural. Es curioso, pues fue precisamente el nombre del poeta, Gabriel y Galán, el que bautizó al pantano por el que los vecinos de Granadilla debieron abandonar sus hogares tras una expropiación forzosa.
Pasaron casi 15 años hasta que se hizo efectivo: desde enero de 1950, cuando se tramitó el primer Decreto, hasta noviembre de 1964, fecha límite que se les concedió a los vecinos para abandonar el pueblo. Lo abandonaron, pero nunca lo olvidaron. “Ya que nos van a evacuar / como hoy podemos ver / nunca debéis olvidar / al pueblo que os vio nacer / bien a pesar nuestro / es tenerlo que abandonar”, escribía, por su parte, Valentín González, poeta local. Granadilla fue abandonado, pero ninguno de sus habitantes quiso que así fuera.